España

Rosa Ruiz: “Nada da mayor alegría a Dios que una persona que no se contenta con sobrevivir”

| 15/09/2025 - 12:50

La teóloga presenta este miércoles 17 de septiembre en Madrid su último libro: ‘Y el Espíritu abrazando la carne’





La teóloga y psicóloga Rosa Ruiz Aragoneses presenta este miércoles 17 de septiembre, a las 18:30 horas en la Librería Paulinas de Madrid (Calle San Bernardo, 114), su último libro: ‘Y el Espíritu abrazando la carne’ (Tirant Editorial). Estará acompañada por Gabino Uribarri, SJ y Nurya Martínez Gayol, profesores de la Facultad de Teología de la Universidad Pontificia Comillas.



“El núcleo de este trabajo aborda la acción del Espíritu Santo en la humanidad, la nuestra y la de Cristo, que en la Iglesia creemos que es la misma (aunque a veces no lo parezca). Y esto a través de la mirada de san Ireneo“, explica en conversación con Vida Nueva.

Según señala, “el término clave que propongo es ‘unción progresiva’. Es decir, en la humanidad de Jesús, como en la nuestra, la acción viva del Espíritu Santo es una fuerza dinámica continua y progresiva, que nos va asemejando al Hijo hasta conducirnos al Padre. Ese es el ‘abrazo del Espíritu a lo humano’ que al ungirnos nos va divinizando, por así decirlo”.

“La gloria de Dios es que el hombre viva”

PREGUNTA.- “La gloria de Dios es que el hombre viva” es quizá la gran enseñanza de san Ireneo. Tantos siglos después, como estudiosa de su obra, ¿cómo le interpela esta frase en su caminar como creyente?

RESPUESTA.- Bueno, no diría que es la gran enseñanza, pero sí que quizá es una de las frases que más se han popularizado. La frase completa dice: “La gloria de Dios es que el ser humano viva y la gloria del ser humano es ver a Dios”. Podría traducirse más o menos así: nada da mayor gloria a Dios, mayor alegría, mayor alabanza que una persona que vive y que vive en abundancia (In 10,10), que es un “vividor”, que vive a tope con todo lo que es, luces y sombras, carencias y potencialidades, pero que vive, que no se contenta con ir tirando, con sobrevivir. Solo eso ya me parece un subrayado y un cambio de enfoque que merece la pena. Y acaba la frase dando la vuelta: “Y nada hay que más gloria dé a una persona que ver a Dios, estar con Él, llegar a Él, relacionarse con Él”. Imprime una fe en el futuro y en el final, que tampoco creo que tomemos tan en serio o tengamos muy presente, por desgracia.

Tiene muchas implicaciones: Monseñor Romero se permitió modificarlo ligeramente y decir: “La gloria de Dios es que el pobre viva”. Creo que Ireneo sonreiría y estaría totalmente de acuerdo.

O en otro sentido: nada agrada más a Dios que una persona viva, que pongamos a la persona en primer plano siempre, que nada se anteponga al cuidado y el respeto a la dignidad de un ser humano. Todo lo demás, si no está esto, a Dios no le da gloria.

P.- ¿Y qué aspectos de su pensamiento cree que han sido menos explorados?

R.- Últimamente se ha estudiado mucho san Ireneo; tiene un lenguaje muy plástico, muy visual, muy cercano, muy amable. Eso es bueno, pero al mismo tiempo domestica un poco su pensamiento, porque creemos conocerle con un par de frases o tres muy potentes. Ahora, no es casualidad que sea una de las líneas de la patrística que más acalladas han quedado de los primeros siglos frente a otras que convivieron en su época.

Por ejemplo, su pasión por el Espíritu Santo de un modo tan concreto y cotidiano, o el valor que da a la carne, a lo humano, a lo frágil, a lo caduco, a lo que no es Dios en definitiva. Porque para él, el poder de Dios, la acción del Espíritu solo puede darse aquí y ahora, en esta historia, en este ser humano y no en otro. Creo que nos han enseñado a renunciar a la carne (como término teológico), al cuerpo, a lo falible, a lo imperfecto… ¡habría cientos de concreciones!, como camino privilegiado para encontrarnos con Dios. Ireneo dice justo lo contrario. Dios nos ha creado a imagen del Hijo para que tal como somos, dejando que el Espíritu recibido por creación crezca en nosotros, vayamos creciendo progresivamente, siendo cada vez más nosotros mismos. Nuestra mejor versión. En esa expresión que ahora utilizamos tanto. En clave creyente esa mejor versión proviene de la mirada y de la mano de Dios y solo se hace realidad desde la pura libertad del ser humano que por amor, no por ofrecer un sacrificio o algo así, diga: adelante, vamos allá, hágase tu voluntad, voy contigo.

¿No es llamativo que la urgencia por recuperar al Espíritu Santo en nuestra vida coincida con la urgencia de recuperar el valor del cuerpo y lo humano?

Rosa Ruiz, en el Congreso de Escuelas Católicas

P.- Precisamente Ireneo reflexionó sobre las herejías. Muchos, dentro de la propia Iglesia, han tachado de hereje a Francisco. ¿Qué pensaría el santo?

R.- Bueno, su gran obra o, al menos, lo que nos ha llegado de él, son cinco volúmenes titulados en griego así: ‘Contra los Herejes’. Pero seamos cautos, que las palabras van cargándose de sentido y no significaba lo mismo en el siglo II que ahora.

En el inicio, en griego, herejía (‘haíresis’) viene de ‘hairetikós’, que significa “el que elige” o “el que es capaz de elegir”. Por tanto, tenía un significado neutro, no peyorativo: una herejía era una elección personal y propia frente a otras doctrinas o escuelas de pensamiento. Otra cosa es que, en los primeros siglos, incorporar explicaciones que rompían la unidad de pensamiento de la comunidad naciente, se vivía como una amenaza. Entre los siglos II-III, en plena clandestinidad por las persecuciones, los creyentes buscan dar razón de su esperanza, acordar pequeñas confesiones de fe que les permite reconocerse entre ellos y, a la vez, hace necesario saber qué no son y en qué no creen. Lo mismo que nos ocurre a cualquiera en el propio proceso de identidad.

En definitiva, Ireneo dialoga con otras corrientes y refuta a los herejes convencidos de la necesidad de profundizar, de matizar, de no contentarnos con una fe que no piensa y no se atreve a buscar. Ese es el gran valor. Además, de que a lo largo de la historia, cada herejía puede entenderse como un virus: ataca la salud y el equilibrio global, pero también provoca que el mismo sistema genere nuevos recursos para hacerle frente. Sin herejías, no habría avance. Ahora bien, la historia de los dogmas nos muestra que no pocas veces, intuiciones consideradas heréticas en un momento, dieron lugar a fórmulas perfectamente aceptadas, y al revés: afirmaciones integradas en el cuerpo unitario de una confesión de fe, llevadas al extremo o inmovilizadas sin posibilidad de dialogar con otros, se convirtieron en herejía.

P.- En la Iglesia hablamos hoy de unidad, pero no uniformidad. Como artesano de la unidad, ¿cómo puede hoy inspirar san Ireneo el caminar juntos en la diversidad? 

R.- Francisco lo proclamó doctor de la unidad. Y también parece que su mismo nombre va en ese sentido: Ireneo, pacífico o artífice de paz. Y así actuó en múltiples cuestiones de la primera Iglesia, evitando que se rompiera la unidad por temas como la fecha de la Pascua… Tendría que hacernos pensar qué cuestiones seguimos poniendo por encima de la unidad y el bien común, también a día de hoy, ¿no?

Pero la unidad de Ireneo es también un prisma para su teología unitaria que no nos vendría nada mal ahora. Un solo Dios, un solo Padre, un solo Hijo, un solo Espíritu, una sola historia, una sola humanidad, una sola persona y no partes. Desde los inicios, de vez en cuando resurgen corrientes que, con un sentido u otro, prefieren hablar de múltiples planos de realidad, dioses y grados de humanidad y divinidad, de perfección… Cuando optamos por no ver la realidad como una unidad llena de diversidad, acabamos generando relaciones de poder y sumisión que nada tienen que ver con el Evangelio.

Etiquetas: teología
Noticias relacionadas