Iglesia en la COP30
La Iglesia se está haciendo muy presente en la COP30, la trigésima Conferencia de la ONU sobre el Cambio Climático, que se está celebrando, del 6 al 21 de noviembre, en Belém, en la Amazonía brasileña.
Así, en las últimas horas, se han celebrado dos mesas redondas organizadas por las Iglesias del Sur Global, acudiendo juntas las plataformas episcopales de América Latina y el Caribe, África y Asia. En una de ellas se reflexionó sobre ‘La voz profética del sur global para el cuidado de la Casa común’. En la otra, se apeló al ‘Diálogo socio-ambiental por la paz: adaptación y transición justa’.
En el primero de los coloquios participaron, entre otros, los cardenales Jaime Spengler, presidente del CELAM; Fridolin Ambongo, presidente del Simposio de las Conferencias Episcopales de África y Madagascar (SECAM); y Felipe Neri Ferrão, presidente de la Federación de Conferencias Episcopales de Asia. Spengler, con un tono profético, clamó atronador: “La tierra casi sangra. La bondad de la tierra, su generosidad y hospitalidad están en peligro”. Y es que estamos ante “un organismo vivo que necesita respeto y cuidado. No es un mero recurso para ser explotado”.
Algo que saben bien los pueblos amazónicos, que viven en armonía con su entorno natural, al que sienten parte de su comunidad vital. De ahí que urja darles la voz en Bélem, ante los gobernantes del mundo: “Quieren y deben ser escuchados. Desean participar en los espacios de diálogo, elaborar o colaborar mejor en la construcción de indicaciones viables para hacer frente a los retos del cambio climático, que son cada vez más perceptibles, frecuentes y que afectan a todos, sin distinción”. Eso sí, “a los más pobres, quizás de una manera muy particular”.
Por eso, el camino a proseguir solo puede ser en clave de “justicia, fraternidad, ecología, derechos de la naturaleza y dignidad humana, involucrando a todos”.
Por su parte, Ambongo destacó cómo “los pastores queremos llevar a la mesa del poder de este mundo los gritos de los pobres y el clamor de la tierra”. Un eco que ensordece los oídos en África, cuyos pueblos padecen “un sistema económico de lo más perverso, que nunca ha puesto al ser humano en el centro de sus preocupaciones”.
Como bien saben en su continente, donde los intereses de las multinacionales y las potencias extranjeras confluyen para desestabilizar territorios y aprovechar el caos para imponer su rapiña, la guerra genera muerte y destrucción. Por eso, cuando padecen la explotación abusiva del cobalto, el coltán o el litio, ese fenómeno suele ser también “la causa de la migración forzosa”, siendo muchos africanos, a un tiempo, refugiados de guerra y climáticos.
De ahí que haya que tener “el valor de salir de la lógica de las soluciones a corto plazo, de las promesas financieras que no responden a los retos de la adaptación y de la mitigación y la pérdida de daños”. Frente a ellas, hay que anteponer “políticas globales que reconozcan las interconexiones entre la migración y el cambio climático, la sequía, el colapso de la biodiversidad, las malas cosechas y los conflictos”.
En cuanto a Neri Ferrão, compartió cómo, también en Asia, donde late una “inmensa diversidad espiritual, cultural y ecológica”, sufren las consecuencias de “un sistema que amenaza con devorar la creación, como si el planeta fuera una mercancía más”.
De ahí que sea “necesario que los países más desarrollados reconozcan y asuman su responsabilidad social y ecológica como principales responsables históricos”. Lo que lleva a la “justicia climática”, defendida desde hace diez años por Francisco en la encíclica Laudato si’.
Eso también se traduce en “una financiación climática justa y accesible para las comunidades y organizaciones locales, incluidas las mujeres, que no genere más deuda, a fin de garantizar la resiliencia en el Sur global”.
En la segunda mesa redonda participaron, entre otros, el arzobispo de Manaos, el cardenal Leonardo Ultirch Steiner; el director del Departamento de Ecología Integral de la Conferencia Episcopal Española, el carmelita Eduardo Agosta; y la secretaria de la Pontificia Comisión para América Latina, Emilce Cuda. Para Steiner, es evidente que “el diálogo sin escucha no es diálogo, sino imposición de ideologías o ideas”. De ahí que, para dejar paso a la luz, sea necesario “levantar la bandera de la esperanza para que estas relaciones puedan ser más acordes con lo que pide la propia naturaleza”. Algo que también trasluce una ética, “ya no de dominio, sino de una relación coherente y respetuosa con todos los seres”.
Agosta reiteró que “el problema climático es algo que goza de convicción científica desde 1987”. De ahí que, si estamos ante la situación de postración actual, con el planeta en grave peligro, solo se debe a “la falta de voluntad política para afrontar lo que no nos gusta, dada la necesidad de conversión para lograr el cambio. Junto con ello, la falta de conciencia de pertenecer a una fraternidad humana, que habita una Casa común, con una deuda climática que pagar”.
En consecuencia, “es necesario abrazar la ecología integral inmanente, superando el pensamiento fragmentado, ver el clima como la base de todo lo que pone en riesgo la dignidad humana y la vida de muchas personas; ver el territorio como hogar y no como recurso; fomentar la transición justa; asumir la opción preferencial por los pobres, que sufren la mayor parte de las consecuencias del cambio climático”.
Para la teóloga argentina Cuda, “no habrá justicia social hasta que todos se sienten a la misma mesa de toma de decisiones; no para contar sus dramas, sino para decidir”.
Fotos: ADN CELAM.