'La Madona de Portlligat', pintura de Salvador Dalí
Gala transmutada en una Virgen que mira hacia abajo, lo mismo que el Niño. Y ambos suspendidos en el aire. La puesta en escena de ‘La Madona de Portlligat’, uno de los cuadros más emblemáticos y reconocibles de Salvador Dalí, es absolutamente teatral (a los cortinajes que se ven en los extremos de la obra me remito), empezando por sus medidas, con una altura que casi roza los tres metros, y corresponde a un momento concreto en su ejecución.
Situémonos en 1950. El pintor estaba impresionado por las graves consecuencias de la era atómica, por el horror aún caliente vivido en las ciudades niponas de Hiroshima y Nagasaki, de ahí esta visión tan etérea, con una escena que parece dividirse en partes, estallar, desintegrarse, hacerse pedazos, aunque no de manera violenta.
Así, el átomo y su desintegración pivotan sobre este lienzo, propiedad del Museo Fukuoka de Japón y que podrá verse de nuevo en España, concretamente hasta febrero de 2026 en el Museo Dalí de Figueras. El pintor realizó en 1949 una primera versión, más pequeña, que llevó al papa Pío XII con el objetivo de conseguir su bendición para contraer matrimonio con Gala. La última vez que se exhibió ‘La Madona de Portlligat’ en España fue en 1952, en la primera Bienal Hispanoamericana celebrada en Barcelona y Madrid.
No ha sido tarea baladí conseguir que una tela con esas dimensiones viajara desde Japón hasta España, aunque las condiciones actuales de transporte distan bastante de las de mediados del siglo pasado. Cuando la obra se exhibió por primera vez en Nueva York en la galería Carstairs, en el año 1950, los operarios tuvieron que izarla por la fachada para que pudiese entrar por una de las ventanas a la sala donde se iba a exponer. El propio Dalí dijo de ella que “era una obra más difícil de trasladar que de pintar”.
El lienzo es un compendio de la simbología daliniana. Ahí está el pan, como elemento fundamental de la Eucaristía y en la producción del artista. “El pan ha sido siempre uno de los temas fetichistas y obsesivos más antiguos de mi obra, aquel al que he permanecido más fiel”, decía. Lo inmortalizó en dos cuadros de una belleza única, ‘La cesta de pan’, fechado uno en 1926 y otro posterior de 1945. Presentes también en ‘La Madona’ están los erizos de mar, como metáfora cósmica, los moluscos y crustáceos que nos devuelven al aire del Mediterráneo, o las ramas de olivo, que ejemplifican la paz y la eternidad.
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