La lucha con Dios de Mario Benedetti

  • Estos días se han cumplido 10 años de la muerte del poeta uruguayo y, en 2020, será su centenario
  • Aunque declarado agnóstico, muchas de sus creaciones se adentraron en el ámbito espiritual

Mario Benedetti

El pasado 17 de mayo se cumplieron 10 años de la muerte del genial poeta uruguayo Mario Benedetti, del que en el año que viene, el 14 de septiembre, se cumplirá el centenario de su nacimiento en Paso de los Toros. Sin duda estamos ante uno de los más grandes creadores contemporáneos, abarcando todo tipo de temáticas. Incluida, claro, la espiritual, pese a declararse siempre agnóstico.

Un poema especialmente bello es ‘Ausencia de Dios’, en uno de cuyos versos, en los que seguramente canta al amor perdido de una mujer, desliza esto: “Lo cierto es que ahora ya no estás en mi noche, / desgarradoramente idéntica a las otras / que repetí buscándote, rodeándote. / Hay solamente un eco irremediable/ de mi voz como niño, esa que no sabía”.

Un alud de sentimientos que culmina así: “Ahora, qué miedo inútil, qué vergüenza / no tener oración para morder, / no tener fe para clavar las uñas, / no tener nada más que la noche, / saber que Dios se muere, se resbala, / que Dios retrocede con los brazos cerrados, / con los labios cerrados, con la niebla, / como un campanario atrozmente en ruinas / que desandara siglos de ceniza”.

¿Y si Él es una mujer?

En ese anhelo que en España ha inmortalizado magistralmente Joaquín Sabina, Benedetti se adentra de lleno con ‘Si Dios fuera una mujer’, cuyos versos finales son belleza plena: “Si Dios fuera mujer no se instalaría / lejana en el reino de los cielos, / sino que nos aguardaría en el zaguán del infierno, / con sus brazos no cerrados, su rosa no de plástico / y su amor no de ángeles. / Ay Dios mío, Dios mío, / si hasta siempre y desde siempre / fueras una mujer, / qué lindo escándalo sería, / qué venturosa, espléndida, imposible, / prodigiosa blasfemia”.

Con todo, el Benedetti más desgarrado a la hora de adentrarse en la bruma espiritual es aquel que, en ‘Quién sabe’, aguijonea al auténtico creyente con una retahíla de dardos al corazón: “¿Te importa mucho que Dios exista? / ¿te importa que una nebulosa te dibuje el destino? / ¿que tus oraciones carezcan de interlocutor? / ¿que el gran hacedor pueda ser el gran injusto? / ¿que los torturadores puedan ser hijos de Dios? / ¿que haya que amar a Dios sobre todas las cosas y no sobre todos los prójimos y prójimas?”.

Una auténtica batalla campal que el poeta zanja a machetazos… “¿Has pensado que amar al Dios intangible suele producir un tangible sufrimiento y que amar a un palpable cuerpo de muchacha produce en cambio un placer casi infinito? / ¿acaso creer en Dios te borra del humano placer? / ¿habrá Dios sentido placer al crear a Eva? / ¿habrá Adán sentido placer cuando inventó a Dios? / ¿acaso Dios te ayuda cuando tu cuerpo sufre, o no es ni siquiera una confiable anestesia? / ¿te importa mucho que Dios exista? ¿o no? / ¿su no existencia sería para ti una catástrofe más terrible que la muerte pura y dura? / ¿te importará si te enteras que Dios existe, pero está inmerso en el centro de la nada? / ¿te importará que desde el centro de la nada se ignore todo y en consecuencia nada cuente? / ¿te importaría la presunción de que, si bien tú existes, Dios quién sabe?”.

Mientras pasa la estrella fugaz…

Finalmente, la esencia de quien llegó a pagar un precio de exilio por su compromiso social y la denuncia de las tiranías, se recoge en el poema ‘Hombre que mira al mielo’, cuyo segundo título sería ‘Sin Dios’. Un texto en carne viva que se inicia a paso lento (“mientras pasa la estrella fugaz, / acopio en este deseo instantáneo / montones de deseos hondos y prioritarios) para, tras enumerar todo un credo vital, cerrarlo con todo un desafío a la parca que nos hace cerrar los ojos para siempre: “Que la muerte pierda su asquerosa puntualidad. / Que, cuando el corazón se salga del pecho, / pueda encontrar el camino de regreso. / Que la muerte pierda su asquerosa y brutal puntualidad, / pero, si llega puntual, no nos agarre muertos de vergüenza. / Que el aire vuelva a ser respirable y de todos. / Y que vos, muchachita, sigas alegre y dolorida, / poniendo en tus ojos el alma. / Y aparte tu mano en mi mano, y nada más. / Porque el cielo ya está de nuevo torvo y sin estrellas. / Con helicóptero y sin dios”.

¿Luchó entonces ‘contra’ Dios Mario Benedetti? ¿Pudo hacerlo acaso quien se adentró en su viña para crear belleza? Concluyamos, pues, que, a lo sumo, el poeta luchó ‘con’ Dios.

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