El Vaticano desactiva la bomba contra el Sínodo: Francisco ya respondió a los ‘dubia’ de los cinco cardenales el mismo 11 de julio

El cardenal Joseph Zen y el Papa Francisco

El pasado 10 de julio, los cardenales Burke, Brandmuller, Sandoval, Sarah y Zen escribieron al Papa una carta con cinco ‘dubia’, una misiva en la que se le demandaba una clarificación sobre si en el Sínodo de la Sinodalidad, entre otras cosas, se plantea modificar el magisterio en asuntos como “la bendición de las parejas homosexuales, la ordenación de mujeres al sacerdocio y la absolución sacramental dada a todos y siempre, sin condiciones”.



Ya en 2016 ocurrió lo mismo con unos primeros ‘dubia’ transmitidos a Francisco por Brandmuller y Burke, que ahora repiten, así como por los ya fallecidos Caffarra y Meisner. Entonces, en una decisión que molestó mucho a los purpurados, el Pontífice no les contestó. Pero, como ya había adelantado ‘Vida Nueva’ esta mañana, en esta ocasión sí lo iba a hacer.

Buscaban un golpe de efecto

Y es que, en una clara muestra de que los cinco cardenales, que lideran la oposición interna a Francisco, buscaban un golpe de efecto al filtrar, a dos días de la inauguración del Sínodo, su carta al Papa a través de los medios habituales que no esconden su malestar por el rumbo de este pontificado, se ha comprobado cómo, más que la respuesta del Papa, buscaban evidenciar su propio desacuerdo.

Solo así se entiende que, apenas unas horas después de producirse la filtración con los ‘dubia’, ya haya llegado la contundente respuesta del Vaticano. Y se hace, en primer lugar, recogiendo un texto del cardenal Víctor Manuel Fernández, prefecto de Doctrina de la Fe, que, fechada este 25 de septiembre, ya explicaba que había recibido del Papa “una copia de su carta del 11 de julio donde responde a los cinco ‘dubia’”. Es más, solicitaba poder “citar algunos párrafos de dichas respuestas en orden a una mejor clarificación de cuestiones que le son sometidas”.

A continuación, se añade el propio texto de los purpurados, fechado el 10 de julio. Por tanto, mientras que la realidad muestra que Bergoglio les respondió de un modo privado al día siguiente de recibir su carta, el 11 de julio, estos han dejado pasar tres meses para filtrar unas preguntas para las que ya habían tenido respuesta del sucesor de Pedro, dando a entender que no se había respondido su requerimiento.

Otro dato a tener en cuenta es que los cinco purpurados habrían considerado incompletas las respuestas que les ofreció el Papa y le volvieron a mandar estas cuestiones el 21 de agosto. Para estas últimas, no habría respuesta.

Primer ‘dubia’: la Revelación, inmutable

En cuanto al contenido en sí de los documentos, el primero de los cinco ‘dubia’ enviados el 10 de julio manifestaba que, “después de las declaraciones de algunos obispos, que no han sido corregidas ni retractadas, nos preguntamos si en la Iglesia la Divina Revelación debe ser reinterpretada de acuerdo con los cambios culturales de nuestro tiempo y según la nueva visión antropológica que estos cambios promueven; o si la Revelación divina es vinculante para siempre, inmutable y por tanto no debe ser contradicha”.

Aquí, Francisco reitera que “la respuesta depende del significado que ustedes den a la palabra ‘reinterpretar’. Si se entiende como ‘interpretar mejor’, la expresión es válida. En este sentido, el Concilio Vaticano II afirmó que es necesario que, con la tarea de los exégetas (yo agrego de los teólogos), ‘vaya madurando el juicio de la Iglesia’”.

Por lo tanto, “si bien es cierto que la divina Revelación es inmutable y siempre vinculante, la Iglesia debe ser humilde y reconocer que ella nunca agota su insondable riqueza y necesita crecer en su comprensión”. Es más, así “madura también en la comprensión de lo que ella misma ha afirmado en su Magisterio”.

Y aquí llega un punto clave en la defensa del Papa de que “los cambios culturales y los nuevos desafíos de la historia no modifican la Revelación, pero sí pueden estimularnos a explicitar mejor algunos aspectos de su desbordante riqueza que siempre ofrece más”. ¿Cómo? Con un ejemplo muy clarificador: “Es evidente en los textos bíblicos (como Éx 21, 20-21 ) y en algunas intervenciones magisteriales que toleraban la esclavitud (cf. Nicolás V, Bula Dum Diversas, 1452). No es un tema menor, dada su íntima conexión con la verdad perenne de la dignidad inalienable de la persona humana. Esos textos necesitan una interpretación. Lo mismo vale para algunas consideraciones del Nuevo Testamento sobre las mujeres (1 Cor 11, 3-10;1Tim 2, 11-14) y para otros textos de las Escrituras y testimonios de la Tradición que hoy no pueden ser repetidos materialmente”.

Por ello, “la Iglesia debe discernir constantemente entre aquello que es esencial para la salvación y aquello que es secundario o está conectado menos directamente con este objetivo”. Y es que “una sola formulación de una verdad nunca podrá entenderse de un modo adecuado si se la presenta solitaria, aislada del rico y armonioso contexto de toda la Revelación. La ‘jerarquía de verdades’ implica también situar cada una de ellas en adecuada conexión con las verdades más centrales y con la totalidad de la enseñanza de la Iglesia”. En definitiva, para Bergoglio, “cada línea teológica tiene sus riesgos, pero también sus oportunidades”.

Segundo ‘dubia’: bendiciones a parejas homosexuales

El segundo ‘dubia’ cuestionaba al Papa sobre si la Iglesia puede bendecir “situaciones objetivamente pecaminosas, como las uniones con personas del mismo sexo, sin fallar en la doctrina revelada”.

En este punto, el Pontífice reiteró que “la Iglesia tiene una concepción muy clara sobre el matrimonio: una unión exclusiva, estable e indisoluble entre un varón y una mujer, naturalmente abierta a engendrar hijos. Solo a esa unión llama ‘matrimonio’. Otras formas de unión solo lo realizan ‘de modo parcial y análogo’ (Amoris laetitia 292), por lo cual no pueden llamarse estrictamente ‘matrimonio’”.

Zanjada la cuestión en su punto esencial, Francisco quiso ir más allá y añadió que “la Iglesia evita todo tipo de rito o de sacramental que pueda contradecir esta convicción y dar a entender que se reconoce como matrimonio algo que no lo es”.

Eso sí, el Papa cuida mucho la mirada sobre las personas homosexuales, alejándose de todo tono hosco: “No obstante, en el trato con las personas no hay que perder la caridad pastoral, que debe atravesar todas nuestras decisiones y actitudes. La defensa de la verdad objetiva no es la única expresión de esa caridad, que también está hecha de amabilidad, de paciencia, de compresión, de ternura, de aliento. Por consiguiente, no podemos constituirnos en jueces que solo niegan, rechazan, excluyen”.

En este punto, el Obispo de Roma dejó abierta la puerta a las uniones de personas homosexuales: “La prudencia pastoral debe discernir adecuadamente si hay formas de bendición, solicitadas por una o por varias personas, que no transmitan una concepción equivocada del matrimonio. Porque, cuando se pide una bendición, se está expresando un pedido de auxilio a Dios, un ruego para poder vivir mejor, una confianza en un Padre que puede ayudarnos a vivir mejor”.

Aún más, “si bien hay situaciones que desde el punto de vista objetivo no son moralmente aceptables, la misma caridad pastoral nos exige no tratar sin más de ‘pecadores a otras personas cuya culpabilidad o responsabilidad pueden estar atenuadas por diversos factores que influyen en la imputabilidad subjetiva (cf. san Juan Pablo II, Reconciliatio et Paenitentia, 17)’”.

Eso sí, también aquí el Papa apuntó al discernimiento de casa caso y reclamó no generalizar una única respuesta: “Las decisiones que, en determinadas circunstancias, pueden formar parte de la prudencia pastoral, no necesariamente deben convertirse en una norma. Es decir, no es conveniente que una Diócesis, una Conferencia Episcopal o cualquier otra estructura eclesial habiliten constantemente y de modo oficial procedimientos o ritos para todo tipo de asuntos”. Hasta el punto de que “el Derecho Canónico no debe ni puede abarcarlo todo, y tampoco deben pretenderlo las Conferencias Episcopales con sus documentos y protocolos variados, porque la vida de la Iglesia corre por muchos cauces además de los normativos”.

Tercer ‘dubia’: la Iglesia, sinodal por naturaleza

El tercer ‘dubia’ cuestionaba la misma naturaleza del Sínodo de la Sinodalidad, al afirmar habitualmente el Papa que “la Iglesia sería por naturaleza sinodal”. Para los cinco cardenales, “dado que el Sínodo de los Obispos no representa al colegio episcopal, sino que es un mero órgano consultivo del Papa”, se plantea la cuestión de “si la sinodalidad puede ser el supremo criterio regulador del gobierno permanente de la Iglesia sin desvirtuar su estructura constitutiva deseada por su Fundador, por el cual la autoridad suprema y plena de la Iglesia es ejercida tanto por el Papa, en virtud de su oficio, como por el colegio episcopal junto con su jefe el Romano Pontífice (Lumen gentium 22)”.

Aquí, Bergoglio hiló muy fino y les situó frente al espejo: “Si bien ustedes reconocen que la suprema y plena autoridad de la Iglesia es ejercitada, sea por el Papa debido a su oficio, sea por el colegio de los obispos junto con su cabeza el Romano Pontífice, sin embargo, con estos ‘dubia’ ustedes mismos manifiestan su necesidad de participar, de opinar libremente y de colaborar, y así están reclamando alguna forma de ‘sinodalidad’ en el ejercicio de mi ministerio”.

Para encarnar la auténtica comunión y que esta no sea “solo afectiva o etérea”, “necesariamente implica participación real: que no solo la jerarquía, sino todo el Pueblo de Dios, de distintas maneras y en diversos niveles, pueda hacer oír su voz y sentirse parte en el camino de la Iglesia. En este sentido sí podemos decir que la sinodalidad, como estilo y dinamismo, es una dimensión esencial de la vida de la Iglesia”.

Cuarto ‘dubia’: el sacerdocio femenino

El cuarto ‘dubia’ preguntaba directamente sobre si “la ordenación sacerdotal puede ser conferida a las mujeres”. Y es que, “tras las declaraciones de algunos prelados, que no han sido corregidas ni retractadas, según las cuales la teología de la Iglesia y el significado de la Misa habrían cambiado con el Vaticano II, cabe preguntarse si el dictado del Concilio Vaticano II sigue vigente” y “el sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial difieren esencialmente y no solo en grado”.

En esta materia, Francisco defendió que “no es conveniente sostener una diferencia de grado que implique considerar al sacerdocio común de los fieles como algo de ‘segunda categoría’”, pues “ambas formas de sacerdocio se iluminan y se sostienen mutuamente”.

Citando a san Juan Pablo II, el Papa considera que, “al afirmar, ‘de modo definitivo’, la imposibilidad de conferir la ordenación sacerdotal a las mujeres, de ningún modo estaba menospreciando a las mujeres y otorgando un poder supremo a los varones”. Así, si bien “sostuvo claramente que solo el sacerdote preside la Eucaristía”, también añadió que tales tareas “no dan lugar a la superioridad de los unos sobre los otros”.

Wojtyla también añadió que, “si la función sacerdotal es ‘jerárquica’, no debe entenderse como una forma de dominio, sino que ‘está totalmente ordenada a la santidad de los miembros de Cristo’ (Mulieris dignitatem, 27). Si esto no se comprende y no se sacan las consecuencias prácticas de estas distinciones, será difícil aceptar que el sacerdocio esté reservado solo a los varones y no podremos reconocer los derechos de las mujeres o la necesidad de que participen, de diversas maneras, en la conducción de la Iglesia”.

Finalmente, aquí tampoco Bergoglio dejó la puerta absolutamente cerrada: “Para ser rigurosos, reconozcamos que aún no se ha desarrollado exhaustivamente una doctrina clara y autoritativa acerca de la naturaleza exacta de una ‘declaración definitiva’. No es una definición dogmática, pero debe ser acatada por todos. Nadie puede contradecirla públicamente y, sin embargo, puede ser objeto de estudio, como es el caso de la validez de las ordenaciones en la Comunión anglicana”.

Quinto ‘dubia’: arrepentimiento en la confesión

El quinto y último ‘dubia’ lamentaba “la insistencia del Santo Padre en el deber de absolver a todos y siempre, para lo cual el arrepentimiento no sería condición necesaria para la absolución sacramental”.

Francisco fue claro al destacar que “el arrepentimiento es necesario para la validez de la absolución sacramental, e implica el propósito de no pecar. Pero aquí no hay matemáticas y una vez más debo recordar que el confesionario no es una aduana. No somos dueños, sino humildes administradores de los Sacramentos que alimentan a los fieles, porque estos regalos del Señor, más que reliquias a custodiar, son ayudas del Espíritu Santo para la vida de las personas”.

Sin olvidar que “hay muchas maneras de expresar el arrepentimiento. Frecuentemente, en las personas que tienen una autoestima muy herida, declararse culpables es una tortura cruel, pero el solo hecho de acercarse a la confesión es una expresión simbólica de arrepentimiento y de búsqueda de la ayuda divina”.

Citando una vez más a san Juan Pablo II (el documento de Francisco está lleno de referencias hacia el papa polaco), se enfatizaba que “no debemos exigir a los fieles propósitos de enmienda demasiado precisos y seguros, que en el fondo terminan siendo abstractos o incluso ególatras, sino que aun la previsibilidad de una nueva caída ‘no prejuzga la autenticidad del propósito’”.

¿Por qué?

Ante la evidencia de que los cardenales escribieron a Francisco el 10 de julio y este les respondió ese mismo día, como ahora ha demostrado el Vaticano, cabe preguntarse: ¿qué buscaba esta filtración interesada a 48 horas de inaugurarse el Sínodo? Aún más: ¿por qué querer denunciar el silencio papal cuando el mismo Francisco destacó el afán “sinodal” de los purpurados al escribirle una carta?

Noticias relacionadas
Compartir