Con motivo de la Jornada Mundial de la Vida Consagrada, la nueva prefecta del Dicasterio para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, la religiosa Misionera de la Consolata, Simona Brambilla, ha compartido su visión del presente de la vida religiosa en las páginas de L’Osservatore Romano. Partiendo de las demandas del Sínodo sobre la Sinodalidad pide que las comunidades de consagrados respondan a la llamada del papa Francisco a “pasar del yo al nosotros”.
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Cuidar el carisma
La prefecta destaca que “el proceso sinodal ha retomado, entre otras, la imagen paulina del único cuerpo”, una imagen que “expresa de manera plástica y clara la conexión que existe entre nosotros: nosotros criaturas, nosotros humanos, nosotros cristianos, nosotros miembros del Cuerpo de Cristo que es la Iglesia, nosotros pertenecientes a un Instituto de Vida Consagrada, a una Sociedad de Vida Apostólica, a una Familia espiritual animada por un carisma único y original”. Y es que, añade, “en el ‘cuerpo carismático’ circula lo que los miembros aportan” en esta “densa red de nuestras relaciones” bañada “en la misma sangre del carisma vivo”.
“Ninguna palabra, ningún gesto, ningún pensamiento o sentimiento es neutro: toda expresión vital tiene consecuencias, para bien o para mal. Misteriosamente, en virtud del hecho de que todos estamos conectados –en el nivel más profundo, de espíritu, de carisma–, lo que siento, pienso, digo, hago, deseo, se pone en la circulación del cuerpo y acarrea sus consecuencias, benéficas o maléficas”, señala Brambilla, responsable de acompañar muchos procesos dolorosos de congregaciones. Por eso insiste que a este “cuerpo carismático” hay que “acompañarlo para que conecte y reconecte continuamente con lo que lo anima, con el carisma”, “cuidar lo que circula dentro de las conexiones vitales”.
Un don al mundo
“El carisma no es propiedad de un Instituto, de una Sociedad, de una Familia Carismática. Es el don de Dios al mundo, es Espíritu, es Vida”, reclama la prefecta. Es, añade, “un don gratuito, una fuerza vital a la que hay que dejar fluir creativamente, libremente, no ‘momificarla’ o embalsamarla como una pieza de museo”. Por ello cada persona consagrada “es portadora y expresión” de ese carisma y “vibra en contacto con él, se dejar atraer por él y lo sigue”. Por ello, tras las polémicas surgidas con algunos fundadores, destaca: “Qué importante es entonces que el líder de una Familia carismática, como buen pastor, camine con el rebaño”.
Apelando a una orquesta que toca una sinfonía, reivindica que “la diversidad es necesaria, es indispensable” cuando “cada sonido debe contribuir al diseño común” para lo que “la escucha mutua es fundamental”. “Un organismo vital está necesariamente siempre en movimiento, adaptación y renovación. Cuando el movimiento, la adaptación y la renovación cesan, sobreviene la muerte”, advierte Brambilla, que pide a los superiores “facilitar un continuo retorno y re-inmersión en el carisma, en la energía vital que anima el ‘cuerpo carismático’, en la música que lo sostiene, en los orígenes vivos y palpitantes desde los que es posible recomenzar, ser relanzados en el mundo de hoy por la fecundidad inagotable de la inspiración de la que se ha nacido”.