La paz se desangra en Ucrania

Hacía semanas que parecía inminente, pero el mundo entero contenía la respiración y esperaba que no se consumara la amenaza de Rusia de atacar a Ucrania. Hasta que el vaso se desbordó y, a las cinco de la madrugada del jueves 24 de febrero, el presidente ruso, Vladímir Putin, ordenó el inicio de la escalada bélica.



Toda una invasión, pues, frente a la sorpresa de muchos analistas, no se trató de una acción ‘quirúrgica’ concentrada en la frontera este, sino de una invasión al conjunto del país, bombardeando las grandes ciudades del territorio ucraniano y entrando decenas de miles de tropas, dirigiéndose buena parte de las mismas a Kiev, la capital, para derribar al Gobierno de Volodímir Zelenski. Este, también para sorpresa de muchos, decidió no abandonar el país y combatir personalmente junto a sus soldados y a sus ciudadanos, sumándose muchos de ellos a la lucha con sus propias armas.

Refugiados en la parroquia

Vida Nueva ha podido contactar con el sacerdote cordobés Pedro Zafra, perteneciente al Camino Neocatecumenal y quien, después de nueve años de misión en Ucrania, recibió en junio la ordenación sacerdotal. Aunque prefiere no dar ningún dato que pueda poner en peligro a los suyos, explica que, desde que estallara la crisis, abrió su parroquia a los miembros de la misma “que estaban solos o que querían pasar esta prueba acompañados por otros”. Así, desde entonces “compartimos la vida en el templo gente de toda condición”.

Pese a las dificultades, tratan de que su día a día “sea el habitual en la vida parroquial”. Así, a diario, “compartimos la celebración de la Eucaristía y rezamos juntos vísperas y laudes. En este sentido, constato una paz interior y una cierta tranquilidad. Nos sostienen la Eucaristía y la oración”.

Aunque no sea para nada fácil: “Al principio, yo mismo tuve un momento de nervios y fuerte crisis en el que me planteé si debía quedarme o volver a España. En ese momento, leí la Palabra y me encontré con el pasaje en el que Jesús, tras decirle a un discípulo ‘ven y sígueme’, recibe esta respuesta: ‘No puedo, tengo que enterrar a mis padres’. A lo que el Maestro contesta: ‘Que los muertos entierren a los muertos. Ven y sígueme’. Tras este, leí el pasaje del envío de los 72 apóstoles. Entonces lo tuve claro y percibí un signo de que Dios quería que me quedara”.

Salir en media hora

Otro caso muy significativo es el de María Mayo, religiosa dominica de 72 años que comparte comunidad en Kiev con otras dos españolas y hermanas de congregación. Una misión iniciada por su comunidad en 1997 y que, desgraciadamente, ha interrumpido la guerra, haciendo apenas unas horas que acaban de llegar a Madrid tras tener que huir a la carrera del país.

Como cuenta a Vida Nueva, el gran impacto llegó para ellas en la madrugada del 24 de febrero: “Nadie nos obligó a irnos, pero fue algo abrupto. Llamó la embajadora y nos dijo que en media hora teníamos que estar en la embajada. Sin ni siquiera poder meditarlo, tuvimos que coger el pasaporte, medicinas, una muda y salir de casa. Eso sí, entramos en la capilla y nos llevamos la Eucaristía”.

Familia en éxodo

Así empezó lo que califica de “éxodo”. Una triste aventura que duró 58 horas, cuando lo normal es hacerlo en siete: “Allí estábamos, en la madrugada de Kiev, andando con la Eucaristía en la mano. Llegamos a la embajada y me encontré a un GEO que conocí en Kinshasa, también en otro momento de crisis muy fuerte. Este, junto a tres compañeros, nos escoltaron en una caravana compuesta por unas 50 personas y 10 vehículos. En el nuestro iban el canario Sebastián y el matrimonio conformado por Ignasi y Olga, y sus hijos pequeños, Lucas y Paloma”.

Con ellos vivieron esos duros momentos “en familia, cantando con los niños para que no se asustasen y llamándonos ellos abuelitas. Me chocaba el que no se oyera el canto de los pájaros; en cambio, se veían los amaneceres con escarcha, mirábamos al cielo para contar las estrellas con los pequeños… y, sí, ahí también estaba la guerra. Nos cruzábamos con ambulancias y camiones con militares. Retrocedíamos cuando había algún sonido sospechoso, había un puente roto o teníamos que buscar un hospital para que a un compañero le pusiesen un catéter… Ahí íbamos, por todo tipo de carreteras secundarias o caminos sin asfaltar, en un convoy con nuestra bandera de España y cuatro GEO. También había lágrimas por lo que se dejaba atrás y el susurro de un ‘volveremos’”.

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