La Iglesia argentina se sumó a la jornada de oración por la paz

Con esta misa en la Basílica de Luján, los obispos rezaron por la paz y se unieron a la celebración penitencial encabezada por el papa Francisco

El presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, Oscar Ojea, obispo de San Isidro, presidió la Eucaristía, en la Basílica de la Virgen de Luján, en el marco de la Consagración de Ucrania y Rusia al Inmaculado Corazón de María realizada por el papa Francisco.



Estuvo acompañado por el cardenal Mario Poli, arzobispo de Buenos Aires y primado de la Argentina, por el arzobispo de Mercedes-Luján, Jorge Scheinig; y el nuncio apostólico, Miroslaw Adamczyk, entre otros prelados y autoridades diplomáticas.

Corazón humano

Ojea mencionó el relato de Caín y Abel de la Biblia para comentar el origen de la guerra. Un hermano es asesinado por la mano del otro, lo que refleja que, desde los comienzos de la historia, hubo violencia.

Continuó recordando el interés de Dios por establecer justicia, al preguntarle a Caín ¿dónde está tu hermano? (Gn. 4, 9), y la imposición del destierro por haber confesado que no es responsable de la vida de su hermano. “El mundo se convierte para el en un espacio sin referencias”, sostuvo Ojea.

En la homilía, expresó que es necesario que el ser humano sea siempre guardián responsable de su hermano, tanto más responsable cuanta más capacidad de decisión tenga sobre otras personas.

El anhelo de paz

Manifestó que comprobamos con tristeza que vivimos hoy una suerte de espiritualidad de guerra, y que impresiona la violencia que vamos adquiriendo en el trato social. “La guerra en Ucrania representa también la violencia ideológica que reina en nuestra sociedad ejercida sobre el que no piensa ni siente como nosotros”, opinó.

En el día en que la Iglesia celebra la solemnidad de la Anunciación, el obispo señala que justamente este texto se contrapone a aquel del Génesis. Jesús se hace presente en el corazón y en el seno de María, quien lo trae al mundo para darle un nuevo sentido a la vida, para redescubrirnos como hijos de Dios y hermanos entre nosotros. Jesús viene a bendecir la vida desde el primer instante de su concepción y en todas sus instancias. “El ser humano es sagrado, porque lo sagrado ha decidido acercarse y acompañar para siempre su destino”, aseveró.

Dijo que por María, Madre de Dios y Madre nuestra, nos ha venido Jesús. En ese corazón todos tenemos un lugar, toda la humanidad, “pero hoy unidos al Santo Padre queremos consagrar especialmente al pueblo ucranio y al pueblo ruso a sus entrañas de Madre“.

Oscar Ojea expresó que, con seguridad, María está cerca de las víctimas de la guerra hasta que llegue la paz, de quienes salieron forzosamente de su patria hasta que regresen, de los soldados en el frente de batalla hasta que se reencuentren con sus familias, junto a los heridos y mutilados hasta que sanen, de los niños que lloran sin entender, de los que han endurecido su corazón y querido esta guerra hasta que se conviertan.

Unidos al Santo Padre

“Unidos junto al Papa presentamos y consagramos a María a aquellos que su corazón quiere más en este presente, a todos los hermanos y hermanas que están llevando el peso tremendo del sufrimiento causado por la injusticia y la barbarie de la guerra“, afirmó el presidente del episcopado.

Finalmente, confiando en que la paz sólo vendrá como fruto de la misericordia de Dios y de la reconciliación fraterna, invitó a rezar algunas partes de la oración que el papa Francisco presentó hace unos días, para pedir perdón: 

“Perdónanos la guerra, Señor.
Señor Jesús, Hijo de Dios, nacido bajo las bombas de Kiev, ten piedad de nosotros.
Señor Jesús, muerto en brazos de la mamá en un bunker de Karkiv, ten piedad de nosotros.
Señor Jesús, enviado al frente con 20 años, ten piedad de nosotros.
Señor Jesús que todavía ves manos armadas a la sombra de tu cruz, ten piedad de nosotros.
Perdónanos si estas manos que has creado para custodiar se han transformado en instrumento de muerte.
Perdónanos si seguimos como Caín tomando piedras de nuestro campo para matar a Abel.
Perdónanos si seguimos justificando con nuestro cansancio la crueldad, si con nuestro dolor legitimamos la brutalidad de nuestros gestos.
Perdónanos la guerra Señor.
Que no se haga nuestra voluntad, no nos abandones a nuestras acciones.
Detenénos Señor, detenénos
Y cuando hayas detenido la mano de Caín cuida también de él, él es también nuestro hermano.
Detenénos Señor. Amen.” María Reina de la Paz, ruega por nosotros.

 

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