“Va pensiero”… y el coro de ‘Nabucco’ se hizo carne

Verdi aceptó el encargo de escribir la música de Nabucco en un momento delicadísimo de su vida, al principio de la década de 1840. Se planteaba dejarlo todo, retirarse. Encontrarse, quizá. Su esposa había fallecido a la misma edad que tenía él: 26 años. Fue un desenlace fulminante. Y sus dos hijos, ambos pequeños, habían muerto meses antes. Estaba solo y sin fuerzas.



Pensó que había llegado el adiós. Sin embargo, cuando todo parecía perdido, el gerente de La Scala, Bartolome Merelli, un hombre hábil, convincente (y que debía sacar adelante su negocio), sabedor del potencial del gran compositor, le insistió para que abandonara la idea de dejarlo todo y se reencontrara con la música.

La “culpa” de este cambio en el joven Giuseppe la tuvo un voluminoso libreto, el texto de una historia sobre el devenir del rey de Babilonia, Nabucodonosor, y sus dos hijas, la taimada y caprichosa Abigaille y Fenena, entrecruzado con el amor hacia el joven judío Ismaele. Una historia de celos, pasiones, esclavitud, que canta el desgarro de un pueblo oprimido que hoy nos sigue siendo tan cercano… Cuenta el propio compositor que el gerente, cuando trataba de convencerle de que debía aceptar el encargo, acabó por introducir el texto en uno de los bolsillos de su abrigo.

El libreto del bolsillo

Cuando Verdi llegó a su casa, lo arrojó con desdén, casi con furia, sobre un mueble. No quería saber nada de esa ópera porque no quería saber nada de nadie. De nada. Así lo cuenta el protagonista: “Caminando por las calles, sentí una especie de malestar indefinible, una tristeza absoluta, una angustia que me hinchó el corazón. Volví a casa y, con un gesto casi violento, tiré el manuscrito encima de la mesa. Al caer en la mesa, el cuaderno se abrió; sin saber cómo, mis ojos se fijan en la página que estaba ante mí, y se me aparece este verso: “Va pensiero, sull ali dorate”.

Y prosigue: “Recorro con la vista los siguientes versos y recibo una gran impresión, tanto más cuanto que eran una paráfrasis de la Biblia, en cuya lectura siempre me deleitaba. Leo un fragmento, leo dos: luego, firme en mi propósito de no escribir, me obligo a cerrar el cuaderno y me voy a la cama. Pero, ¡ay! Nabucco andaba por mi cabeza, el sueño no venía; me levanto y leo el libreto, no una vez, sino dos, tres, tantas que por la mañana se puede decir que me sabía de memoria el libreto de Solera”.

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