La pastoral de CRISMHOM: abrazar sin juzgar

  • La entidad impulsa en Madrid ‘El amigo que escucha’, donde acompaña a creyentes con conflictos internos por su sexualidad
  • En 2022 han acompañado a 80 personas, en su mayoría homosexuales con muchas heridas en su relación con la Iglesia
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CRISMHOM

Ante la certeza de que hay creyentes que “sienten un conflicto entre la fe y su diversidad sexual o identidad de género”, en Madrid hay un grupo de seguidores de Jesús de Nazaret que apuestan por una pastoral sencilla y vital: la del abrazo al hermano que sufre. Se trata de CRISMHOM, comunidad cristiana LGTBI+H surgida en 2006 en el barrio de Chueca.



Entre sus muchos modos de estar presentes en la sociedad, siempre desde la clave de ser fermento de esperanza, uno de ellos es el programa ‘El amigo que escucha’. Puesto en marcha hace siete años, lo impulsan un grupo de ocho voluntarios de la asociación que dedican parte de su tiempo a recibir a quienes se dirijan a la comunidad en busca, no tanto de respuestas (que también), sino de una actitud fraterna y en la que no se les juzgue de primeras.

“Dios no me quiere”

Como cuenta a Vida Nueva su coordinador, Juan Sanz Concejo, ‘El amigo que escucha’ surgió ante la intuición de que “hay mucha gente que sufre al no sentirse comprendida, a veces por ellos mismos. Muchos son homosexuales que te dicen: ‘Dios no me quiere’ o ‘estoy enfadado con la Iglesia’”.

Una diversidad de sentimientos que, como comprueban, proviene de diferentes experiencias vitales. Y es que esta pastoral de la amistad se basa en el contacto directo, ya sea de un modo presencial o a través de distintos canales de comunicación: “Nuestra esencia es el encuentro personal. Nos turnamos y vamos rotando para que, cada viernes por la tarde, haya una pareja de voluntarios en el local. Tenemos las puertas abiertas y una mesa dispuesta para el posible encuentro. Puede pasar cualquiera. A veces no viene nadie y otras acuden hasta dos personas. En 2022 hemos acompañado a 80 personas”.

También por teléfono y correo

Un número en el que se incluyen quienes participan en su segundo modo de contacto, el telemático: “Contamos con un teléfono y un correo electrónico que atienden dos voluntarios. De hecho, en estos meses de pandemia hubo un tiempo en el que tuvimos que suspender la atención personal y fue un canal muy utilizado. Sorprendentemente, nos contactó mucha gente de América Latina. Nos escribieron bastante de Perú, México y Argentina. Tras escucharles con mucha atención, les pusimos en contacto con entidades locales que nos merecen confianza y que entendemos que les pueden ayudar de un modo más directo”. De las 80 personas acompañadas, la mitad han sido por estos canales: 20 por teléfono y otras 20 por correo.

En cuanto a los testimonios que reciben, como recalcaba Juan, “notamos una gran diferencia generacional. Por un lado, vienen más mayores, en torno a los 60 años, que tienen un gran bagaje personal y muchas veces necesitan reconstruirse humana y espiritualmente. Están muy necesitados del amor de Dios y tienen un gran conflicto en cosas como el acceso a la comunión, no sintiéndose dignos de ello. A veces son personas a las que han expulsado del seminario o han decidido abandonar su vocación religiosa por ser homosexuales. Otras, es un perfil que viene de un mundo muy religioso y se sienten coartados en su identidad. Y otras es gente totalmente alejada de la fe y que, tras sufrir experiencias muy negativas, sienten que necesitan otra cosa”.

La generación más joven

Un segundo grupo es “el de una generación más joven, alrededor de los 20 años, que suelen venir de grupos y carismas muy duros en lo doctrinal y que tienen muy arraigado en su interior la idea del pecado y la culpa. Vienen de comunidades católicas o evangélicas en las que, durante toda su vida, han escuchado un discurso muy agresivo contra todo lo relacionado con el sexo. Es más peliagudo el trato con ellos, en el sentido de que es más difícil nuestra base, que es la reconciliación con uno mismo”.

Y es que “nosotros apostamos por una teología básica, basada en conceptos sencillos: ‘Dios te quiere. Eres su hijo. Él te ha creado’. Que escuchen esto en un ambiente de confianza y donde no son juzgados es clave, y más cuando están en un momento de su vida en el que se están encontrando consigo mismos”.

Apoyo de sacerdotes o abogados

Siempre están abiertos a toda posible novedad (“ahora nos hemos abierto a las personas transexuales, lo que requiere una formación específica”) y también cuentan con ayuda externa cuando es necesario. Así, “a veces vienen sacerdotes cercanos a nosotros y que confiesan a quien lo pide, o abogados que nos dan pinceladas elementales de cómo poder responder a personas que han sufrido cualquier tipo de agresión o, en otro sentido, a un inmigrante que, aparte de su relación con nosotros por su sexualidad, busca solicitar asilo político”.

Una vivencia que al propio Juan le ha nutrido personal y espiritualmente: “Me ha enseñado a dar fruto de una manera concreta. Fui seminarista, pero aquí siento que vivo un sacerdocio, aunque no ministerial, sí real, de primer anuncio. Me hace feliz llevar como puedo a la gente a Dios. Sobre todo cuando hablamos de personas heridas, golpeadas, y que necesitan el amor del Señor”.

Alejado de la Iglesia, pero no de Dios

Una de las personas acompañadas es Manuel Toquero Blas, quien comenta que “en la Biblia hay muchos pasajes donde Dios llama al desierto, al silencio y a la soledad”. Una vivencia que siente también descrita “por el filósofo francés Pascal, que decía: ‘Toda la infelicidad del hombre viene por no saber estar a solas en su habitación’. Vivimos en un mundo de prisas, de ruidos, de aparente comunicación en todo tipo de redes; pero la humanidad nunca se ha sentido tan sola y vacía”.

“Pasaba un viernes por Chueca–rememora– y, aunque había cruzado muchas veces esa calle, jamás me había fijado en ese letrero, ‘Crismhom, comunidad ecuménica LGTB’. Hasta que, casualidades de la vida, aunque yo prefiero llamarle providencia, aquella tarde me fijé y paré. Dudé en entrar… Pensé: ‘Será una secta’. Pero pasé, pues atravesaba por una pequeña crisis; sentía una especie de vacío que ni amigos, ni placeres ni nada te puede llenar. Yo siempre he sido muy creyente. Estuve en la vida religiosa un tiempo y luego, poco a poco, me fui alejando de la Iglesia, aunque nunca de Dios. Y digo de la Iglesia porque pensé que ser homosexual era incompatible con algunas prácticas religiosas”.

“Estaban allí solo para escuchar”

Sin embargo, “aquella tarde encontré a dos personas como yo: gais, jóvenes y que profesaban una fe. Entré, me senté y, sin preguntas ni interrogatorios, sin prisas, me escucharon pacientemente. Un chico gay y una chica lesbiana, un viernes por la tarde, allí sentados solo para escuchar… Cuando la mayoría estarían de fiesta por Chueca, ellos sacrificaban su tiempo y con el riesgo de que pudiera entrar cualquier persona a robarles o darles un susto. Ahí les conté que estaba cansado de salir siempre los fines de semana con mis amigos, beber, tomar alguna droga, tener sexo; les dije que eso no me llenaba y que necesitaba algo más. Ellos me escucharon y no me dieron ninguna charla ni consejos, nada. Solo, libremente, me invitaron a participar en las oraciones de los jueves, en la Parroquia San Ignacio de Loyola, de los jesuitas”.

Así lo hizo y asistió el jueves siguiente a esa oración: “Fue una maravilla. Era un grupo bastante numeroso de gente gay, con tus mismas inquietudes y profesando distintas creencias, pero con un lema fascinante: ‘Seas como seas, Dios te ama’. Esa frase me iluminó y dije: ‘Este es mi sitio, es lo que buscaba’”.

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