León XIV, durante el jubileo de los jóvenes en Tor Vergata
“¡Agua con gas bien calentita!”, responde María en el grupo de WhatsApp de amigos al ver mi foto en Tor Vergata. Es el primer recuerdo que le viene a la mente a aquella peregrina cuando le cuento que ya estoy en esa misma explanada en la que hace 25 años celebramos el Jubileo del año 2000 con Juan Pablo II. Teníamos 17 años y, pese a la sed, preferíamos echarnos el agua con gas por el cuerpo para refrescarnos que bebérnosla, por el calor que teníamos. Mis amigos me preguntan sobre esta Tor Vergata y las temperaturas. Les respondo que el clima ha sido benévolo con los peregrinos porque hay nubes que les dan tregua y sopla un viento fresco inusual para el agosto romano. Hasta en las condiciones meteorológicas, la experiencia de 25 años después en ese mismo recinto ha sido distinta. ¿O no ha sido tan distinta?, ¿estos peregrinos son “los nosotros” de hace 25 años?
Hay diferencias que se ven enseguida a pie de saco de dormir y esterilla. Una clara son esos apéndices que se han convertido en una prolongación del brazo de nuestros jóvenes, el teléfono móvil. Hace 25 años, nuestros padres podrían considerarse afortunados si habían recibido una o dos llamadas nuestras desde Roma y apurábamos el carrete de 32 fotos seleccionando muy bien qué momento inmortalizar. Ahora, mientras esperaban al papa León XIV para la gran vigilia de oración, los peregrinos se reparten por los pasillos centrales pidiendo selfies con un cartel en la mano. No importa el idioma que hablen, todos entienden el mensaje e inmediatamente pertrechados con el smartphone, captan una imagen de grupo. Por el camino, otros chicos, con otro cartel, ofrecen free hugs, abrazos gratis, una moda que no se había hecho viral en las redes sociales hace 25 años porque estas ni existían. Más allá de los detalles digitales, hay otros “analógicos” que hablan de unos jóvenes que sí son como los de antes. Les observo firmando las camisetas de otros chavales de países que ni saben localizar en el mapa. Se intercambian la gorra, un rosario, el número de teléfono… como hace 25 años.
Más adelante, aparecen banderas de países que hace un cuarto de siglo ni existían, como Sudán del Sur; o banderas de países milenarios que han cambiado, como la de Siria. Farah la ondea con orgullo. Le tiro un beso. Ella me lo devuelve y se gira para hacerse un selfie con unos chavales de Corea del Sur. El lenguaje universal “de siempre” se mezcla con el de ahora en una generación nueva que saluda a un nuevo Papa. Y lo hace como nosotros, es decir, corriendo tras el papamóvil mientras León XIV hace acto de presencia en Tor Vergata. “Esta es la juventud del Papa”, vuelve a resonar en la distancia.
“Es la misma juventud. Gracias a Dios, lo más humano de nosotros se veía en la juventud de entonces y se ve en la de ahora. Son jóvenes distintos porque todo está marcado por la tecnología. Por eso, el encuentro de tú a tú que vivíamos día a día, para ellos es una experiencia única. Aquí en Tor Vergata lo están viviendo, les está liberando de la pantalla y propiciando que estén más entregados al trato personal”. Lo cuenta a Vida Nueva el sacerdote David Calahorra, delegado de jóvenes de la Diócesis de Alcalá de Henares. En el año 2000, tenía 20 años y era seminarista. Hoy, 25 años después, se ha traído a 125 chavales para vivir en Roma lo que él vivió, “un testimonio enorme en aquel momento de preparación al sacerdocio”. “Fue impresionante esa llegada de Juan Pablo II en helicóptero y Tor Vergata vibrando con él”, rememora.
Gabriel Díaz también vivió así la emoción de encontrarse con Wojtyla hace 25 años. Entonces, en aquel simbólico año 2000, él tenía 22 y era seminarista de la Diócesis de Getafe Hoy, como sacerdote, ha venido con su grupo de la parroquia San Vicente de Paúl de Valdemoro. Para él, la principal diferencia es “que entonces no estábamos pendientes del móvil porque no lo teníamos”. Al tiempo, asegura que su grupo “son chavales muy transparentes, que confían mucho en los sacerdotes, pero quizá les falta más profundidad que a nosotros”. Él confía en que Dios hará el resto: “Tengo esperanza en este Jubileo, sí; porque he visto que el 2000 dio frutos que ahora se ven y creo que estos chicos también darán mucho fruto”. Además de fruto en vocaciones religiosas, Roma 2000 daría fruto en forma de “hijos”, ya que algunos jóvenes de la diócesis llegados a Tor Vergata son los retoños de quienes peregrinaron en el año 2000.
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