El Prado reúne uno de los grandes tesoros que nunca debió abandonar Toledo: los lienzos que Doménikos Theotokópoulos (Candía, Creta, 1541–Toledo, 1614) pintó para los retablos del altar mayor y los dos laterales de la iglesia del convento de Santo Domingo el Antiguo. “Es una pequeña pero deslumbrante exposición”, afirma su comisaria, Leticia Ruiz, jefa de Pintura Española del Renacimiento. “Es muy importante, con poquitas obras, pero todas ellas representan un final y un principio –prosigue–. El final del prolongado proceso formativo de un pintor especialmente original y el principio de su producción pictórica más importante. El Greco es verdaderamente el Greco a partir de este conjunto excepcional”.
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El Greco llegó a Toledo en la primavera de 1577 desde Roma para hacer frente a los encargos de Diego de Castilla (h. 1507-1584), deán de la catedral y del convento de Santo Domingo el Antiguo (s. XI), una de las más tempranas fundaciones monacales de la ciudad, y que había emprendido la reforma de su iglesia, costeada por el legado testamentario de María de Silva (1513-1575), dama de corte de la emperatriz Isabel de Portugal y que había ingresado en el cenobio cisterciense como “señora de piso” al quedar viuda.
“El deán tenía un hijo que se llamaba Luis y que había conocido al Greco en el entorno del cardenal Alejandro Farnesio en Roma, y sabía que Theotokópoulos tenía ideas revolucionarias sobre la pintura y eso va a facilitar su llegada al mundo toledano”, según describe Macarena Moralejo, profesora de la Universidad Complutense. Diego de Castilla contrató al Greco para erigir los retablos de la cabecera de la nueva iglesia de estilo clasicista –y en la que intervino también Juan de Herrera–, donde la propia María de Silva había ordenado colocar su sepulcro.
Entre 1577 y 1579, el Greco pinta ‘El Expolio’ para el altar mayor de la sacristía de la catedral de Toledo y otros seis lienzos para el retablo del altar mayor de Santo Domingo el Antiguo. ‘La Asunción’ –hoy propiedad de The Art Institute of Chicago– ocupaba con sus cuatro metros la espina central. Ruiz sostiene que esta “deslumbrante ascensión de María a los cielos auxiliada por un grupo de ángeles, obra central del retablo, seguramente es la primera del Greco en realizarse en suelo español y, quizá por ello, la única de su producción en la que se incluye la fecha”.
Sobre ella, ya en el ático, ‘La Trinidad’ del Museo del Prado. “Ambas escenas se conectan –añade Ruiz–. María asciende hacia esa zona celestial en la que el Padre Eterno sostiene el cuerpo de Cristo muerto”. Dios Padre aparece revestido como un sacerdote del Antiguo Testamento, cubierto con mitra bicorne, alba y manto. “Es una representación que recoge iconografías medievales y para la que el pintor se valió de una estampa de Durero de 1511, para la composición, y de obras de Miguel Ángel para el Cristo”, enumera Ruiz.
A ambos lados de La Asunción, concibió el San Bernardo del Museo del Hermitage –único original que no se expone en el Prado–, fundador de la reforma del Císter, y el San Benito del Museo del Prado, que alude al origen benedictino del cenobio. Debajo de estos, a ambos lados del sagrario, ‘La Resurrección’ y ‘San Juan Evangelista’, conservados en Santo Domingo el Antiguo. En los altares laterales, un San Juan Bautista, también propiedad de las monjas cistercienses, y La adoración de los pastores de la Fundación Botín.