Rosa Ruiz
Teóloga y psicóloga

El arte de respirar… juntos


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Estábamos ensayando. Más de cien personas de distintas edades que no nos conocíamos de nada entre nosotros. Lo único que nos unía es que disfrutamos con la música y, casi podríamos decir, que la necesitamos de algún modo. Tanto, que nos juntamos a ensayar después de un día de trabajo al caer la tarde, dos horas y media, con lo que eso supone en una gran ciudad: sales de casa casi al amanecer y regresas para preparar la cena. Y al día siguiente, otra vez.



El cansancio es una realidad curiosa, por cierto, sumamente subjetiva. El cuerpo -gracias a Dios, como siempre- nos marca límites, si es que le escuchamos. Y también nos lanza a nuevas posibilidades. Nos avisa. Nos alerta de que algo no está en su sitio. Si es que queremos escucharlo. Pero fuera de eso, el cansancio es tan subjetivo e importante como sentirnos a gusto con alguien, dar sentido al tiempo o perderlo. A veces el cansancio, como decía mi abuela cuando bostezábamos, solo es señal de que “tienes hambre, sueño o falta de dueño”. Cada uno sabrá… Quizá, por eso, no siempre descansar nos descansa y no toda actividad que, a priori, nos añadiría cansancio, nos agota. Quizá, por eso, de vez en cuando, sobre todo cuando nos sentimos cansados (como suele ocurrir por estas latitudes al entrar el calor de Junio y los finales de curso), nos hace bien algo que nos encienda, nos anime (literalmente, nos dé ‘ánima’ = ‘alma’), nos llene de energía de la buena aunque parezca que nos agota a partes iguales.

El arte de la respiración

Vuelvo al ensayo. La partitura marcaba perfectamente la entrada, con los instrumentos y las distintas voces. Y el director intentaba que todos entráramos a la vez. Sinceramente, en mi oído sonaba bien. Pero cuando alguien puede tocar el piano y distinguir que una persona entre cien ha dado una nota una octava más baja…, entonces no le vale cualquier cosa. Así que, intentamos seis o siete veces esa entrada, con diversos “trucos” del director hasta que se le ocurrió decirnos: “Respiramos a la vez y entramos… respiramos a la vez y entramos…”.

Y entramos a la vez. Él solo añadió: “todo es cuestión de respirar juntos. Si respiráramos juntos, el mundo sería distinto … Fijaos en un cuarteto de cuerda: violines, viola, violonchelo. ¿Qué hacen justo antes de empezar a tocar? … Respiran juntos. Y no van a cantar. Simplemente, respiran juntos y entran”.

Y creo que tiene razón. Respirar de manera que podamos hacerlo con otros, no solo ayuda para hacer bien la entrada en un coro o para tocar un instrumento de tal manera que surja algo que va más allá de lo que cada uno aporta. Esa creación nueva y final es parte de la magia de la música: todo cuenta, pero el resultado final, el que te hace vibrar y emocionarte, es algo mucho mayor y más bello. Podemos controlar la técnica y estudiar muy bien la partitura, pero respirar… es otra cosa. Curiosamente, ese otro cansancio (del que hoy no voy a hablar), el que no es más que un aviso de que algo está pidiendo un cambio, suele ir acompañado de dificultad para respirar bien… qué curioso…

También en la vida. Donde no respires bien, allí no es. Conviene quedarnos con quien podamos respirar bien… y a la vez. Ensanchar el pecho y el alma y la mirada y dejar que el aire nos recorra por dentro para no quedarse, para volver a darse lleno de uno mismo. Quédate donde respires bien. Quédate con quien puedas respirar a la vez, sin impedirte cantar lo que tú quieras y a tu aire (nunca mejor dicho). Quédate, al menos, con quien te de tantas ganas de cantar que el cansancio sea solo una anécdota para comentar en el café de mediodía. Porque te merece la pena. Así es la vida. Y el arte de la respiración.