"Venimos a presionar", indígenas de Latinoamérica desembarcan en la COP30 para hacerse oír
Gustavo Gutiérrez, considerado el ‘padre’ de la Teología de la liberación, definió su propuesta como una “reflexión crítica de la praxis histórica a la luz de la fe”. Tras el tiempo transcurrido y los avatares sufridos, ¿sigue aún vigente hoy aquella corriente teológica surgida en la Iglesia latinoamericana durante la década de los 60 del siglo pasado?
“Plenamente, por su método, no veo que esa tarea haya quedado superada”, responde sin dudar el jesuita chileno Jorge Costadoat. Más bien al contrario, que la teología recupere “la experiencia como fuente de conocimiento”, a su juicio, la devuelve a sus orígenes. Si, además, “la experiencia de liberación de los pobres (los últimos, los postergados, los excluidos…) es su lugar epistémico y hermenéutico –añade el teólogo e investigador del Instituto de Teología y Estudios de la Religión (ITER) de la Universidad Alberto Hurtado–, entonces la Teología de la liberación solo perderá vigencia cuando no haya más pobres”.
Para esa pregunta, el también jesuita Pedro Trigo tiene dos respuestas: una “desde la realidad” y otra “desde los teólogos”. Que la realidad “sigue oprimida” resulta “mucho más claro que cuando se inició la Teología de la liberación”, denuncia el religioso venezolano de origen español. Admite que él mismo pecó de “cierta ideologización” cuando, allá por 1961, fue testigo de cómo comenzó a poblarse el cerro de Petare (el mayor barrio de Caracas) con la llegada de campesinos en busca de una vivienda y un trabajo.
Objetivo que lograron, “tanto por su esfuerzo como porque la situación era favorable”, pero que “fue cambiando drásticamente a medida que avanzaban los años 80”. “¿Es Dios indiferente a la opresión, o es contraria a Él, que quiere el bien de esa humanidad con la que se ha comprometido enviando a su Hijo único? ¿No se nos revela como Liberador?”, se cuestiona el profesor de Teología en el Instituto de Teología para Religiosos (ITER), de la Universidad Católica Andrés Bello de Caracas.
Aquí el veterano teólogo introduce la segunda de sus respuestas, convencido de que hay colegas latinoamericanos que se hacen cargo de esa realidad, “consecuente y sistemáticamente”, y que, por eso, “no solo la tematizan, sino que tienen en cuenta siempre la situación y el querer de Dios sobre ella?”. Una generación que ha dado el relevo a quienes, como el propio P. Trigo, se reunían una vez al año en los 80 en Brasil con Leonardo Boff y que hoy son mayores (él tiene 83 años) o ya han muerto.
Unos y otros, sin embargo, no han sido ajenos a las condenas y sospechas que pesaban sobre la Teología de la liberación dentro de la Iglesia, y que parecen ya superadas. O no. Al menos, eso es lo que cree el teólogo venezolano. Para explicarlo, echa mano del caso paradigmático del papa Francisco, que “fue cambiando su actitud personal y sus posturas ante la realidad y como representante de la Iglesia”.
Trigo fue testigo de esa evolución: “En 1986, durante una reunión de filósofos jesuitas latinoamericanos en San Miguel en el último año de su rectorado, me pidió que hablara de la Teología de la liberación –recuerda–. Él tenía muchos prejuicios. Me planteaba uno, le respondía, me reargüía, hasta que se quedaba conforme; pasaba al siguiente, hasta que no tuvo más que decir”. Décadas después, siendo ya Papa, “tanto en sus tomas de posición como en su modo de proclamar el cristianismo, coincidía plenamente con los planteamientos de la Teología de la liberación”, constata el jesuita de origen español.
Un hecho que, según el también investigador del Centro Gumilla de la Compañía de Jesús, podría explicar por qué no pocos dentro de la Iglesia no aceptaban el magisterio del Pontífice argentino y así “lo manifestaron públicamente”. Más aún, “muchos siguen pensando” como el Bergoglio de hace casi cuatro décadas –lamenta–, pero “no hacen el esfuerzo de aclararse” ni tienen su “actitud” porque “viven en lo establecido”.
Costadoat, por su parte, aunque reconoce que la Teología de la liberación “tuvo un impacto pastoral enorme y profundo”, asume que no fueron muchos los católicos que supieron en qué consistía y que solo la conocieron “sectores eclesiales reducidos”. “El resto de la gente –sostiene el teólogo chileno– se hizo una idea borrosa” de la misma. Por si fuera poco, “la polémica no ayudó a valorar sus méritos”.
(…)