Todo empezó con una sonrisa. O tal vez con un ascensor roto. Joy y Andrea tienen recuerdos casi idénticos de cuando se dieron cuenta de que su historia se convertiría en una gran historia. Y ambos saben que ha sido extraordinaria desde el principio. Nos encontramos con Joy y Andrea en un apartamento agradable y acogedor, un lugar lleno de vida cedido por la parroquia San Gabriele dell’Addolorata en el barrio romano Tuscolano-DonBosco, donde la monja ursulina Rita Giaretta y su compañera Assunta Pavanello viven en fraternidad con mujeres jóvenes, a menudo supervivientes de trata. Estamos sentados en una mesa que ha visto muchas cosas: conversaciones, oraciones, decisiones y momentos de celebración. Es aquí, justo aquí, donde Andrea le pidió a la hermana Rita la mano de Joy. Porque estaba claro para todos que la hermana Rita es la madre de Joy.
Joy Ezekiel, nacida en 1993 en Benin City, en el sur de Nigeria, emprendió uno de esos viajes de los que es difícil hablar porque encogen el corazón. Con 23 años partió hacia Italia engañada con falsas promesas. El desierto fue una dura prueba, pero Libia se tornó en un infierno. Allí malvivió con 1.000 personas en un sótano, padeció hambre, humillación, y violencia de todo tipo, incluidas las violaciones masivas. Después se embarcó en una peligrosa travesía por el Mediterráneo en un bote con 150 personas que quedó a la deriva en mar abierto. “¿Quién sabe navegar?”, recuerda que gritó alguien. No sabía nadie. Allí había una madre que levantaba a su bebé hacia el cielo para rezar a Dios que las salvara. Finalmente, apareció un barco en el horizonte. Pero, para entonces, ya habían perecido cuarenta y cinco personas.
Italia parecía el paraíso prometido para Joy. Pero pronto resultó ser otra forma de esclavitud. La mujer de Castel Volturno, un gran municipio de la provincia de Caserta en Campania, que había financiado su viaje ahora exigía su tributo: la prostitución. Pero primero la Madam la llevó a un hombre que le arrancó a su hijo no nacido de su vientre. Joy había llegado a Italia embarazada de cuatro meses. Unos días después del aborto forzado estaba en la calle y tenía su primer cliente. Tuvo que saldar una “deuda” de 35.000 euros con la Madam. Durante un año vivió una vida de completa desesperación. Joy rezaba para tener clientes para acabar con su yugo cuanto antes. Hoy cree que más bien debería haber rezado a Dios para que la liberara.
Un día lo consiguió. Escapó y alguien la ayudó. Los agentes de policía la llevaron a casa de Sor Rita, a Casa Rut, un lugar para curarse. “Le pedí perdón a Dios porque pensé que ya no estaba junto a mí”, dice. Rita, la religiosa de ojos brillantes y corazón abierto, se convirtió en su madre. Joy volvió a empezar en Caserta. Aprendió italiano, obtuvo su diploma de secundaria y trabajó en una cooperativa. Después se fue a Roma y consiguió su diploma en mediación intercultural. Participó en muchas charlas contando su historia y la de muchos otros. Dando voz a la esperanza. Y entonces, apareció Andrea Francalanci.
Joy, que asistía en Roma a un curso para trabajadores sociosanitarios, visitaba con frecuencia el apartamento de la hermana Rita, en un sexto piso. Andrea, nacido en Arezzo, trabajaba en un estudio de grabación en el mismo edificio. Un día el ascensor se estropeó. Joy entró al estudio, curiosa: “¿A qué os dedicáis aquí?” “La sonrisa”, dice hoy Andrea, “esa sonrisa me dejó sin aliento”. No podía olvidar esa sonrisa. Le preguntó al conserje: “¿Quién es esa chica?” “¿Te refieres a Joy?”, respondió el portero que le entregó el libro prologado por Francisco que cuenta la historia de Joy. Andrea lo leyó. La sonrisa que había “plantado algo en mi corazón” adquirió un horizonte inesperado.
Se cruzaron de nuevo unas semanas después. El ascensor volvió a funcionar y Andrea acompañó a Joy al sexto piso. Se sintió “un poco atrapado”. Comenzaron a reír. Y ella decidió darle su número: “Así ya no tendrás que preguntarle más al conserje”. Luego un día pasearon por Villa Borghese y surgió una pregunta: “¿Qué quieres en esta vida?” Joy quería un futuro, una familia, alegría y felicidad. Andrea quería lo mismo. En relaciones anteriores, “nunca estuve seguro de hasta dónde podía llegar, todo estaba siempre un poco en el aire”, dice hoy. Pero con Joy todo estaba claro.
Se casaron el 5 de octubre de 2024. Una boda para toda la parroquia, para todo el barrio, porque el amor se contagia y se desborda. Rita fue la wedding planner, la florista y la organizadora, tanto que en un momento dado tuvieron que decirle que parara: “¡Ahora vete con tu hija, estás haciendo demasiado!”. Sor Rita acompañó a la novia al altar, como hubiera hecho cualquier padre. Recuerda que estaba nerviosa y le temblaban las rodillas. “Nunca hubiera pensado que, en el camino de mi vida, siendo religiosa, me iba a pasar algo así, que Dios me diera también el don de acompañar a una hija hasta el altar. Era como si él también acompañara a Joy, pero me necesitaba y a Andrea también”.
Joy dice de Andrea: “Me encanta todo de él. Su sonrisa, sus gestos, su voz tranquila. Él es amor para mí”. Andrea dice de Joy: “Para mí ella es lo que dice su nombre: una gran alegría”. Al principio su familia tenía algunos prejuicios típicos contra la novia nigeriana. Pero una muchacha con esta fuerza y esta esperanza los conquistó a todos. “Dios cree en nuestro proyecto”, dice hoy Andrea.
Sin embargo, sor Rita al principio dudaba un poco. Señala que sus hijas a menudo se casan demasiado rápido para poder dejar atrás su pasado. “El corazón manda, pero también hay que trabajar el amor. El amor debe convertirse en un regalo”, asegura la religiosa. Como en el caso de Joy y Andrea: “Querían crecer juntos, no solo encontrar un hogar. Querían descubrir juntos el plan de Dios”. Y ese proyecto era crear una familia, abierta a los niños y abierta a lo que les rodea, una luz para los demás.
Y quizá haya sido así desde el principio. Una sonrisa. Un ascensor roto. Dos jóvenes que se encuentran. Una historia más grande de lo que se pudieron imaginar.
Y un amor que dura porque ama.
*Reportaje original publicado en el número de marzo de 2025 de Donne Chiesa Mondo. Traducción de Vida Nueva