América

Un ‘cura de Ars’ español para Bogotá

| 24/07/2025 - 13:16





Antonio Cano García-Viso, hijo de la Caridad que ha desarrollado buena parte de su vocación en las localidades madrileñas de Leganés y Getafe, volcado en todo tipo de iniciativas sociales, está viviendo una segunda vida espiritual como misionero. Primero llegó a Ixtapalapa (México), hace seis años, y, desde hace uno y medio, está en Bogotá, la capital de Colombia.



Como explica a Vida Nueva, está en el llamado Patio Bonito, “un barrio considerado peligroso y de mala fama”, aunque “muy vital y hoy más tranquilo”. Ahí se encarna “esa bella imagen de la Iglesia, que nos dejó el papa Francisco, de un hospital de campaña en una zona de guerra”. Y es que “la vida cotidiana para la mayoría de la gente es una batalla diaria por salir adelante. Desde los niños que se levantan muy temprano para ir a escuelas lejanas, a sus padres, que tienen que hacer cuatro horas de transporte al día en el famoso Transmilenio (que es un verdadero campo de batalla en hora punta). Sin olvidar a los abuelos, que hacen fila a las cuatro de la madrugada para que les den sus medicamentos. Todo es difícil”.

A las cinco, en el confesionario

Para tratar de ser medicina del alma, “cada tarde, a las cinco, me meto en el confesionario. Todavía no hay un día en que no haya confesado a nadie… Es un hecho que toda nuestra gente resultó herida en alguna batalla de la vida. Y vienen a la parroquia a encontrar alivio y curación a sus heridas. En el confesionario escucho mucho dolor. Muchas heridas de la infancia que no se han podido trabajar y les atormentan hoy”.

Sobre lo que más oye, son expresiones como estas: “Soy muy malgeniada, padre, no sé qué me pasa”; “estoy triste y no sé por qué”; “siento rabia y frustración”. Cuando tratan de buscar el origen de esos sentimientos, “a muchos se les saltan las lágrimas y me hablan de la infancia”. Y ahí brota otro alud de palabras: “Me abandonaron”; “nunca me amaron”; “me violaron”; “me mataron a mi hijo”; “mi esposo tiene otra mujer”; “tuve que abortar”… Y, así, “tantas y tantas heridas. ¡Tanto dolor que a veces se te parte el corazón!”.

Antonio Cano, misionero español en Bogotá

Siguiendo la estela del ‘cura de Ars’ (Juan María Vianney, sacerdote francés del siglo XIX que revolucionó la vida de su pequeño pueblo ofreciendo ternura desde el confesionario), Cano relata cómo “la gente viene a la fuente de la sanación, que es Dios. Salen del confesionario transformados por la gracia, por la misericordia entrañable de un Dios que llevaba años esperándoles. Pero hay personas que están tan heridas que son como un recipiente roto… Así, aunque la gracia se da a raudales, se desparrama en un corazón que no tiene capacidad de retener ese amor. Siento cómo Dios les ha perdonado, pero no puedo evitar preguntarme: ¿serán capaces de perdonarse a sí mismos?”.

Proceso terapéutico

Para encauzar un “sí” luminoso, “hemos puesto en marcha un centro de atención psicológica, pues hay traumas y heridas que solo se pueden curar haciendo un trabajo terapéutico. Yo se lo explico a la gente con la imagen de una cicatriz. Cuando esta está curada, recuerdo el dolor que tuve, pero este ya desapareció. Pero, cuando una herida se recuerda y duele, es que está infectada. Y hay que volver a abrir, sacar la infección y curar. Ese es el proceso terapéutico”.

Aunque, “por supuesto, el que sana es Dios. Solo un amor incondicional puede sanar las heridas del amor. Esta sintonía entre lo espiritual y lo psicológico creo que es algo importantísimo en el proceso de evangelización. ¡Que alegría siento de poder enviar a las personas a unas psicólogas que les van a ayudar mucho!”.

Por ello, puesto que “cada tarde el templo recibe a multitud de heridos para ser sanados y aliviar sus penas”, siente dolor al intuir que “los más heridos, los que más necesitarían ser aliviados, no llegan a la parroquia. No saben que muy cerca de ellos hay un hospital con las puertas bien abiertas para recibirles”.

Barreras invisibles

Todo por “unas barreras invisibles que separan a la gente más pobre de la Iglesia. Son muchas y variadas las causas de estas barreras, pero las hay. En nuestro barrio hay muchas personas que dedican largas horas de trabajo a rebuscar entre la basura todo lo que luego se pueda reciclar. Luego, clasifican, limpian y pican el plástico u otro material. Trabajan en unas condiciones muy duras… Aunque algunos vienen a misa, siento que hay una barrera invisible que nos separa de ellos”.

Otra realidad es la de los “muchos migrantes venezolanos, que dejaron su país buscando unas mejores condiciones de vida y de libertad. En Colombia hay varios millones y muchos viven en nuestro barrio. Rentan pequeños apartamentos o piezas. Trabajan en los empleos más precarios. Y sienten el desarraigo de la migración. Aunque algunos también vienen a misa, siento que hay una barrera invisible que nos separa de ellos”.

Y otro síntoma… “Tiempo atrás, se confirmaron 83 jóvenes de entre 14 y 18 años. Tuve el privilegio de confesarlos a todos. Escuché mucho dolor, pero también mucha esperanza. A todos les gustó la catequesis, gracias al esfuerzo de las catequistas para ayudarles a crecer como personas y creyentes. Les invitamos con insistencia a participar en el grupo juvenil. Solo un pequeño número vino. Siento que hay una barrera invisible que nos separa de ellos”.

Toda una familia sin bautizar

Y un último ejemplo: “Hace unos meses, un niño de cinco años se ahogó en una alcantarilla. Tanto él como casi toda su familia estaban sin bautizar… Debido a unas condiciones de vida muy duras, la abuelita del chico no pudo bautizar ni a sus hijos ni a sus nietos. Todos viven en su casa”.

Ese alud de experiencias “nos ha hecho tomar conciencia de la cantidad de gente que no puede acceder a los sacramentos porque les falta algún papel o no tienen el dinero suficiente para pagar el donativo obligatorio. Lo hablé con el canciller de la diócesis y nos animó a hacer unos bautizos comunitarios, pues el obispo no quería que nadie se quedara sin el bautismo por un papel o por dinero”.

Tras ese permiso, “el día que lo anuncié en la misa, la gente aplaudió espontáneamente”. El plan es “bautizar a los menores de diez años. A los que tienen entre diez y 18 años los animaremos a hacer la catequesis (aunque, si hay algún caso complicado, lo bautizaremos). Y, a los mayores de 18, los prepararemos para recibir los sacramentos que les falten”.

Con pasión, el misionero destaca cómo “la comunidad se moviliza y cada tarde, de calle en calle, salimos de misión a anunciar los bautizos comunitarios. Hacemos una misa en cada barrio y, tras cada ceremonia, todos podrán venir a inscribirse”. “¿Será que conseguiremos romper esas barreras invisibles?”, se pregunta un ilusionado Cano.

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