León XIII, papa entre 1878 y 1903, dejó dos regalos especialmente luminosos en la bimilenaria historia de la Iglesia: tuvo la valentía de crear cardenal a John Henry Newman (converso del anglicanismo, fue un faro intelectual y humano único) y, el 15 de mayo de 1891, publicó la encíclica ‘Rerum novarum’.
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Entre los cientos de textos pontificios que han visto la luz a lo largo de los siglos, este fue especialmente significativo, pues marcó el nacimiento de la Doctrina Social de la Iglesia. En un momento de fuerte convulsión entre los obreros, de huelgas masacradas por las patronales y los gobiernos de turno y de bullir de ideologías totalitarias que serían la semilla del fascismo y el comunismo, un pontífice miró a los ojos de la clase trabajadora, reconoció su existencia sin ambages y ofreció respuestas concretas a sus más íntimos anhelos.
Los obreros, aislados e indefensos
Consciente León XIII de que, después de la desaparición de los gremios medievales, “el tiempo fue insensiblemente entregando a los obreros, aislados e indefensos, a la inhumanidad de los empresarios y a la desenfrenada codicia de los competidores”, estamos ante el primer hombre en calzarse las sandalias del Pescador que apoyó la existencia de los sindicatos. Igualmente, como reflejó en la ‘Rerum novarum’, frente al socialismo y al anarquismo emergentes, defendió la “propiedad privada”, vinculándola a la “ley natural”.
Pero el gran paso fue interpelar a los patrones de las empresas para exigirles que no considerasen “al obrero como un esclavo”. Al contrario, su obligación era “respetar la dignidad de la persona”.
Un nombre significativo
De esa intuición han bebido los muchísimos movimientos católicos que han encarnado la justa causa del trabajo decente en la fe cristiana, formando parte del meollo de la misma. El último en seguir esa senda al más alto nivel sería el agustino Robert Prevost, elegido papa en la tarde de este 8 de mayo y optando como nombre pontificio por uno tan significativo como el de León XIV.
Nacido en Estados Unidos aunque criado eclesialmente en Perú, era el obispo de Chiclayo. En ese entorno, a buen seguro, él mismo ha mirado a los ojos a la clase trabajadora. Y le ha susurrado que no le fallará en su reclamación: paz y justicia social.