El cardenal Matteo Zuppi, en una eucaristía
Desde que, el 28 de septiembre de 1978, muriera Albino Luciani, Juan Pablo I, apenas 33 días después de su elección papal, no ha vuelto a haber un pontífice italiano. En estas casi cinco décadas, la nave eclesial ha sido dirigida por el báculo de un polaco (Juan Pablo II), un alemán (Benedicto XVI) y un argentino (Francisco). Pero, lejos de alejarse del legado de Bergoglio, si los cardenales eligieran en el cónclave que empieza mañana a Matteo Zuppi, estarían optando por uno de los purpurados en los que más resonancia ha tenido el magisterio del papa que vino “del fin del mundo”.
Y es que, aun siendo italiano, este romano de 69 años comparte a pleno pulmón la visión universal de la Iglesia (valga la redundancia lingüística, aunque en la práctica no sucede así siempre, ni mucho menos), junto a la conciencia de que hay que apostar por la descentralización y el impulso real de todas las presencias geográficas en las que el cristianismo aporta a la vida de los lugareños.
Ordenado sacerdote en 1981, Ratzinger le nombró obispo auxiliar de Roma en 2012. Con Bergoglio ha crecido enormemente su relevancia: arzobispo de Bolonia desde 2015 (sustituyó a Carlo Caffarra, uno de los mayores detractores del papa argentino), en 2019 le hizo cardenal. Además, desde hace tres años, es el presidente de la Conferencia Episcopal de Italia por designación directa de Francisco.
Pero, si por algo es identificado Zuppi, es por su estrecha relación con la Comunidad de Sant’Egidio, siendo un habitual de su iglesia en el barrio romano del Trastévere (fue su vicario parroquial durante dos décadas), así como alguien muy cercano a Andrea Riccardi, fundador de esta realidad eclesial.
Siendo uno de los referentes de Sant’Egidio la apuesta por el diálogo entre las partes enfrentadas para resolver complejos conflictos políticos, Zuppi participó, en 1990 en Mozambique, en las negociaciones que acabaron con la guerra civil en el país africano, desplazándose dos años después a Roma el Gobierno y la milicia de la Renamo para firmar allí la paz.
Tras este primer e histórico logro de la comunidad, el hoy cardenal participó en diálogos similares en Burundi, Kosovo y Colombia. Incluso en España avaló el desarme de ETA, aunque sin participar directamente en las negociaciones.
Fruto de ello, en los últimos tiempos, Francisco le encargó una compleja misión diplomática: visitar Kiev, Moscú, Pekín y Washington para tratar de que los respectivos gobiernos buscaran mínimos acuerdos que allanaran el camino a una posible paz en Ucrania. Algo que, por desgracia, aún no se ha concretado.
En lo pastoral, Zuppi es un apasionado defensor del trabajo decente y de valorar lo mucho que aportan a nuestras sociedades las personas inmigrantes. Además, ha dejado claro que promueve la sinodalidad y encarna una cercanía eclesial hacia las personas homosexuales.
Al frente de un Episcopado, como el italiano, que muchas veces ha mirado con reservas ciertas respuestas pastorales de Francisco, con él vestido de blanco estaríamos ante un Francisco II (llámese así o no) que aceleraría en la reforma eclesial y en las respuestas proféticas que tanto necesita este mundo en permanente convulsión.