A sus 47 años, Pavlo Honcharuk vive bajo las bombas. Obispo latino de la diócesis de Járkov-Zaporiyia, una de las más castigadas por la invasión rusa, acudió esta semana a la audiencia general del Papa en el Vaticano. Al término del encuentro, León XIV volvió a recordar a Ucrania. Poco después, y tal como recoge Vatican News, el obispo saludaba brevemente al Pontífice, pidiéndole su bendición para su pueblo: “Fue un momento muy breve, pero la paz y la serenidad que transmitía su rostro me dejaron una huella profunda”, ha dicho.
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“Estamos en el cuarto año de guerra. Vuelan misiles balísticos y centenares de drones cargados con explosivos. El ejército ruso bombardea casas de civiles que no siempre tienen tiempo de correr a los refugios. Utilizan bombas aéreas guiadas que perforan profundamente. El cráter que dejan puede alcanzar los ocho metros de profundidad y treinta de diámetro. Si cae sobre una casa, no queda nada. Ni de la casa ni de quienes estaban dentro”, ha explicado a los medios vaticanos.
Asimismo, Honcharuk relata con dolor cómo se bombardean zonas residenciales, parques infantiles, empresas y explotaciones agrícolas. “Están destruyendo todo lo que se mueve, todo lo que las personas han construido. Hay pueblos y ciudades enteras reducidas a escombros. Nuestra Járkov también está muy dañada, aunque las autoridades locales hacen todo lo posible por limpiar después de cada ataque. Tras cada explosión, cientos de casas se quedan sin ventanas. En invierno eso significa que se vuelven inhabitables”.
“Los cementerios no paran de crecer. Cada vez hay más banderas ucranianas marcando las tumbas de los soldados caídos. Hay tanto dolor, tanto sufrimiento… Vivimos donde la vida y la muerte caminan juntas: hay una explosión en una calle y en la siguiente pasean niños. Esa es nuestra realidad”, relata.
La Iglesia se queda
Aunque algunas parroquias han sido borradas del mapa, el clero continúa en sus puestos. “Celebran misa, escuchan, confiesan, visitan enfermos. Y sostienen a la gente”, ha explicado el obispo. De hecho, “los soldados buscan cada vez más hablar con los sacerdotes. No solo cargan con el agotamiento físico y el duelo por sus compañeros. También con un alma herida. Han sido forzados a hacer lo que nadie debería hacer jamás: quitar la vida a otro ser humano”, ha dicho.
“Lo hacen por amor a su país, por proteger a sus familias. Pero es como si quisieran evitar que alguien se queme con una olla hirviendo: la salvan, pero ellos se quedan con las manos quemadas. Nuestros soldados tienen la humanidad quemada. Y vienen a nosotros con esas heridas espirituales”, añade.
Por eso la Iglesia continúa presente en medio del horror. “Están los sacerdotes, las religiosas, los voluntarios. Está Cáritas y muchas asociaciones pequeñas en las parroquias. La Iglesia está viva, porque la Iglesia somos todos los bautizados. Y en Ucrania, la Iglesia está con su pueblo. En nuestros soldados, en los médicos, en los sanitarios, en las calles”.
La prioridad del obispo Honcharuk, en medio de todo, sigue siendo cuidar de sus sacerdotes. “Son mis colaboradores más cercanos. Están con la gente, comparten su dolor, lloran con ellos. Reciben golpes muy duros y no siempre tienen con quién compartirlos. Mi tarea es estar cerca, visitarlos, orar con ellos. Organizamos también formaciones para que comprendan qué le sucede al cuerpo y a la mente en una situación de guerra. Porque nada destruye tanto como huir de un problema sin entenderlo”.