Cien años y un día de José Hierro, el poeta que abajó la utopía: “Supe por el dolor que el alma existe”

Al recoger el Premio Cervantes, en 1988, destacó que “la Razón, como saben los quijotistas, no lo explica todo, como creen los cervantistas”

José Hierro

Ayer, domingo 3 de abril, se cumplieron 100 años del nacimiento de José Hierro, uno de los mejores poetas en castellano de todos los tiempos y quien, aunque nació y murió en Madrid (el 21 de diciembre de 2002), también estuvo muy unido a Santander, donde vivió muchos años.



Reconocido con numerosos galardones, incluidos el Premio Cervantes o el Príncipe de Asturias de las Letras, estamos ante uno de los principales creadores que emergieron en los difíciles años de la postguerra. Y eso que sus inicios no fueron fáciles, pasando cuatro años en la cárcel represaliado por el régimen franquista. Pero el mejor homenaje que se le puede hacer hoy, un siglo después de que viera la luz, es acudir a sus versos, de los que emana una fuerza cuya clave es la sencillez, a modo de agua clara.

Un misterioso sol

Es el caso del poema ‘Alegría’, en el que se aprecia un claro fondo transcendente: “Llegué por el dolor a la alegría. / Supe por el dolor que el alma existe. / Por el dolor, allá en mi reino triste, / un misterioso sol amanecía. / Era la alegría la mañana fría / y el viento loco y cálido que embiste. /(Alma que verdes primaveras viste / maravillosamente se rompía.)”.

Unos versos llenos de hondura que remata así: “Así la siento más. / Al cielo apunto / y me responde cuando le pregunto / con dolor tras dolor para mi herida. / Y mientras se ilumina mi cabeza / ruego por el que he sido en la tristeza / a las divinidades de la vida”.

Todo, nada… Vida

Otro poema nos permite mirar hacia el alma… Se trata, cómo no, de ‘Vida’: “Después de todo, todo ha sido nada, / a pesar de que un día lo fue todo. / Después de nada, o después de todo, / supe que todo no era más que nada. / Grito: ‘¡todo!’, y el eco dice ‘¡nada!’. / Grito ‘¡nada!’, y el eco dice ‘¡todo!’. / Ahora sé que la nada lo era todo, / y todo era ceniza de la nada”.

Congoja de la incertidumbre que remacha así: “No queda nada de lo que fue nada. / (Era ilusión lo que creía todo / y que, en definitiva, era la nada). / Qué más da que la nada fuera nada / si más nada será, después de todo, / después de tanto todo para nada.

Entre la fe y la razón

Además de en su poesía, José Hierro manifestó su posición no creyente aunque interesada por lo espiritual en su discurso de recogida del Premio Cervantes, en 1988. Entonces, destacó que, “para el creyente, Dios hizo al ser humano; para el ateo, el ser humano hizo a Dios, porque lo necesitaba (y no es el momento de someter a votación quién lo hizo mejor, pues la Razón, como saben los quijotistas, no lo explica todo, como creen los cervantistas)”.

Reflexión que concluyó genialmente: “Si se pudiesen realizar operaciones con cantidades heterogéneas, la conclusión podría ser que el ser humano, al crear a Dios, estuvo más acertado que Dios al crear a los humanos: basta con asomarse a las páginas de los periódicos o a las pantallas de los televisores, echar una ojeada sobre el mundo, para comprobarlo. Pero es un argumento propio de los más zafios hidalgos de la Razón”.

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