Ángeles López: “No me interesa ser una turista de la vida”

Ángeles López

Se tiene por su “imbécil de cabecera” y no ahorra calificativos para definirse: “Portátil, tupida, errática, geométrica, accidental, indecente, carente de ataraxia, decimonónica en la aspiración y gótica en la expiración”. Claro que quien conoce a Ángeles López (y la lee), aunque solo sea un poco, no tarda en descubrir que esta madrileña de raíces zamoranas comparte intensidad y carácter con los tradicionales tintos de Toro. También un aire de sobria majestad, como su colegiata. Por más que la colaboradora habitual de esta revista trate de disimularlo detrás de su voz “de carroña”, su verbo “acelerado” y su belleza “inconveniente”. Un retrato apresurado de sí misma que la periodista, escritora, crítica literaria y editora de Almuzara traza en su último poemario, ‘Las ocho y carne’ (Huerga y Fierro Editores), con una sinceridad casi suicida.



Cada verso se convierte en afilado y certero bisturí que hiende su cuerpo hasta el dolor, dejando tras de sí el rastro de su paso, heridas que delatan la accidentada geografía de una “vida de servidumbre”, de silencios hostiles, temores al acecho, y pasiones de ida y vuelta. Una vida de la que, como contrapartida –o resultado de ella, según se mire–, ha logrado rescatar ese rostro más poético que a menudo ignoramos y despreciamos el resto de mortales. “¿Puñetera poeta?”. Pues sí. (…)

PREGUNTA.- “Pero ya son las ocho y carne, las ocho y carne…”. ¿Por qué este título? ¿Es su modo de reivindicar la hora de una poesía más “carnal”?

RESPUESTA.- Primero, porque pensaba que daría al título el mordiente necesario. Segundo, porque soy una gran merodeadora de palabras y conceptos. Y en último término, porque quería que fuera un homenaje a mi querido Aute y su magnífico tema ‘Las cuatro y diez’. En aquel poema peinado con música, los dos amantes deberían separarse después de cada encuentro porque no habían tenido oportunidad de conformar una vida sentimental, juntos, pero les bastaba la mística del encuentro eventual para avivar la llama de la pasión. En este poemario, quien habla sí ha podido construir una vida de fusión con el ser amado… Aunque en una espiral de miedo, pasión y temblor, como todo amor místico o romántico lo es.

Vivir la vida

P.- “Hay cuerpos que duelen”, “los trabajos del tiempo son los que cansan…”. ¿Son estos versos eco de lo que suena a diario en el “patio interior” de su pecho? ¿Siente el dolor de otro modo el poeta?

R.- Suscribo la definición que hizo de un hombre feliz Ernest Hemingway: “Conoció la angustia y el dolor, pero nunca estuvo triste una mañana”. No me interesa ser una turista de la vida que intenta disfrutar con simplismo, pero tampoco me identifico con la mortificación atávica de los poetas. La vida es lo que es: o la vives con todas sus consecuencias, o la vives, por narices. Mejor lo primero, ¿no?

P.- ¿Cómo presentaría su nuevo poemario a un lector poco familiarizado con el género?

R.- Podría decir que la poesía es un lugar al que regresar, un espacio sin amueblar, unas respuestas que no tienen preguntas… Pero ¡diría bobadas! La poesía no tiene necesidad de que los autores se hagan los cultos permanentemente, ni estar citando una y otra vez a Wittgenstein. Algunos poetas se comportan como nuevos ricos que tienen la necesidad imperiosa de enseñar sus textos, las obras completas de Tolstoi, y se toman conmovedoramente en serio a sí mismos. Yo solo he querido hablar de amor, de dolor, de pérdida y de viajes de piel hacia dentro. Posiblemente haga falta familiarizar al lector con los códigos para entender la poesía, como es necesario comprender los mecanismos del sofrito.

Detrás de los complejos

P.- “Hay gentes, como yo, que se explican demasiado y buscaba a quien lo hiciera menos para equilibrar la estatura del trauma”. Explíquese, si no supone un asalto a su intimidad…

R.- Tiene que ver con los complejos. Los de inferioridad, que muchos arrastran y pocos admitimos. Los últimos, nos desgañitamos hiperexplicándonos hasta situarnos demasiado en la piel del otro y hacernos responsables de los silencios y problemas del resto… Es una mierda que te lleva a un terapeuta, que termina decretando que tienes una Personalidad Altamente Sensible (PAS). No somos mejores, somos… ¿puñeteros poetas? (…)

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