Los barnabitas, las misioneras de Madre Teresa y una comunidad intercongregacional: el último refugio católico de Afganistán

Hasta el momento no hay constancia de que el responsable de la ‘missio sui iuris’ o las religiosas presentes en Kabul vayan a abandonar el país

El padre Giovanni Scalesse no quiere abandonar Kabul. Al menos así se lo ha manifestado al superior general de los barnabitas, Francisco Silva. En pleno éxodo de extranjeros por la conquista talibán, el misionero desea permanecer cuanto sea posible junto al pueblo afgano.



“El padre Scalesse está sirviendo a la pequeña comunidad cristiana que permanece allí. Está tranquilo, sereno, aunque sabe que corre peligro”, expone la cabeza visible de la Orden de Clérigos Regulares de San Pablo, nacida en la época del Concilio de Trento. Silva comparte en ‘La Vie’ que desde la congregación “somos conscientes de la responsabilidad que tiene Scalesse: El pastor no abandona su rebaño mientras haya una oveja. Es una responsabilidad vivir en todos los tiempos, incluidos los más duros y dolorosos, con los que nos han sido encomendados”.

Desde 1920

Los barnabitas llegaron a Afganistán en la década de 1920, a petición de Pío XI. En un primer momento se desplazaron dos religiosos, pero en poco tiempo sería un único barbanita el que permanecería allí como capellán de toda la comunidad católica. Desde entonces, su presencia no se ha interrumpido, ni con la revolución talibán de los 90 ni con el atentado que sufrió la embajada, donde el anterior misionero, el padre Giuseppe Moretti, resultó herido en un hombro.

Scalesse es hoy por hoy el máximo responsable de la Iglesia católica en el país, al frente de lo que se conoce como “missio sui iuris”, el formato de presencia utilizado por la Iglesia católica en un territorio en el que no hay una fe “enraizada”, tal y como expone el Código de Derecho Canónico. Actualmente, solo se utiliza esta fórmula en ocho países en el mundo. En Afganistán únicamente hay una parroquia que está ubicada en la sede de la Embajada en Italia en Kabul. Hasta hace unos días, su feligresía era un centenar de personas, pertenecientes en su inmensa mayoría al cuerpo diplomático allí destinado. Ahora no queda prácticamente nadie en un país donde el 99 por ciento de sus 39 millones de habitantes son musulmanes.  

Junto a los barbanitas, también hay presencia de las misioneras de la Caridad de la madre Teresa de Calcuta y la Asociación Inter-Congregacional Pro Bambini de Kabul. Las misioneras de la Caridad desembarcaron en mayo de 2006 con cuatro religiosas de diferentes nacionalizadas con el objetivo de volcarse con los niños de la calle.

Por su parte, el proyecto Pro Bambini se materializó prácticamente a la vez, en 2006, pero nació como respuesta al grito lanzado por Juan Pablo II en la Navidad de 2001: “¡Salvemos a los niños de Kabul!”. En ese momento, el religioso Guaneliano Giancarlo Pravettoni recogió el guante junto con 14 congregaciones y cinco años después llegaban las cuatro primeras religiosas a la capital afgana, pertenecientes a tres institutos de vida consagrada diferentes. Actualmente habría dos consagradas en Kabul. Su misión se ha concentrado desde entonces en los menores con discapacidad, convirtiéndose en la única institución que atiende a estos chavales en todo el país. Lamentablemente, después de reabrir hace dos semanas el centro tras los vaivenes de la pandemia, ahora de nuevo está clausurado. “ Esperamos volver en unos meses, pero las cosas no pintan bien, digámoslo así”, expone el padre Matteo Sanavio, portavoz de la entidad.

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