La religiosa celebró 50 años de su consagración religiosa y continúa su servicio pastoral en la diócesis de Copiapó (Chile)
Nació en una familia que no participaba en la Iglesia, en la comuna de Maipú, vecina a Santiago. Julia Órdenes Pavez, a los 22 años ingresó a las Hermanas Franciscanas Penitentes Recolectinas de la Inmaculada Concepción de Roosendal, Holanda.
Esta profesora de educación básica, dirigió colegios de su congregación, compartiendo esta labor con su servicio pastoral en poblaciones populares de Santiago. Hace 25 años trabaja en parroquias populares de la diócesis de Copiapó. En diálogo con Vida Nueva, Julia cuenta sobre su fructífera vida pastoral.
PREGUNTA.- ¿Cómo era tu trabajo en la población Herminda de la Victoria?
RESPUESTA.- Empezó por las tardes, porque en la mañana trabajaba en el colegio. En 1984 inicio mi misión pastoral, en tiempos difíciles, por la dictadura militar. Llegué con 33 años a vivir a esa parroquia para hacerme cargo de la Capilla. Estuve 11 años viviendo y compartiendo con la gente la vida, la fe, los dolores, inseguridades, miedos y angustias.
P.- ¿Siempre estuviste ahí?
R.- No, después fui a la Población Alianza también a cargo de la Capilla del sector. También viví en Maipú donde, con algunas chicas fundamos la Corporación el Trampolín, que atendía a los niños y a las mamás. En 1998 fui un año a Holanda, donde compartí unos meses en la casa del migrante, en Amsterdam, que acompañaba también a mujeres por tráfico sexual.
P.- En la dictadura, ¿fue dura la represión contra la Iglesia?
R.- Viví fuertemente la represión del régimen militar, por defender a la gente de la población fui varias veces golpeada y detenida por las fuerzas militares. También participaba en el movimiento contra la tortura Sebastián Acevedo. En actividades de este movimiento fui detenida en varias ocasiones, golpeada por carabineros y la última vez, fui despojada de toda mi ropa, mi hicieron desfilar desnuda, por todo el recinto y puesta en una pequeña celda con alrededor de 20 personas, algunas del movimiento y otras delincuentes.
Me dejaron libre alrededor de las 2 de la madrugada. Lo más hermoso y conmovedor fue que la comunidad de la población estaba en la Capilla rezando y esperándome que fuera liberada. Fue una experiencia única, sentir el cariño y cómo toda una comunidad te acompañaba desde lejos con la oración. Sin importar la hora.
P.- ¿Cómo recuerdas el quehacer de la iglesia de entonces?
R.- Fue una experiencia rica en testimonio y compromiso con nuestro pueblo, una Iglesia que se la jugó por la defensa y los derechos humanos y me siento feliz de que el Señor me haya llamado a vivir esta experiencia y de haber aportado con un granito de arena. Mi primera experiencia en la población me marcó profundamente y hasta hoy doy gracias a Dios por todo lo vivido y compartido con la gente y con los demás sacerdotes y religiosas de aquella época. Esta experiencia me hizo crecer como mujer y como religiosa.
P.- ¿Cuál fue esa primera experiencia?
R.- A los pocos días de llegar a vivir en la población recibimos a un hombre que venía herido y desnudo, cubierto solo con un plástico y en la que habían dibujado con el cuchillo de los militares la letra A de Allende (el Presidente de la República depuesto), el joven sangraba, así que las mujeres del equipo de salud lo curaron y vistieron. Fue una dura bienvenida de lo que sería mi vida en esta población.
P.- Viviendo estas experiencias, ¿cómo era tu relación en la congregación?
R.- Era la “oveja negra”. Cada vez que era detenida me decían y decían en la Vicaría de la zona oeste de Santiago que yo era la vergüenza de la congregación. Me dolía profundamente, pero no me quitaba la opción de anunciar el evangelio, defendiendo la vida de los perseguidos. Estas experiencias me ayudaron a profundizar mi fe, mi opción por los más pobres y hacer vida el evangelio de Jesús.
P.- ¿Cómo llegaste a Copiapó?
R.- Después de estar en Holanda, en enero de 1999, tuve una conversación con el obispo de Copiapó en esa época, Fernando Ariztía. Me entusiasmó y llegué en febrero a la Población Los Minerales, aquí en Copiapó, asumí la conducción de la Capilla María Magdalena. Sigo viviendo en la misma población. La capilla participa en la Parroquia Jesús de Nazaret donde dimos formación a las catequistas, acompañamos las comunidades cristianas de base, con muy buena participación. También asumí la formación y el acompañamiento de los catequistas y de los equipos solidarios de la Parroquia. Fui parte de la organización, a nivel diocesano, de dos grandes actividades: la escritura del Evangelio de Chile y la visita de la Virgen, que visitó todos los rincones de la diócesis de Copiapó.
P.- ¿Cómo es la iglesia de Copiapó?
R.- Es una Iglesia con una profunda fe y compromiso con el Evangelio de Jesús, solidaria y cercana con los más necesitados. Que se la juega por la vida de las personas sin importar el credo que tienen. Ejemplo: la atención a los migrantes. Servidora de los pequeños y postergados. Abierta y dispuesta a asumir nuevos desafíos, por ejemplo, confiar la conducción de las parroquias a una religiosa en el valle centro, Copiapó, y a una laica en el valle Sur, Vallenar.
P.- ¿Qué te parece la Sinodalidad impulsada en la Iglesia?
R.- Es unos de los mejores bienes que nos ha llegado, en estos últimos años. Caminar juntos como pueblo de Dios, que todos tenemos la corresponsabilidad en la misión y la vida de la Iglesia. Es un desafío para todos los bautizados, un recordatorio de que todos tenemos algo que decir, algo que aportar, algo que anunciar, no solamente los consagrados.