Bibiana Montoya, la primera catequista transexual de España

Catequista transexual

Bibiana Montoya es más famosa en Almería que David Bisbal. Y más en los barrios pobres, donde están los últimos, los preferidos del Señor y donde solo se acercan un puñado de religiosas y religiosos… y ella. A los 44 años –hoy tiene 65–, fue la primera persona en someterse a una operación de cambio de sexo en Andalucía, en el 2000, aunque “yo ya era una mujer”, explica a Vida Nueva.



“Yo nunca tuve que abrirme y contar quién era porque yo siempre fui una niña”, remata. Bibiana es la primera catequista ‘trans’, una persona de fe, que bebe de su niñez, siempre rodeada de hermanas. “Me he criado en la capilla con mis monjas”, recalca.

Ellas no siempre la han entendido. Bibiana es jardinera municipal –“y a mucha honra”, puntualiza–. Un día, mientras estaba trabajando, se encontró con la madre Pilar, que iba camino del Santuario de Nuestra Señora del Mar, donde se encuentra la imagen de la patrona almeriense, para rezar el Rosario. Le dijo que se iba a operar y no obtuvo la respuesta esperada: “No te hagas eso, eso no está bien”.

Pese a todo, siguió adelante y comenzó el tratamiento psicológico, que se prolongó durante dos años y medio. El día antes de la intervención, volvió a encontrarse con la religiosa. “¿Pero qué te pasa Bibiana que te veo tan sonriente? ¿Te ha tocado la lotería?”, le preguntó. “Hoy mismo me ingresan para operarme”, le contestó. La monja la miró y le respondió: “¿Sabes lo que te digo? Qué sí, que te operes, porque tienes una luz en la cara que no te he visto nunca”.

El perdón

Ese día lo recordará siempre porque realmente no fue el de su operación, ya que el mismo día que la ingresaron le dieron el alta, por problemas administrativos con la Junta de Andalucía. Pero ella no se movió del hospital e inicio una huelga de hambre, hasta que la escucharon y se resolvió el conflicto.

Horas antes de entrar a quirófano, pidió a las enfermeras que llamaran al capellán del centro hospitalario para que le diera la comunión y le confesara, pues “en esa época se trataba de una operación a vida o muerte”, relata. El sacerdote subió hasta su habitación, pero no hubo comunión. “Me la negó porque me iba a cambiar de sexo. Pero no pasa nada, porque con lo creyente que yo era y soy, su negativa fue para mi una confirmación en mi decisión”, explica.

Solo su endocrina fue testigo de aquello, y no se quedó de brazos cruzados. Tras ser operada con éxito, al día siguiente entró un joven presbítero por su habitación. “Jamás me olvidaré de su cara”, rememora. La doctora le había pedido que fuera a visitar a Bibiana, y hasta allí fue con un mensaje conciso: “Perdón”. El sacerdote le confesó, le dio la comunión y se despidió.

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