“Roberto” Prevost, uno más entre los peruanos, ha fascinado a muchos compañeros agustinos originarios de la tierra que acabó siendo su segunda patria (de hecho, tiene la doble nacionalidad, junto a la estadounidense). Uno de ellos es Abraham Moisés Rolin Panaifo, agustino de votos simples, en proceso de formación. Como nos avanza, tras su elección papal como León XIV, “vivimos estos días llenos de alegría, esperanza y júbilo”, pues es un regalo “saber que quien está al frente del timón de la Iglesia es un hermano nuestro, un agustino de corazón inquieto”.
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Al hacer “un recorrido a lo largo de la historia y la vida de la Orden de San Agustín, te encuentras con grandes frailes y te das cuenta de que solo son hombres que, amando y abrazando la vida religiosa agustiniana, cuyo fundamento y fin es la comunidad, manifiestan la adhesión a Cristo en su servicio a la Iglesia
En el transcurso de los años, “he escuchado hablar mucho sobre Prevost a bastantes personas con las que trabajó; recuerdo que la primera vez que lo vi fue en el Convento Santo Tomás de Villanueva, en Trujillo, en la casa de formación donde estuvo. Se había organizado una fiesta en su honor tras ser nombrado cardenal. Se le veía una persona sencilla, cercana y alegre. Recuerdo, ese día, hablarlo con algunos hermanos y, entre bromas, uno dijo: ‘Capaz que sea papa’… Nos miramos todos a la cara y concluimos que ‘sería histórico para la orden’”.
Por eso, cuando el 8 de mayo todos estaban viendo la tele “y el cardenal proto-diácono, tras el ‘Habemus Papam’, dijo su nombre, se me paralizó el corazón. Me emocioné mucho, pues siento que tener un papa agustino demuestra una vez más que nuestra orden siempre estará al servicio de la Iglesia, como nos legó nuestro padre, san Agustín. Para nosotros, la comunidad tiene la tarea de ser un signo profético en el mundo de hoy”.
Merece la pena
Personalmente, ver a León XIV de blanco “me llena de esperanza y me hace volver a decir con confianza que vale la pena optar por la vida religiosa y, expresamente, por la vida agustina. No por los cargos que se puedan llegar a tener, sino por su profundo testimonio, su labor, su compromiso, su carisma y su espiritualidad. Somos una comunidad formada por hombres imperfectos, pero con el corazón inquieto, por lo que buscamos a Aquel que nos ama sin medida y distinción”.
Antonio Lozán Pun Lay, vicario de los agustinos de Iquitos, conoce a Prevost “desde 1998, cuando organizamos el II Encuentro Nacional de las Juventudes Agustinianas Cristianas en Trujillo. Desde ahí, empezamos a comunicarnos mucho. Me permitió conocer la casa de formación y vivir ahí unos días, haciendo lo mismo que los seminaristas. Ese fue mi mejor retiro vocacional”.
En 1999 ingresó en la Orden de San Agustín, pero “me acuerdo mucho de la conversación que tuvimos cuando él ya tenía que marchar a Estados Unidos por haber sido elegido provincial de los agustinos de Chicago. Siempre ha sido de un carácter afable y, aunque es muy parco y callado, es muy observador. Creo que tiene la gran cualidad de saber escuchar y de saber decir las cosas con mucho tino. Le gusta conversar, pero también conoce el valor de los silencios”.
Visión global y concreta
A lo largo de los años, le ha visto varias veces y en varios puntos del planeta, pues, “como prior general, ha demostrado conocer mucho de todas nuestras comunidades, por todo el mundo. Eso le ha ayudado a ver el mundo desde una perspectiva global y con las diferencias propias de cada región”. Por ello, Lozán intuye que “seguirá la línea de Francisco y nos exhortará a continuar con el proceso de sinodalidad, a seguir cuidando la casa común y a ser acogedores”.
Harry Reyes Culqui, otro agustino peruano, transmite a Vida Nueva su “profunda alegría y esperanza” ante la elección papal de Prevost: “Su ‘sí’ generoso a la llamada del Señor, en este momento de la historia, es un signo luminoso para toda la Iglesia. Sabemos que el camino no será fácil, pero confiamos en que el Espíritu Santo lo guiará con sabiduría, humildad y fortaleza”.
De ahí su anhelo de que “su corazón de pastor siga irradiando la ternura de Cristo y encendiendo la fe del Pueblo de Dios con su cercanía, su palabra sencilla y su mirada que abraza”. Una tarea en la que le acompañan en la oración, “para que Dios lo sostenga en esta nueva misión de custodiar la unidad, renovar la esperanza y hacer presente la misericordia del Evangelio. ¡Adelante con valentía y alegría, papa León XIV! ¡No está solo!”.
Hijos conocidos y queridos
Para concluir, el religioso comparte una anécdota que vivieron en su etapa en el noviciado de Lima: “Recuerdo una tarde en la que, entonces aún sin la mitra ni el báculo, vino a nosotros con una sonrisa que ya dejaba entrever su espíritu pastoral. Se nos acercó a un compañero y a mí y, con paso tranquilo, nos miró con picardía y dijo: ‘Harry y Emilio…, así que ustedes son los traviesos de la casa’. Nos quedamos paralizados, sin saber qué decir. ¿Cómo sabía nuestros nombres? ¿Cómo, entre tantos rostros, recordaba los nuestros con tanto cariño? Fue un gesto pequeño y sencillo, pero para nosotros fue tan hermoso e inmenso que nos dio ánimo a seguir adelante. Sentimos que no éramos uno más en la multitud, sino hijos conocidos y queridos. Esa cercanía suya nos marcó y hoy, como entonces, seguimos admirando su capacidad de acoger y de hacer sentir a cada persona como única, como el pastor que conoce a sus ovejas por su nombre”.
Walker Dávila Ríos es otro de los agustinos que, en su día (hoy tiene 57 años y es párroco en Iquitos), tuvo como formador a Prevost en el seminario de Trujillo: “Conozco a Roberto desde 1991, cuando iniciaba mi travesía como novicio y él era nuestro maestro de profesos, dándonos Derecho Canónico. Recuerdo que en la casa convivíamos tres culturas peruanas: costa, sierra y selva. Nos acompañó con estos rasgos: paciencia, cercanía, escucha, sensatez”.
Al ser ya León XIV. “doy gracias a Dios por haberle conocido. Tiene ante sí un trabajo muy grande, como es liderar la Iglesia a nivel mundial. Desde aquí, le ofrecemos todo lo que tenemos: nuestra cercanía desde la oración por él. He compartido con él mucha vida y sé lo que va a ofrecer. Es lo que me demostró cuando murió mi madre y me acompañó con una gran sencillez, demostrándome que nos podemos acompañar entre todos”. Un liderazgo natural que a sus novicios “ya nos hacía vislumbrar algo, por lo que siempre bromeábamos con él y le decíamos que sería el prior general de la Orden de San Agustín y luego papa”. Y acertaron.
También, aunque años después, vivió esa experiencia Agustín Raygada Flores, agustino peruano que nos cuenta cómo, “mientas me formé en Trujillo, se oía hablar constantemente de Roberto Prevost, que ya era el prior general de la orden. De hecho, en la entrada de la capilla figuraba su nombre y el de sus padres como principales benefactores de su construcción, por lo que siempre rezaba por su familia. Además, cuando viajábamos a las misiones del norte, en la sierra, todos nos hablaban de cuando él estuvo allí. Así que era, junto a los de su generación, nuestro gran referente misionero”.
Como un padre o un hermano
También recuerda como un tesoro “el día en que, en diciembre de 2012, nos visitó a los compañeros de Trujillo para compartir un momento de diálogo fraterno. No estaba programado, sino que fue una iniciativa suya para exponernos la situación de la orden, así como su visión y esperanzas en torno a la misma. No le sentimos como alguien lejano o que venía a dar órdenes, sino como un padre o un hermano que quería escucharnos. Quería saber cómo veíamos el futuro de la comunidad. Realmente, le sentimos muy cercano. Y así fue siempre cada vez que nos visitaba o nos mandaba algún mensaje. Es un pastor que está con la gente y lo ha demostrado en todos los cargos que ha desempeñado. Ahora, como León XIV, desde una responsabilidad tan grave, también lo hará”.
El último testimonio es el del misionero agustino español Miguel Ángel Cadenas, quien lleva 30 años viviendo en la Amazonía peruana y que, desde 2021, es el obispo de Iquitos. Algo en lo que Prevost fue esencial: “Él fue quien insistió tanto que tuve que aceptar mi nombramiento episcopal, algo que no quería”.
Eso sí, lo logró fiel a su estilo, sin autoritarismo de ningún tipo: “Actuó con mucha elegancia: acompañando, sugiriendo, rezando, sin imponer. Hasta que ya no me pude resistir. Fue un proceso que se demoró casi una semana. Nunca se cansó, a pesar de que siempre le daba mi negativa… Al final, me di por vencido. Estábamos en medio de la pandemia, así que todo fue por teléfono”. Puro Prevost.