Guido Reni, ‘el divino’ nunca ha dejado de serlo

A Guido Reni (Bolonia, 1575-1642) se le apodó ‘El divino’, y no en vano. “La excepcional consideración de ‘divino’ ha sido reservada a lo largo de la historia del arte a muy pocos artistas”, como apunta David García Cueto, jefe del Departamento de Pintura Italiana y Francesa hasta 1800 en el Museo Nacional del Prado. El propio comisario recuerda que el calificativo lo recibieron el griego Apeles y el gran Rafael Sanzio, su predecesor renacentista. “Reni fue considerado en el Barroco un genio capaz de tocar con su arte la belleza de lo sobrenatural”, llega a afirmar. En esa gloria –sin duda– cabe ver e imaginarse a Reni.



De ella cayó a lo largo del siglo XX, ahora revive. Y ese risorgimento es lo que trata de reflejar el Museo del Prado. “Por lo que respecta a Reni, tras ser uno de los creadores más célebres y admirados de la Europa de su tiempo, pasó por una larga etapa póstuma de altísima apreciación, que empezó a declinar en los albores de la época del Romanticismo, para caer, junto con toda la escuela boloñesa de su centuria, en un casi absoluto descrédito hasta bien entrado el siglo XX. En Bolonia, su ciudad natal, el prestigio de Reni comenzó “a levantar el vuelo” con una exposición en 1954, que más tarde encontró eco en Los Ángeles o Fráncfort.

“En definitiva, fuera para ensalzarle como un creador sublime o para condenarle por su fuerte academicismo –afirma el comisario–, desde su propia vida hasta hoy, Guido Reni ha estado muy presente en el imaginario colectivo occidental”. Desde el Barroco, cada siglo, como afortunadamente expone García Cueto, “ha elegido su Reni”. En cada época, la belleza y la calidad de la pintura religiosa de Reni se ha interpretado de distinta forma. ¿Y en el siglo XXI? La antológica y ambiciosa exposición del Museo del Prado –abierta hasta el 9 de julio– se encarga de dar respuesta.

Tras una época de menosprecio seguida de una progresiva recuperación, a este siglo XXI le corresponde –parafraseando a Cesare Gnudi– elegir a su Reni. Posiblemente, su capacidad para capturar y construir la más sublime belleza sea lo que elija nuestro tiempo”, responde García Cueto, quien –en colaboración con el Städel Museum de Fráncfort– ha reunido en la pinacoteca madrileña un centenar de obras procedentes de más de cuarenta museos, instituciones y colecciones de Europa y América.

Relaciones con España

El genio –este genio boloñés– no solo tuvo “una decisiva contribución en el universo estético” del Barroco en Europa, sino también conformó el esplendor del Barroco español. “Las relaciones de Guido Reni con la España de su tiempo fueron fraguándose desde su misma juventud”, apunta García Cueto. Inmediatamente se convirtió en un “valioso referente”, tanto que sus exitosos modelos iconográficos influyeron en artistas fundamentales del Siglo de Oro, sobre todo en José de Ribera.

“No se conoce por el momento qué pudo marcar exactamente el inicio de la fama de Reni en la corte española, si bien consta que algunas obras suyas llegaron a Madrid ya en tiempos de Felipe III. Es bastante probable que, en Madrid o Valladolid, se recibiesen noticias desde Bolonia y Roma sobre su brillante quehacer ya en los primeros años del siglo XVII”, manifiesta el comisario. Felipe IV fue su máximo coleccionista, aleccionado por Juan Bautista Maíno, discípulo de Annibale Carracci y compañero del propio Reni en Roma, pero, sobre todo, por la llegada a la corte del aristócrata Giovanni Battista Crescenzi, amigo del pintor boloñés.

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