'Otello', representado en el Teatro Real de Madrid
Verdi dio forma, musical y teatralmente hablando, a uno de los mayores y mejor creados malos de la historia de la ópera. El Iago de ‘Otello’ no tiene rival. Es la maldad sin el menor atisbo de remordimiento.
Es, fundamentalmente, un histrión que enreda mucho y con gran habilidad y sabe decirle a cada uno lo que ha de oír y lo que necesita escuchar, aun sabiendo –de ahí sus tejemanejes– que sus palabras van a provocar un terremoto en el oyente. El moro Otello le escucha y le cree, lo mismo que Roderigo, enamorado secretamente de Desdémona, esposa del moro, a quien mata por celos; y que Cassio, conducido al precipicio con embustes.
Y todo ello con un elemento tan simple como un pañuelo bordado. Eso… y una cabeza privilegiada para urdir lo peor. Es el villano. Para él compuso Giuseppe Verdi el llamado “Credo de la maldad”, en el que da rienda suelta a sus pensamientos sobre un Dios de tintes más que oscuros. Este Credo, que no estaba en la obra shakespeariana que influyó en el compositor de Busetto (al parecer, antes incluso de fijarse en el soberbio texto del bardo inglés, se inspiró en el texto de un autor italiano titulado ‘Il capitano moro’).
“Creo en un Dios cruel que me creó a su semejanza y que nombro con ira. […] Creo que el hombre justo es un histrión burlón, y que tanto su rostro como su corazón son falsos: lágrimas, besos, miradas, sacrificios y honor. Y creo que el hombre es el juguete de un destino injusto, desde el germen de la cuna hasta el gusano de la tumba…”.
Cada palabra y cada frase, al compás de una música acorde, tremenda. La declaración de principios de Iago es terrible, pero cree en cada uno de ellos. La mano derecha de Otello es despiadado, un descreído que únicamente cree en su poder, el de la palabra. Su retrato de Dios es inmisericorde, como lo será él, capaz de urdir un plan que dinamitará los cimientos del reino de Otello, el capitán que ha hundido el honor sarraceno.