León XIV tiene una medicina para la humanidad (y para la Iglesia): “La unidad de la caridad”

En la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, el Papa ha presidido una eucaristía en San Pedro en la que han sido ordenados 32 sacerdotes

León XIV en San Pedro

Este viernes 27 de junio, solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, el papa León XIV ha presidido una eucaristía en la Basílica de San Pedro en la que han sido ordenados 32 sacerdotes. En el marco del Año Jubilar, el Pontífice ha valorado que sus “queridos hermanos presbíteros” hayan querido venir “a la tumba del apóstol Pedro para entrar por la Puerta Santa” y, así, “volver a sumergir sus vestiduras bautismales y sacerdotales en el Corazón del Salvador”.



A continuación, dirigiéndose de un modo especial a los sacerdotes que recibían la ordenación, Prevost ha reiterado que, “hablar del Corazón de Cristo en este contexto, es hablar de todo el misterio de la encarnación, muerte y resurrección del Señor, confiado de manera especial a nosotros para que lo hagamos presente en el mundo”.

Sin divisiones ni odios

De ahí que el reto sea “reflexionar juntos” sobre “cómo podemos contribuir a esta obra de salvación”. Una misión que emana del propio Jesús y que hoy, “en un tiempo de grandes y terribles conflictos”, nos ofrece a modo de medicina “el amor del Señor, del cual estamos llamados a dejarnos abrazar y moldear”. Además de que “es universal” y, “a sus ojos (y por tanto también a los nuestros), no hay lugar para divisiones ni odios de ningún tipo”.

León XIV en San Pedro

León XIV en San Pedro

Como el de todos los cristianos, el de los sacerdotes es “un camino diario de conversión”. Aunque no estamos solos, pues “nuestra esperanza se basa en la conciencia de que el Señor nunca nos abandona; nos acompaña siempre”. Eso sí, “estamos llamados a cooperar con Él, ante todo, poniendo en el centro de nuestra existencia la Eucaristía, ‘fuente y culmen de toda la vida cristiana’”, como se refiere a ella la constitución conciliar ‘Lumen gentium’.

Sin olvidar, claro, “la frecuente acción sacramental de la Penitencia”, así como “la oración, la meditación de la Palabra y el ejercicio de la caridad”, viviendo “con el mismo espíritu generoso del Padre, cultivando en nosotros su deseo: que nadie se pierda”.

Semilla de concordia

Toda “una invitación a unirnos íntimamente a Jesús, semilla de concordia entre los hermanos, cargando sobre nuestros hombros a los que se han perdido, perdonando a los que han errado, yendo en busca de los que se han alejado o han quedado excluidos, cuidando a los que sufren en el cuerpo y en el espíritu”. Una entrega que se encarna “en un gran intercambio de amor que, naciendo del costado traspasado del Crucificado, circunda a todos los hombres e impregna al mundo”.

En este punto, León XIV, como es habitual en él, ha citado al papa Francisco, que, en ‘Dilexit nos’, “escribía al respecto: ‘De la herida del costado de Cristo sigue brotando ese río que jamás se agota, que no pasa, que se ofrece una y otra vez para quien quiera amar. Solo su amor hará posible una humanidad nueva’”.

En esa misma línea, el Concilio Vaticano II, en ‘Presbiterorum ordinis’, “pide a los presbíteros que hagan todo lo posible por ‘conducirlos a todos a la unidad de la caridad’, armonizando las diferencias para que ‘nadie se sienta extraño’”. Y es que, “cuanto mayor sea la unidad entre nosotros, tanto más sabremos llevar también a los demás al redil del Buen Pastor, para vivir como hermanos en la única casa del Padre”.

Signo de unidad y comunión

Fiel a su honda identidad agustiniana, Prevost también ha citado a san Agustín. Y, concretamente, una frase que ya dijo al saludar a los fieles nada más ser elegido Papa, repitiéndola luego a menudo: “Con ustedes soy cristiano y, para ustedes, obispo”. Algo que él ensambla en su alma, expresando, en la misa solemne del inicio de su pontificado “ante el Pueblo de Dios un gran deseo: ‘Una Iglesia unida, signo de unidad y comunión, que se convierta en fermento para un mundo reconciliado’”.

Por ello, “hoy vuelvo a compartirlo con todos ustedes: reconciliados, unidos y transformados por el amor que brota abundantemente del Corazón de Cristo, caminemos juntos tras sus huellas, humildes y decididos, firmes en la fe y abiertos a todos en la caridad; llevemos al mundo la paz del Resucitado, con esa libertad que nace de sabernos amados, elegidos y enviados por el Padre”.

Algo que los nuevos sacerdotes deben tener en el centro de su corazón: “Amen a Dios y a los hermanos, sean generosos, fervorosos en la celebración de los sacramentos, en la oración (especialmente en la adoración) y en el ministerio; sean cercanos a su grey, donen su tiempo y sus energías a todos, sin escatimarse, sin hacer diferencias, como nos enseñan el costado abierto del Crucificado y el ejemplo de los santos”.

Grandes ejemplos de santidad

En definitiva, se trata de mirar atrás y recordar que “la Iglesia, en su historia milenaria, ha tenido (y tiene todavía hoy) figuras maravillosas de santidad sacerdotal. A partir de la comunidad de los orígenes, la Iglesia ha generado y conocido, entre sus sacerdotes, mártires, apóstoles incansables, misioneros y campeones de la caridad. Atesoren tanta riqueza: interésense por sus historias, estudien sus vidas y sus obras, imiten sus virtudes, déjense encender por su celo e invoquen con frecuencia y con insistencia su intercesión”.

En contraste con “nuestro mundo”, que “propone muchas veces modelos de éxito y prestigio discutibles e inconsistentes”, su fin ha de ser otro: “No se dejen embaucar por ellos. Miren más bien el sólido ejemplo y los frutos del apostolado, muchas veces escondido y humilde, de quien en la vida ha servido al Señor y a los hermanos con fe y dedicación, y mantengan su memoria con su fidelidad”.

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