Grandes aportes y legados del Pontificado de Francisco: Mantener la esperanza en un cambio de época


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El cambio de época es una realidad que se ha ido reconociendo y estudiando durante las últimas décadas. Como diría el Prof. Guzmán Carriquiry, este momento histórico es reconocible al ver que ya se han derrumbado los regímenes totalitarios del mesianismo ateo, el despliegue de la globalización (para bien y para mal), la marcada influencia de una cultura relativista e individualista, así como una coyuntura marcadamente reaccionaria, marcada por la violencia y la intolerancia.



Podemos mencionar muchos factores más que nos ayuden a reconocer que estamos en un nuevo capítulo dentro de la historia universal, desde donde el Papa Francisco ha debido pensar, plantear y trabajar su pontificado.

Hace nueve años, los jóvenes que participamos de la Jornada Mundial de la Juventud en Rio de Janeiro tuvimos la oportunidad de conocer al primer Papa latinoamericano. Apenas elegido tuvo que ser el centro de la atención de uno de los encuentros multitudinarios más importantes de la iglesia. En aquel entonces, muchos jóvenes probablemente no vislumbrábamos que ese sería el inicio de un pontificado sumamente desafiante y cargado de significativos hitos para la iglesia del nuevo milenio.

Los desafíos del pontificado

Muchos han sido los desafíos sorteados, no solo para el Papa Francisco, sino para todos nosotros, como la gran familia que somos en la Iglesia Católica. Probablemente el próximo desafío que afrontaremos junto al Papa Francisco es el resultado de este camino sinodal.

La propuesta en este camino es reconocer, desde las bases, como llevamos adelante esta vida sinodal, es decir, esta escucha activa en nuestras comunidades. Una vez reconocido el camino recorrido, queda preguntarnos ¿qué más debemos hacer? ¿qué nos falta para crecer como Iglesia sinodal, la que escucha a todos, así como nos llama Cristo?

Este desafío, creo que nace principalmente de nuestros corazones. Como mencionaba más arriba, el marcado paso que estamos dando en un cambio de época ha generado en la humanidad una tensa incertidumbre. En un mundo conectado como nunca gracias a la tecnología, es difícil mantenernos indiferentes a las tensiones políticas entre potencias, al crimen organizado, al terrorismo y el extremismo ideológico. Cada día estos males se sienten más cerca de nuestras casas, nuestras familias, nuestra realidad.

Ante esta incertidumbre ¿a qué podemos aferrarnos? La construcción de la identidad individual y colectiva del ser humano se basa en gran medida en su sentido de pertenencia.

La ausencia de sólidos pilares referentes en nuestra sociedad nos ha llevado a aferrarnos a aquello que sentimos que nos identifica, ya sean estos valores, objetivos o forma de ver la vida. Es propio del ser humano buscar a donde pertenecer, pero ¿por qué este ‘pertenecer’ se ha vuelto algo difícil de encontrar dentro de nuestra Iglesia? ¿Qué tan nuestra, suya o mía sentimos a la Iglesia?

El resultado de este camino sinodal podría traer algunas respuestas a estas preguntas y el gran desafío será que esas respuestas, inspiradas por el Espíritu Santo, sean acogidas en los corazones de todos quienes formamos parte de esta gran familia. Claramente, si el proceso de reflexión busca ser amplio y participativo, su recepción y apropiación ciertamente será un desafío para la unidad de nuestra iglesia.

En la diversidad de carismas y comunidades, la Iglesia se funda en esa libertad de poder congregarnos y pertenecer a las comunidades donde nos sentimos más edificados. Pero esta diversidad no puede traducirse en división dentro de una Iglesia que busca ser como su nombre lo dice, católica, universal. La esperanza está en que, en este proceso sinodal, todos seamos parte y compartamos cual ha sido el camino recorrido hasta hoy, con sus frutos y amargores. Pero, así como seremos escuchados en este gran itinerario, se pondrá a prueba cuan abiertos estamos a acoger y recibir sus resultados.

El Papa y los Jóvenes

Desde mi perspectiva, observo que existe una gran oportunidad en los interlocutores que tendrá el sínodo en el futuro, los jóvenes. Las generaciones que hemos crecido y madurado nuestra fe junto al Papa Francisco, tendremos en nuestras manos una misión que considero, fue profética cuando el Papa dijo en Rio de Janeiro: “Hagan lío, pero háganlo bien”.

Somos los jóvenes que nos sentimos interpelados por ese llamado, esa ‘provocación’ a darlo todo, quienes en la actualidad o en un futuro próximo, estaremos compartiendo los frutos de este sínodo con nuestros hijos, nuestros amigos, nuestras comunidades, nuestros pueblos. Sinceramente, dudo que haya joven que no se haya sentido aludido con esa expresión tan coloquial con la que se hizo sentir el Papa Francisco. “Hagan lío”.

El camino sinodal se presenta como el escenario propicio para que quienes nos hemos sentido provocados en ese encuentro formemos parte de su preparación, desarrollo y posterior misión de evangelización. El legado del Papa Francisco en muchos de nosotros es el habernos devuelto un sentido de pertenencia y así hoy sentirnos parte de una gran familia. El sentido de pertenencia se volvió algo alcanzable para muchos de nosotros, en especial para quienes nos sentíamos de alguna manera excluidos, o poco merecedores de formar parte de la Iglesia.

Desde Evangelii Gaudium con un llamado a pisar tierra para reconocer y encarar los desafíos y carencias dentro y fuera de nuestra iglesia; así como con Amoris Laetitia redescubrimos el valor y la generosidad que debe nacer desde la familia y los dones que emergen de ella, en especial la comprensión, la paciencia y la misericordia. Hasta llegar a Fratelli Tutti, donde nos llama a mirar más allá de las diferencias que nos alejan de un verdadero amor fraterno con toda la humanidad.

Claramente la oportunidad aquí no es para el Papa Francisco, porque no se trata de que él tenga que convencer a nadie. Si no, una oportunidad para que la gran familia que él encabeza pueda vivir y experimentar desde dentro, junto a estos jóvenes, el fruto de este caminar de nueve años inspirados por el Espíritu Santo.

Confiemos en que los frutos de este camino sinodal darán esperanza y luz de certeza en este cambio de época, donde la incertidumbre puede estar agobiando el corazón de muchos de nosotros. Pero reconociendo que, aún en medio de la confusión y desesperanza, Dios no ha dejado de actuar llamándonos a asumir nuestra vocación profética de ser sal y luz del mundo.

Así como también, nos llama a disponer el corazón a la escucha, así como nosotros fuimos escuchados. Nos llama a ser un canal de gracia para que esas palabras que nos devolvieron la esperanza: “Yo estaré con ustedes hasta el final de los días” sean oídas, vistas y vividas a través de nuestro testimonio en nuestra iglesia, en la sociedad, en la política y en nuestras familias.


Por Marcela A. Bordón L. Magíster en Ciencias Políticas mención RR.II y miembro de la Academia Latinoamericana de Líderes Católicos