¿Cómo se relacionan Dios y el ser humano?


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En el anterior ‘post’ ocupó la escena la historia de Filemón y Baucis, aquella pareja de ancianos frigios que dieron alojamiento a los dioses Zeus y Hermes. Hoy, tras la estela de Navidad, me gustaría traer a colación algunos pasajes del Antiguo Testamento que constituyen la preparación o las raíces de esa entrada de Dios en la historia humana que, en la fe cristiana, supone la encarnación y su consiguiente celebración en el tiempo de Navidad.



Un campo semántico especialmente significativo en lo que toca a las relaciones entre Dios y el ser humano es el del amor. En este sentido, podríamos acudir al texto de Dt 7,7-8: “Si el Señor se enamoró de vosotros –dice Moisés a Israel– y os eligió, no fue por ser vosotros más numerosos que los demás, pues sois el pueblo más pequeño, sino que, por puro amor a vosotros y por mantener el juramento que había hecho a vuestros padres os sacó el Señor de Egipto con mano fuerte y os rescató de la casa de esclavitud, del poder del faraón, rey de Egipto”. Según este texto, el amor es la mejor clave para entender el sentimiento de Dios hacia Israel y su consiguiente relación.

Una relación matrimonial

Desde la misma clave habría que entender el libro del Cantar de los Cantares, al menos en el sentido que le dio rabí Aqiba –en su lectura alegórica de lo que quizá fueran originalmente unos cantos de boda que festejaban el amor humano– y, posteriormente, toda la tradición mística cristiana, con san Juan de la Cruz como referente principal.

Del mismo modo, aunque contemplando el matrimonio desde su reverso más oscuro –la infidelidad–, el profeta Oseas fue el primero en descubrir las relaciones entre Dios e Israel como una historia matrimonial: primero frustrada, pero con la esperanza de llegar a cumplirse: “Te desposaré conmigo para siempre; te desposaré conmigo en justicia y en derecho, en misericordia y en ternura; te desposaré conmigo en fidelidad, y conocerás al Señor” (Os 2,21-22).

Por último, un texto del llamado Segundo Isaías pone ante nuestros ojos un amor no conyugal, sino materno, para explicar la relación entre el Señor y su pueblo: “Sion decía: ‘Me ha abandonado el Señor, mi dueño me ha olvidado’. ¿Puede una madre olvidar al niño que amamanta, no tener compasión del hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvidara, yo no te olvidaré. Mira, te llevo tatuada en mis palmas, tus muros están siempre ante mí’” (Is 49,14-16).

¿Hay una manera más adecuada para pensar cómo Dios y el ser humano se relacionan que la que proporciona el amor?