Durante el Seminario del Sagrado Corazón de Jesús realizado en Córdoba bajo el lema ‘Viviendo desde el Corazón de Jesús: Un latido de esperanza que abraza y transforma’, el p. Jaime Castellón sj realizó una exposición inspirada en estos dos hombres que supieron “mirar el mundo desde el Corazón de Cristo”.
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Nació en Santiago de Chile y estudió en el Colegio San Ignacio de esa ciudad. Ingresó a la Compañía de Jesús en 1974, poco antes de cumplir 18 años. Realizó sus estudios en Santiago de Chile y en Roma, donde obtuvo un doctorado en Teología Espiritual. Colaboró en la causa de canonización de san Alberto Hurtado. Actualmente es asistente eclesiástico nacional de la Comunidad de Vida Cristiana (CVX).
En el transcurso del Adviento, y ante la próxima Navidad, Vida Nueva entrevistó al padre Castellón, quien afirma que “todos caben cuando Él llega”.
PREGUNTA.- ¿Cuáles son las razones y los sentimientos por los que Ud. quiso exponer juntos a San Alberto Hurtado y al padre Pedro Arrupe?
RESPUESTA.- Pienso que la espiritualidad de ambos tiene muchos rasgos en común. El amor a Jesucristo es lo que da sentido a la vida de los dos y eso se expresa también en un profundo amor a los demás, especialmente a los sufrientes y descartados. Son personas muy alegres, que vivieron al servicio de la fe y de la justicia, de la alegría y de la consolación de las personas. Ambos contemplaron la existencia y la realidad humana desde el Corazón de Cristo.
Cuando san Alberto Hurtado habla sobre Jesucristo lo hace con la admiración de quien se siente amado gratuitamente por Dios: “Dios nos ha amado desde toda eternidad, mejor dicho, me ha amado, no lo olvidemos, me ha amado… Él me amó, y si estoy sobre la tierra es porque Él resolvió crearme para darme su vida como vida mía, para hacerme participante de su eterna alegría”. Se siente impulsado a comunicar esto a las personas y a la sociedad humana.
El padre Pedro Arrupe también se maravilla al apreciar el amor de Jesucristo por nosotros. Nos amó con amor infinito, rompiendo todas las posibles barreras entre Dios y la humanidad. Jesucristo nos da una redención, una filiación, una fraternidad y un amor que son universales.
Amor infinito
P.- ¿Cómo es este supremo Amor del Corazón de Cristo?
R.- Hablar del Corazón de Cristo es una manera de referirse a su amor infinito. Ahí descubrimos el origen de nuestra existencia, el sentido de nuestra vida, el motivo de nuestra esperanza.
La consideración del amor de Dios nos impulsa a la misión: estamos llamados a compartir con los demás la Vida que Él nos da.
El Padre Arrupe se detiene a considerar el mandato de Jesucristo: “Ámense los unos a los otros como yo los he amado” (Jn 13,34). Jesús agrega: “Como el Padre me amó, así yo los he amado también a ustedes” (Jn 15,9). Eso quiere decir que nos llama a amar con un amor infinito como el suyo. Podemos hacerlo porque Él nos da su Espíritu. Cumplir con el mandamiento de amar a todos los demás es una vía de acceso a la vida trinitaria.
P.- ¿Se ha perdido la mirada desde el Corazón de Jesús en el mundo hoy por parte de los cristianos?
R.- Siempre existe el riesgo de perder esa mirada. El amor y la devoción al Señor no nos deben hacer olvidar a los hermanos; como tampoco debemos caer en una solidaridad hacia el prójimo que nos impida ver el rostro del Señor en ellos. No hay verdadero amor a Dios si no va acompañado del amor a los hermanos. ¿Cómo podemos decir que amamos a Dios a quien no vemos si no amamos a los hermanos que vemos?
San Alberto Hurtado llamaba a amar a Jesús con todo el corazón: a estudiar su mensaje, a exponerlo, a asimilarse a él. “Que Él sea enteramente y cada día más el centro de tus pensamientos, el vínculo de tus conocimientos, el fin práctico de cualquiera de tus estudios”. Invita a hablar de Él sin cansarse, haciéndolo desde la abundancia de Corazón. “Mi idea central es ser otro Cristo, obrar como Él”.
Esa pasión la trasladaba también al prójimo, aun a los más miserables. Recorría las calles buscando niños abandonados para llevarlos a un lugar donde pudieran guarecerse y recibir lo necesario para vivir. Su ideal era que llegaran a hacerse plenamente conscientes de su dignidad como seres humanos, como ciudadanos, como hijos de Dios.
Él decía: “Esta idea hay que inculcarla: el corazón que se limita a amar solamente a Dios, sin preocuparse del prójimo, está engañado. Lo que se ha tomado por piedad es un egoísmo”. “El prójimo, el pobre en especial, es Cristo en persona. Insultarlo. Burlarse de él. Despreciarlo, es despreciar a Cristo”.
Es muy significativo que a la obra que creó para servir a los más pobres, la llamó “Hogar de Cristo”.
Discernimiento espiritual
P.- Como pastor y religioso jesuita, y considerando el desarrollo de diversas disciplinas como la sociología, la psicología, la antropología y otras, ¿qué nos dice Ud. del discernimiento espiritual por el que tanto trabajó el Papa Francisco?
R.- Creo que todas esas disciplinas nos dan herramientas para conocer y comprender mejor la realidad en que vivimos. Dios nos dio la capacidad de abrir nuestra mente gracias a ellas y es deber nuestro usar nuestros talentos para ello.
El discernimiento nos permite descubrir la presencia de Dios en nosotros y en ese mundo que aprendemos a mirar mejor gracias al apoyo de las ciencias. Lo reconocemos como hermano, como amigo, como compañero. El Espíritu hace que en Jesús reconozcamos nuestra propia verdad.
El discernimiento nos hace reconocer también la manera actual y concreta de responder al llamado que Jesús nos hace hoy a seguirlo y a colaborar con Él en la construcción del Reino. El Espíritu nos hace descubrir en Jesús nuestro camino.
El discernimiento nos conduce a la comunión con Cristo, que nos abre su Corazón. Así podemos mirar la realidad con sus ojos; comprender la realidad con su inteligencia; reconocer la voluntad del Padre con su amor y sensibilidad. El discernimiento nos permite encontrar el camino y la verdad para llegar a la Vida.
Abrir la puerta
P.- Déjenos su mensaje para la próxima Navidad.
R.- Dios no se cansa nunca de nosotros. Su amor, su entrega, su compasión trascienden el tiempo, son siempre presentes. En la Navidad estamos llamados a abrir nuestra puerta para acoger a Aquel que está siempre golpeándola, deseoso de entrar a nuestra casa y cenar con nosotros (cf. Apocalipsis 3,20).
El Adviento es tiempo de espera, de lucha contra todo lo que bloquea nuestra puerta e impide que pase Él, que viene con su Padre y con todos los que Él ha hecho hermanos suyos. Nuestra morada se hace infinita cuando Él está con nosotros. Todos caben cuando Él llega.
Cada Eucaristía, cada momento de oración, así como cada encuentro profundo con otra persona y cada servicio a un necesitado, son aperturas pasajeras que hacemos a Cristo de nuestra puerta. Cuando esta se vuelve a cerrar, Él no se cansa y sigue llamando para entrar de nuevo y quedarse con nosotros. El día llegará en que se quede para siempre. Entonces descubriremos que Él está en nuestra casa y que nuestra casa es suya. Porque nos habremos identificado plenamente con Él. No hay que perder la esperanza. Él logrará que seamos uno con Él y con todos los que Él ama. Su amor es más fuerte que nuestro egoísmo. Su vida es más poderosa que la muerte.