Desde que, el pasado 8 de abril, Ángel Fernández Collado renunciara como obispo de Albacete por cuestiones de salud, la diócesis manchega ha estado casi un año esperando a su sucesor. Hasta el mediodía de este 6 de marzo, cuando la Santa Sede ha anunciado que el nuevo prelado albaceteño es Ángel Román Idígoras, sacerdote de la Diócesis de Alcalá de Henares, en Madrid. La ceremonia de ordenación episcopal y toma de posesión será el 3 de mayo.
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Conocido cariñosamente en su comunidad eclesial de origen como ‘Angelote’, sobrenombre que habla de su afabilidad y cercanía (y de su corpulencia), estamos ante un pastor “con olor a oveja”, como reclama el papa Francisco.
Pastoral ecuménica y penitenciaria
Natural de la localidad madrileña de Arganda del Rey, perteneciente a la diócesis alcalaína, recibió la ordenación sacerdotal el 24 de abril de 1994 en la catedral magistral de la cuna de Miguel de Cervantes. Licenciado en Sociología, ha sido, entre otras cosas, delegado diocesano de Ecumenismo y capellán en la cárcel de Estremera de Tajo. Actualmente, era el vicario del arciprestazgo de Alcalá Centro.
Lo que Román va a ofrecer a la Iglesia albaceteña lo conoce de primera mano Miguel Ángel López Roldán, laico alcalaíno de 42 años que relata una relación con él “de toda la vida, pues le conozco desde que era seminarista, cuando yo tenía ocho años. Vino a mi parroquia de San Diego, en Alcalá, en 1992. Tras dos años de seminarista, fue ordenado en 1994 y estuvo con nosotros hasta 2002”.
Una década en la que “nos mostró su carácter entregado y siempre atento a las necesidades. Mi madre le quiere como a un hijo y ha estado presente en las situaciones más importantes de mi familia, incluso cuando ya no era sacerdote de nuestra parroquia: en la enfermedad y muerte de tres de mis abuelos y tíos; ha casado a mi hermana, concelebró en mi boda y en la de primos míos… Siempre ha estado dispuesto a ayudar en lo que fuera necesario”.
En el hospital
Recientemente, “me visitó dos veces en el hospital cuando estaba con Covid. Ha estado en todo momento a nuestro lado, sufriendo con nuestras penas y alegrándose con nuestras alegrías, como uno más de la familia. Y me consta que es así con todos”.
Lo mismo transmite a Vida Nueva la madre de este laico, Pilar Roldán Alcalde: “Conocí a ‘Angelote’ en mi parroquia de San Diego siendo casi un niño… Le queremos muchísimo y en nuestro salón hay una fotografía suya, pues es como un hijo más. Todos le adoramos. Cuando mi hijo estuvo ingresado con Covid y estuvo realmente grave, luchando entre la vida y la muerte, no dudó en estar con él, arriesgando su propia salud. Le confesó, le dio la comunión y nos consoló mucho a todos”.
También “estuvo conmigo cuando mi tío sufrió un ictus y estuvo cinco meses en coma, en mi casa… Venía a rezar laudes con nosotros, junto a la cama. Esos días me ayudó en todo, incluso hasta para comprarme lo que podía necesitar. Ha estado con nosotros siempre, en todo lo que hemos necesitado”.
Sensaciones encontradas
Ante la noticia de su nombramiento episcopal y su marcha a Albacete, “estoy impresionada y me sobrecogen varios sentimientos. Por una parte, me alegro, pues es una muy buena persona y sé que va a hacer mucho bien allí donde vaya. Pero, por otro lado, es como si me arrancaran algo… Le tenía muy cerca en su actual parroquia, en Torrejón de Ardoz, y, aunque le visitamos mucho, nunca pensaba en que se lo podían llevar tan lejos”.
Echando la vista atrás, “me quedo con su humildad, la que nos mostró ya cuando le conocimos. Por eso siempre digo que fue un profeta que el Señor puso en nuestro camino. En esa época, mi marido no era creyente y yo estaba un poco alejada de la Iglesia. Era su primer día en la parroquia y nos preguntó, en la calle, por una dirección que buscaba para llevar la comunión a alguien. Se mostró muy cariñoso con mis hijos y nos dijo esto: ‘Ya nos veremos por la parroquia’. Le respondí que no íbamos y añadió esto: ‘No importa. Dadme las señas e iré yo a visitaros’. Y así fue… A partir de entonces cambió nuestra vida”.
Y es que, desde entonces, “mi marido hoy es creyente y tiene una fe profunda. Lo mismo que toda mi familia. Hemos vivido muchas historias juntos que, de repente, cobran otro sentido… Estoy impactada. Es transparente, sencillo, desapegado de lo material, se da por entero y jamás, jamás, jamás ha criticado a nadie y ha disculpado todo en todos… Es un profeta”.
En sus primeras palabras tras conocerse su nombramiento, Ángel Román, al lado del obispo complutense, Antonio Prieto Lucena, en el Palacio Episcopal alcalaíno, ha reconocido que la noticia le cogió completamente por sorpresa: “No me sé mover en esos ambientes… Recuerdo que me lo comunicaron un lunes y me salía decir que ‘no’. Pero, al leer el Evangelio de ese día y los siguientes, en clave de servicio, me decía a mi mismo: ‘Vaya’… Y no pude negarme”.
Desbordado, pero alegre
Hoy, se siente “desbordado, pero alegre en el Señor”. Y se lo toma “como un servicio y un regalo inmerecido”. Eso sí, “me da pena despedirme de la parroquia y el barrio de Torrejón al que tanto quiero y donde llevo 20 años. Esto es como ser arrancado de raíz”.
Pero es consciente de que, ante todo, están “la entrega, por amor, del Señor en la cruz”. Lo que ve “en la cárcel, donde encuentro testimonios de esperanza y vida. Con los presos le he visto a Él, a Dios; con ellos y en ellos”.
Tras hacer un recorrido por sus destinos pastorales estos años, ha tenido una mención especial para su tierra natal: “Me duele separarme de mi Arganda y dejar de estar a tiro de piedra para hacerme presente en todo, en la alegría y en el dolor. No olvido mis primeros pasos en la fe en la Parroquia de San Juan Bautista, de Arganda, y en la de San Gabriel Arcángel, en el barrio de La Poveda”. Y es que ahí seguirán los suyos: “Siempre he contado con el apoyo incondicional de mi familia. Nos queremos mucho”.
Ahora, con ilusión, después de “30 años de servicio en Alcalá, diócesis a la que le doy las gracias por todo”, empieza una etapa en Albacete: “Ahora conoceré a nuevas gentes. Voy con ganas de servir, de querer, de caminar juntos, de levantar y dejarme levantar… Y, sobre todo, de llevar alegría del Evangelio”.