Bordados refinados o remiendos de tela, vestidos de alta costura o delantales de cocina, da igual. Lo que importa es enhebrar una aguja y dar una puntada tras otra, marcando el ritmo del pedal de la vieja ‘Singer’ y del fluir de la respiración que destierra el recuerdo del horror, de las heridas que marcan el cuerpo y minan la mente. Unir bordes y remendar heridas: este podría ser el lema que acompaña la misión de la hermana Rosemary Nyirumbe.
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Religiosa de la congregación del Sagrado Corazón de Jesús, matrona, licenciada y con un máster en ética y sociología del desarrollo, creó el centro de Santa Mónica en Uganda, salvando a miles de niñas secuestradas y esclavizadas por los rebeldes del Ejército de Resistencia del Señor, LRA. ‘Time’ la reconoció en 2014 como una de las 100 mujeres más influyentes del mundo; recibió el Premio Women Impact de ONU Mujeres; y CNN la nombró la heroína del año en 2007. La llamaron la Madre Teresa de África. Con 69 años de energía y determinación, y una estatura de un metro sesenta, ama la palabra sencilla, convertida en realidad a través de la acción.
“A lo largo de mi vida, caminar con esperanza siempre ha significado acercarme a las personas vulnerables, comprender su dolor e intentar ponerme en su lugar. Intento dar esperanza de forma práctica, ayudándolas. Sin hablar de Dios porque el mero hecho de estar ahí da testimonio de mi fe en Dios, que cuida de todos”, dice. En su biografía, Rosemary Nyirumbe, ‘Cosiendo esperanza’: La mujer que devuelve la dignidad a los niños soldados, la monja relata la situación que determinó su vocación. Los soldados del LRA secuestraron a miles de menores de escuelas y hogares, asesinando a sus familias y maestros y obligándolos a luchar. A los niños se les ordenó violar y matar; a las niñas, algunas de las cuales acababan de entrar en la pubertad, se las llevaron al bosque, las utilizaron como esclavas sexuales y las dejaron embarazadas por hombres mucho mayores que ellas. Los labios de los que brotaban protestas o gemidos fueron cerrados con candado o amputados. Les arrancaron los lóbulos de las orejas y la nariz, y las manos desde las muñecas, a golpe de panga, un machete largo y afilado. Los prisioneros que intentaron escapar o se negaron a cumplir las órdenes de matar a sus familiares eran ejecutados con un disparo de pistola”.
El camino de Rosemary se ha cruzado con el de miles de estas jovencísimas mujeres. “Para ellas, la esperanza era alguien que las comprendía. Al conocerlas, sentí claramente lo destrozadas y apartadas que estaban. Nosotras las abrazamos y aceptamos como venían porque la vida que les habían robado podía reconstruirse. Por eso, siempre hablo de coser, de remendar los rotos. La máquina de coser, les digo, ‘es justo lo contrario de las ametralladoras con las que te enseñaron a destruir la vida’”.
Escuela de costura
Abrir la escuela de costura, luego un negocio de catering, luego un centro de día para los hijos de la violencia. Multiplicar los locales para las numerosas solicitudes y encontrar benefactores y ayuda no fue fácil. Por no hablar del miedo. “Los momentos más difíciles de mi vida fueron aquellos en los que temí encontrarme cara a cara con los rebeldes. Me preguntaba: ¿Estaré viva mañana?’. Era el mismo miedo que tenían estas mujeres. Así comprendí lo que era vivir y perder la esperanza. Recé una sencilla oración: ‘Dios, si llega el momento de encontrarme con estos rebeldes, haz que los respete y que ellos me respeten. Para que puedan ver tu rostro en mí. Y yo ver tu rostro en ellos’. Quiero que entiendan que estoy dispuesta a aceptarlos también”.
Y eso fue lo que pasó un día. “Un rebelde se escondió en nuestra cocina. Estaba bloqueada. Pero tuve que armarme de valor y preguntarle: ‘Por favor, ¿qué haces aquí? ¿Puedes irte? Porque si otros soldados vienen a buscarte pensarán que soy una colaboradora y nos matarán a ambos’. Se lo dije con amabilidad, no lo planeé. Se fue, y luego regresó después y dijo: ‘No quiero meterte en problemas’. Y recogió todas las balas que tenía escondidas en la cocina”.
Algunas mujeres la han conmovido. La primera era una chica que compartía habitación con una amiga. Un día me dijo: ‘Hermana, me siento mal compartiendo habitación con esa chica porque descubrí que, cuando estábamos en cautiverio, fui una de las que mató a sus padres. Ella no me conoce, pero ahora que lo sé, me siento muy culpable’. Le dije que hablara con ella, que no tenía la culpa de lo que les habían obligado a hacer. ‘Ahora vivid juntas. Te acepta como hermana y la ayudas a cuidar a su bebé. Perdona y sigue adelante’”.
Pequeña pero gran mujer
Los proyectos de la religiosa han tenido repercusión internacional. “Eran diferentes a las mujeres de Uganda, pero también necesitaban renacer. Apreciaban que soy yo misma y no pretendo ser una persona diferente. Vivo mi vida. Muchas desconocen que tengo una cierta formación y me da igual. Quiero ser un ejemplo con mi esperanza, mi oración y con proyectos para la promoción de la mujer”. La fuerza y la sencillez de esta pequeña, pero gran mujer, la han hecho creíble ante quienes han sido violadas y redimidas a través del trabajo; ante las guerrillas, que la han dejado en paz y no han atacado las escuelas; ante los estudiantes de Oklahoma y otras universidades, que asisten a sus seminarios sobre negocios y cooperativas que dan trabajo y dignidad a las mujeres africanas; y también ante los benefactores estadounidenses, que han encontrado en sus proyectos una semilla de esperanza para la humanidad y un sentido más profundo a su existencia.
Al final de su autobiografía, Rosemary afirma que nunca debemos dejar de soñar. ¿Qué espera para su futuro? “Hoy sueño con ayudar a los niños de Sudán del Sur, donde hemos iniciado un programa de alimentación y adonde llevamos el cacahuete que cultivamos en Uganda. Quiero que las mujeres y la gente de Uganda participen en esta iniciativa agrícola que es una forma de dar trabajo y educar a la gente para combatir la desnutrición. Me gusta que la gente sueñe en pequeño y ponga en práctica lo que sueña”. ¿Y para la Iglesia? “Lo que dijo el Papa Francisco: poner a los pobres en el centro de nuestras vidas”.
*Reportaje original publicado en el número de junio de 2025 de Donne Chiesa Mondo.