Francisco proclama L’Aquila como la “capital del perdón, la paz y la reconciliación”

  • El pontífice preside la eucaristía en la Santa Maria di Collemaggio donde se encuentran los restos del papa Celestino V y se celebra la jornada del Perdón
  • El Papa, tras el rezo del ángelus, muestra su cercanía con las víctimas de las inundaciones de Pakistán y reclama, de nuevo, el cese de la violencia en Ucrania

Tras la visita a la catedral semidestruida de L’Aquila, el papa Francisco, ya en papamóvil, se desplazó a la basílica de Santa Maria de Collemaggio, donde el pontífice, en la plaza, ha presidido la misa a las 10:00 h., ha rezado el ángelus y ha abierto la Puerta Santa del Perdón Celestiniano. En este significativo templo se veneran los restos del papa Celestino V, un monje eremita que fue papa durante cinco meses, en 1294, hasta que renunció abrumado por las corruptelas eclesiales. En la celebración litúrgica el pontífice ha permanecido sentado la mayoría del tiempo y como ornamento litúrgico ha utilizado la capa pluvial desde el principio en lugar de la habitual casulla. El cardenal Giuseppe Petrocchi, arzobispo de L’Aquila ha pronunciado la Plegaria Eucarística.



El Papa del ‘sí’

En su homilía, el pontífice destacó que “los santos son una explicación fascinante del Evangelio”, algo que aplicó al papa Celestino V, del que advirtió que “recordamos erróneamente la figura de Celestino V como ‘el que hizo la gran negativa’, según la expresión de Dante en la Divina Comedia; pero Celestino V no fue el hombre del ‘no’, fue el hombre del ‘sí’”. “De hecho, no hay otra forma de realizar la voluntad de Dios que asumiendo la fuerza de los humildes. Precisamente por serlo, los humildes parecen débiles y perdedores a los ojos de los hombres, pero en realidad son los verdaderos ganadores, porque son los únicos que confían plenamente en el Señor y conocen su voluntad”, señaló a partir de la lectura del día.

Para Francisco, “frente al espíritu del mundo, dominado por el orgullo, la Palabra de Dios de hoy nos invita a ser humildes y mansos. La humildad no consiste en desvalorizarnos, sino en ese sano realismo que nos hace reconocer nuestro potencial y también nuestras miserias. Partiendo precisamente de nuestras miserias, la humildad nos hace apartar la mirada de nosotros mismos y dirigirla a Dios, Aquel que todo lo puede y también nos consigue lo que no podemos tener por nosotros mismos”, añadió.

El privilegio del perdón

Y es que, prosiguió, “la fuerza de los humildes es el Señor, no las estrategias, los medios humanos, la lógica de este mundo. En este sentido, Celestino V fue un valiente testigo del Evangelio, porque ninguna lógica de poder pudo encarcelarlo y manejarlo”. “En él admiramos una Iglesia libre de la lógica mundana y que da pleno testimonio de ese nombre de Dios que es la Misericordia” resaltó. Para Francisco, “este es el corazón mismo del Evangelio, porque la misericordia es saber amarnos en nuestra miseria” porque, advirtió, “ser creyente no significa acercarse a un Dios oscuro y aterrador”. En este sentido ha comentado cómo el helicóptero casi no puede aterrizar debido a la oscuridad, hasta que el piloto encontró un hueco de luz.

Una misericordia, la que se celebra con el Perdón celestiniano que es “el privilegio de recordar a todos que con la misericordia, y sólo con ella, se puede vivir con alegría la vida de todo hombre y mujer. La misericordia es la experiencia de sentirse acogido, restaurado, fortalecido, curado, animado. Ser perdonado es experimentar aquí y ahora lo más parecido a la resurrección”. “El perdón es pasar de la muerte a la vida, de la experiencia de la angustia y la culpa a la de la libertad y la alegría”, apuntó, por ello deseó “que este templo sea siempre un lugar donde podamos reconciliarnos, y experimentar esa Gracia que nos pone de nuevo en pie y nos da otra oportunidad. Que sea un templo del perdón, no sólo una vez al año, sino siempre. Porque es así como se construye la paz, a través del perdón recibido y otorgado”. 

Terremotos en el alma

Francisco apeló a la comunidad diciéndoles: “habéis sufrido mucho con el terremoto, y como pueblo estáis intentando levantaros y volver a poneros en pie”. “Pero los que habéis sufrido debéis ser capaces de atesorar su sufrimiento, debéis comprender que en la oscuridad que habéis experimentado, también se os ha dado el don de comprender el dolor de los demás. Podéis atesorar el don de la misericordia porque sabéis lo que significa perderlo todo, ver cómo se desmorona lo que has construido, dejar atrás lo más querido, sentir el desgarro de la ausencia de los seres queridos. Podéis apreciar la misericordia porque has experimentado la miseria”, apeló.

Frente a los “terremotos del alma”, advirtió, “que te pone en contacto con tu propia fragilidad, tus propias limitaciones, tu propia miseria” puede ser una experiencia en la que “uno puede perderlo todo, pero también puede aprender la verdadera humildad. En tales circunstancias, uno puede dejarse enfurecer por la vida, o puede aprender la mansedumbre. La humildad y la mansedumbre, pues, son las características de quien tiene la tarea de custodiar y dar testimonio de la misericordia”, aseguró el pontífice.

La señal para vivir esto es la Cruz, señaló Francisco. El Papa lamentó que “con demasiada frecuencia la gente cree que vale según el lugar que ocupa en este mundo” pero, advirtió “el hombre no es el lugar que ocupa, sino la libertad de la que es capaz y que manifiesta plenamente cuando ocupa el último lugar, o cuando se le reserva un lugar en la Cruz”. Para Bergoglio “el cristiano sabe que su vida no es una carrera a la manera de este mundo, sino una carrera a la manera de Cristo, que dirá de sí mismo que ha venido a servir y no a ser servido”. “Mientras no comprendamos que la revolución del Evangelio reside en este tipo de libertad, seguiremos siendo testigos de guerras, violencia e injusticia, que no son más que el síntoma externo de una falta de libertad interior. Donde no hay libertad interior, se abren paso el egoísmo, el individualismo, el interés propio y la opresión”, apeló. Francisco concluyó su homilía deseando “¡que L’Aquila sea realmente una capital del perdón, la paz y la reconciliación!” al ejemplo de María.

Cercanía con Pakistán y Ucrania

Antes de la apertura de la Puerta Santa, el pontífice tras as palabras de agradecimiento del arzobispo local dirigió el rezo del ángelus. Un monto tras el que aprovechó para “saludar a todos los que han participado, incluso a los que han tenido que hacerlo a distancia, en casa o en el hospital o en la cárcel”. En este sentido agradeció a los organizadores de la visita su trabajo. “En este lugar, que ha sufrido una grave calamidad, quiero asegurar al pueblo de Pakistán afectado por las inundaciones de proporciones desastrosas mi simpatía. Rezo por las numerosas víctimas, los heridos y los desplazados, y para que la solidaridad internacional sea rápida y generosa”, destacó.

A María pidió que “obtenga el perdón y la paz para el mundo entero”. Por ello invitó a rezar “por el pueblo ucraniano y por todos los pueblos que sufren a causa de las guerras”. “Que el Dios de la paz reavive en los corazones de los dirigentes de las naciones el sentido humano y cristiano de la misericordia”, deseó.

Tras la misa, el pontífice se dirigirá de nuevo al Estadio Gran Sasso para aterrizar en el helipuerto vaticano a las 13.15 horas, según las previsiones de la Santa Sede.

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