España

El hermano marista Lycarion, mártir de la Semana Trágica, ya es beato

| 13/07/2025 - 10:21

Barcelona acogió la celebración presidida por el cardenal Marcello Semeraro que destacó del educador de los obreros que “su martirio puede considerarse como la cumbre y el sello de su vida”





La iglesia de San Francisco de Sales de Barcelona, adyacente al colegio Maristas La Inmaculada, acogió este 12 de julio la beatificación hermano marista Lycarion. Una celebración que ha estado presidida por el cardenal Marcello Semeraro, prefecto del Dicasterio para las Causas de los Santos. Un acto que ha contado con el arzobispo de Barcelona, el cardenal Juan José Omella, sus obispos auxiliares Javier Vilanova i David Abadías, y el arzobispo Joan-Enric Vives, obispo emérito de Urgell; así como diferentes responsables de los hermanos maristas.



François Benjamín May, también conocido como hermano Lycarion, fue un religiosa marista nacido en Suiza. Se educó en Francia y desarrolló su misión en el noreste de España, en Cataluña y el País Vasco. Destacó como educador competente y dedicado y se caracterizó por su firmeza y al mismo tiempo por su carácter abierto y alegre. Fue enviado a fundar el colegio marista de Pueblo Nuevo, en las afueras de Barcelona. Un centro que estaba dedicado a la educación de los hijos de las familias obreras de la zona donde consiguió hacer de la escuela un modelo de cómo formar buenos cristianos y virtuosos ciudadanos. Al estallar la llamada Semana Trágica de Barcelona, la rebelión anarquista quemó templos, conventos y escuelas, precisamente el primero en ser incendiado fue el colegio de Pueblo Nuevo. A la mañana siguiente, los hermanos fueron sacados de su comunidad y, al llegar a la puerta, el hermano Lycarion fue herido de bala y murió rápidamente.

Educador del corazón

En su homilía, Semeraro, destacó que el hermano Lycarion en la educación de hijos de obreros, encarnó el espíritu del evangelio. Asesinado en medio de las tensiones sociales de la Semana Trágica de Barcelona en 1909, su muerte fue fruto del odio y la incomprensión hacia todo lo que representaba: la educación cristiana, la presencia de la Iglesia en la sociedad y la opción de vida consagrada al servicio de los demás.

La violencia, para el prefecto, “es el drama de siempre” señaló recordando la denuncia del papa Francisco de la “guerra mundial en pedazos” en un mundo herido por conflictos, injusticias y odios que siguen sembrando sufrimiento. Una violencia que surge del egoísmo de quien piensa que “los demás no existen, solo existo yo”, del individualismo moderno, que se traduce también en sistemas políticos, económicos y sociales basados en la opresión y la desigualdad. Frente a esto propuso la lógica del don de sí mismo, de l “arte del encuentro” que para los cristianos adquiere un rostro concreto: Jesús, que “me amó y se entregó a sí mismo por mí”.

Para el nuevo beato, prosiguió, la educación no se limitaba a transmitir conocimientos, era “un verdadero acto de amor y servicio”. Su labor con los hijos de los obreros encarnaba la esencia del carisma marista: atención a la persona, formación cristiana, cercanía y responsabilidad social. Esa entrega lo convirtió en objetivo para quienes, desde posiciones anarquistas y anticlericales, querían erradicar la influencia de la Iglesia y sustituirla por una escuela antirreligiosa. Por eso, destacó, “su martirio puede considerarse como la cumbre y el sello de su vida”, dijo Semeraro. No fue simplemente víctima de la violencia de su tiempo, sino testigo hasta el final de aquello en lo que creyó: educar, servir, amar.

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