Víctima y abusador, cara a cara: la Iglesia estrena los encuentros restaurativos

abusos sexuales

Los encuentros entre abusadores y víctimas son una realidad en la Iglesia desde hace un año. Julián Carlos Ríos Martín, profesor de Derecho Penal en la Universidad Pontificia Comillas, es el artífice. “Estoy facilitando cinco encuentros restaurativos entre religiosos de los Salesianos que han cometido delitos de abuso sexual y sus víctimas –los dos últimos, esta pasada semana–; también de los Capuchinos”. Así lo cuenta en ‘Biografía de la reconciliación. Palabras y silencios para sanar la memoria’ (Editorial Comares), que en su segunda edición, aparecida mientras España estaba confinada, se añade un capítulo que reza así: ‘¿Dónde estabais? Procesos restaurativos en abusos sexuales en el seno de la Iglesia católica’.



Vida Nueva desconfina junto al autor las claves de los encuentros –todos hasta el momento son abusos ocurridos hace más de 40 años– descritos en el libro con prólogo del periodista Pedro Simón, que adelantaba esta iniciativa pionera el 28 de julio en El Mundo.

Dos sillas. Dos facilitadores que guían la conversación. Verdad. Y mucho silencio. Son todos los ingredientes de los encuentros, que se enmarcan dentro de la denominada justicia restaurativa. En el 2000, Ríos comenzó un proyecto sobre mediación entre víctima e infractor en los juzgados penales. En estos últimos años, ha sido testigo de la reconciliación entre etarras y víctimas, entre quien vendió los explosivos del 11-M y un superviviente, entre la hermana de un torturado por los GAL y un ex policía.

Ahora toca el turno a la Iglesia, que “tiene que mirarse al corazón y, con humildad, ver si ante estos conflictos están poniendo verdad donde hubo ocultación, valentía donde hubo miedo, responsabilidad donde habitó la justificación y vulnerabilidad donde domina una impostada imagen de estar por encima del bien y del mal”, indica el autor a esta revista.

El perdón

Como facilitador de estos encuentros –ya se están fraguando otros ocho–, Ríos destaca que todas las experiencias son “inmensamente humanas”: “Cuando las personas ponen verdad ante el secreto y responsabilidad ante el dolor causado, el silencio que acontece se llena de una emoción difícil de categorizar. Aparece un milagro: la paz. El odio se disuelve. Cada uno vuelve a su camino biográfico, a continuar su vida. Ser testigo de estos momentos en cada persona y proceso es un privilegio. Y después miro hacia mi y veo que lo que ha acontecido fuera ha sanado, de alguna manera, algo profundo en mi”, relata con agradecimiento.

Sin embargo, habrá quien no entienda el perdón en un caso de abusos… “El perdón no es un acto de voluntad de la víctima. El clérigo no lo pide. No puede trasladar la responsabilidad de su anhelado estado de paz a la víctima. Es una nueva carga que esta no se merece.  El perdón acontece más allá de uno y otro. Y solo llega cuando las personas han decidido exponerse a la verdad, a la responsabilidad, a la escucha del dolor causado, a reconocer la humanidad quebrada de ambos. Llegados a este punto, las miradas suplen a las palabras. ‘Lo siento’ es la expresión mas humilde que llega al final de cada encuentro”, dice. E insiste: “Después del tortuoso camino de transitar por los miedos y desiertos, no hay paz sin apertura a la verdad propia”.

Un camino abierto

El camino personal y profesional de Ríos va de la mano de los vulnerables. No lo dice, pero ha acogido en su casa a más de un centenar de personas con dificultades (drogadicción, marginación, enfermedad, pobreza, inmigración irregular). Será por eso que cree firmemente que “si por algún lado entra Dios en la vida del ser humano para hacerle más espiritual y menos religioso es desde la parte trasgresora. Aprendo de los que reconocen el daño. De quienes optan por la verdad. Me enseñan más los que dañan y no se esconden en autojustificaciones por muy bien hilvanadas que estén que los ‘sanos y puros’. Detrás de la pureza hay transgresión escondida. A estas alturas de la vida lo tengo claro”.

Ríos agradece el “valor” de las víctimas y de los religiosos y clérigos por la participación en estos procesos, pues “están abriendo camino para que otras instituciones y personas puedan transitar por ellos”. Y es que algunos de los agresores han fallecido, por eso, han sido los superiores quienes se han sentado. “Su humanidad y sentido cristiano les impulsó a afrontar esta compleja situación desde la valentía de reconocer errores institucionales; también, a poner en práctica las medidas necesarias para prevenir, educar, proteger y hacer justicia”, reconoce. Un valor que deben tener todos los bautizados para acabar con esta lacra.

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