El arzobispo Paul Richard Gallagher ha llevado la voz de la Santa Sede a la Asamblea General de las Naciones Unidas. El Secretario para las Relaciones con los Estados y las Organizaciones Internacionales ha participado como Jefe de la Delegación de la Santa Sede en el Debate General de la Semana de Alto Nivel, dentro la apertura del 80º Período de Sesiones de la ONU en Nueva York este 29 de septiembre. En su intervención –entre el representante de Nicaragua y el de Corea del Norte– ha podido defender la visión y la posición del Vaticano en numerosos temas de actualidad.
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Geografía del conflicto
El arzobispo trazó su particular mapa de “situaciones particulares” para denunciar la “prolongada existencia” de la guerra en Ucrania, donde ciudades se reducen a “montones de escombros” y se pagan “las sonrisas de los niños que deberían estar creciendo jugando en lugar de viviendo entre el sonido constante de las sirenas y en refugios”. “Esta guerra debe terminar ahora. No en un momento indefinido en el futuro, sino ahora mismo”, reclamó, ya que “cada día sin paz le roba algo a toda la humanidad”. Por ello en nombre de León XIV pidió a las naciones “que rechacen la pasividad y presten un apoyo tangible a cualquier iniciativa que pueda conducir a negociaciones auténticas y a una paz duradera”.
Sobre Oriente Medio, defendió “una paz justa y duradera entre Israel y Palestina basada en una solución de dos Estados, de conformidad con el derecho internacional y todas las resoluciones pertinentes de las Naciones Unidas”, apelando a los llamamientos del Papa al respecto pidiendo la liberación de los rehenes, el alto al fuego permanente, la ayuda y el derecho humanitarios. “Cualquier decisión o acción unilateral que altere el estatuto especial de Jerusalén y el statu quo es moral y jurídicamente inaceptable”, añadió sobre la situación de Jerusalén.
Además, apoyó “una transición pacífica y justa” para Siria y alabó el esfuerzo democratizador de muchos países de áfrica, a pesar de que haya elementos delicados como “el autoritarismo”, la “inestabilidad” o la “migración forzada” por situaciones como “la amenaza yihadista, la pobreza endémica, el tráfico ilícito, la crisis climática y los conflictos internos”. Mostró además su preocupación por la situación de violencia en el este de la República Democrática del Congo, “el conflicto fratricida en Sudán” y el desarrollo de los acuerdos de paz en Sudán del Sur. Sobre la situación de América Latina llamó la atención sobre el “tráfico de drogas” y las consecuencias de este, las tensiones en países del Caribe, “la dramática situación en Haití”, el ataque a “la libertad religiosa y otros derechos fundamentales de las personas y la sociedad” en Nicaragua o las tensiones en países del sudeste asiático como Myanmar, Tailandia, China, Camboya y Laos con lo referido al “tráfico de personas”. A esto añadió la evolución de la situación en los Balcanes o el reciente acuerdo de paz entre Armenia y Azerbaiyán.
Una paz desarmada y desarmadora
Más allá de las situaciones concretas, Gallagher hizo resonar la petición de León XIV en sus primeras palabras al mundo clamando “una paz desarmada y desarmadora, humilde y perseverante”. Una petición en sintonía con el lema de la asamblea de la ONU que celebra “más de ochenta años por la paz, el desarrollo y los derechos humanos”, valoren fundantes que, destacó, “son aún más importantes en un mundo cada vez más fragmentado”.
Así propuso que “la comunidad internacional adopte medidas colectivas para prevenir y poner fin a los conflictos, combatir la pobreza y promover los derechos humanos”, germen de la ONU; frente al “aislacionismo que conduce a una inestabilidad impredecible”. En este mundo divido, en cambio, reivindicó que “la Santa Sede tiene la intención de seguir siendo la voz de los que no tienen voz, abogando por un mundo en el que la paz prevalezca sobre los conflictos, la justicia triunfe sobre la desigualdad, el Estado de derecho sustituya al poder y la verdad ilumine el camino hacia el auténtico florecimiento humano”.
“La paz es universal y fundamental para una sociedad bien ordenada y basada en valores”, reclamó el arzobispo recurriendo a la doctrina de León XIV. Y es que, defendió, “una sociedad pacífica y próspera puede construirse mediante un compromiso diario constante con el restablecimiento del orden querido por Dios, que florece cuando cada persona reconoce y asume su papel en su promoción”. Para ello, “la construcción de la paz requiere el rechazo del odio y la venganza en favor del diálogo y la reconciliación”, tanto en las personas como en las instituciones.
Por ello, Gallagher propuso “debe dar prioridad a la diplomacia sobre la división, redirigiendo los recursos de los instrumentos de guerra hacia iniciativas que promuevan la justicia, el diálogo y la mejora de las condiciones de vida de los pobres y los más necesitados”. Por ello apeló insistentemente, como “imperativo moral”, en el desarme y en “fomentar la confianza” frente al temor que general el “rearme masivo”. Apelando a los acuerdos internacionales al respecto, recordó que “se cumplen 80 años desde la primera prueba nuclear en 1945, así como desde los dramáticos bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki” e hizo un llamamiento a prender la lección de un recurso, las arman nucleares, que “es siempre desproporcionado y, por lo tanto, inmoral”.
La persecución de los cristianos
En este contexto, defendió el respeto al Derecho Internacional Humanitario y puso en el foco que “la libertad de pensamiento, conciencia y religión es otra piedra angular de la paz”, pero denunció que “la persecución de las minorías religiosas, en particular de los cristianos, persiste en todo el mundo”. “Más de 360 millones de cristianos viven en zonas donde sufren altos niveles de persecución o discriminación, y los ataques contra iglesias, hogares y comunidades se han intensificado en los últimos años”, reclamó ante la comunidad internacional. Defendiendo que la “libertad religiosa no es simplemente la libertad de no ser perseguido, sino la libertad de profesar la propia fe”, apeló a la colaboración entre la sociedad y el Estado y a apostar por el diálogo interreligioso, que es “un camino compartido hacia el respeto mutuo, la justicia y la paz”.
Como punto de encuentro de las religiones reivindicó la justicia para “salvaguardar la dignidad de la persona humana y promover el bien común”, con todo lo que ello implica, como “defender el derecho a la vida de todas las personas”. En este sentido defendió el “apoyo y promoción del derecho a la vida, desde la concepción hasta su fin natural, como requisito previo fundamental para el ejercicio de todos los demás derechos, y subraya la ilegitimidad de toda forma de aborto provocado y de eutanasia”. En este sentido denunció especialmente “la práctica de la llamada maternidad subrogada, que representa una grave violación de la dignidad de la mujer y del niño”, reclamando “la prohibición internacional de esta práctica deplorable”.
Crisis de migración
Además, hizo un amplio llamamiento a la erradicación de la pobreza y el hambre como “obligación moral”, denunció “las desigualdades globales, ya sean económicas, sociales o medioambientales” o la cuestión de la “cancelación de la deuda” –haciendo justicia a la “verdadera deuda ecológica”– con motivo del año jubilar y la “crisis climática”. El Secretario hizo, también, un retrato de la realidad de los migrantes y refugiados a quienes “no solo se les niega la dignidad en sus países de origen, sino que sus vidas también corren peligro, ya que no tienen los medios para formar una familia, trabajar o alimentarse”. Por ello, propuso, “la respuesta a las crisis de migración, refugiados y desplazamiento debe trascender las consideraciones puramente políticas y adoptar un enfoque ético, humanitario y solidario”.
Gallagher repasó en su discurso los retos de la inteligencia artificial para la dignidad humana si se impone un “paradigma tecnocrático”. Algo que, añadió, afectaría a los derechos de los trabajadores; por ello, propuso, “un sistema económico que dé prioridad a la creación de empleo, en particular para los desempleados, y que fomente las oportunidades de emprendimiento”. Unido a esto instó a apoyar las medidas que “contribuyen a fortalecer la familia”, especialmente para los jóvenes que quieren con el matrimonio experimentar “la naturaleza social del ser humano y aportar una contribución única e insustituible a la sociedad”.
Al vía del diálogo
Más allá del repaso al panorama mundial, Gallagher hizo una defensa clara del multilateralismo pero alejado de la polarización o el lenguaje ambiguo que genera más división. “En el contexto actual, en el que existe una necesidad desesperada de diálogo multilateral entre las naciones, el respeto y el entendimiento mutuos requieren el uso de un lenguaje claro y no divisivo”, señaló sin concretar la cuestión sobre la denominación de “genocidio” a lo que está ocurriendo en Gaza.
“Las Naciones Unidas siguen siendo un foro vital en el que todas las naciones entablan un diálogo como soberanos iguales para abordar los retos mundiales”, reivindicó Gallagher ante la “creciente crisis de credibilidad dentro del sistema multilateral”. Para ello concluyó su intervención proponiendo que “se renueve el compromiso con los principios originales consagrados en la Carta de las Naciones Unidas” en torno a “lograr un equilibrio entre los cuatro pilares de las Naciones Unidas: la promoción de los derechos humanos, el mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales, el logro del desarrollo sostenible y la defensa del estado de derecho”.