Editorial

Pastoral ‘trans’: la dignidad de ser hijos de Dios

Compartir

En las últimas semanas, la transexualidad se ha visto aupada a la palestra política y mediática. El borrador legislativo filtrado por la ministra de Igualdad, Irene Montero, ha puesto el foco en la posibilidad de aprobar el cambio de sexo a partir de los 16 años sin informe médico ni tratamiento.



La iniciativa ha generado un enfrentamiento directo de la representante de Unidas Podemos tanto con la vicepresidenta socialista, Carmen Calvo, como con el movimiento feminista, que se ha opuesto a la autodeterminación sexual. Pero, sobre todo, como ocurre en otras esferas, esta polémica está contaminando y simplificando una cuestión harto compleja.

Lamentablemente, este ruido no hace sino entrar en un laberinto de abstracciones y estereotipos que en nada ayudan para analizar, con la madurez que se merece, las preocupaciones y demandas de las personas transgénero. Incluso la Iglesia corre el riesgo de dejarse arrastrar por el tono y lenguaje de la contienda pública, con el peligro de que solo trascienda a unos y a otros su parecer sobre la ideología de género.

Uno más en su comunidad

El anuncio de la verdad no puede erigirse nunca en losa doctrinal que, expuesta en abstracto, sepulte a una persona con nombre y apellidos, máxime si además experimenta la presencia del Dios de Jesús en su caminar. Quedarse atrapado en un discurso teórico puede llevar a que, desde fuera, se identifique lo católico con aquello que condene o excomulgue todo lo que se salga de la ‘norma’, en este caso, todo lo ‘trans’.

Las transexualidad es una realidad minoritaria, que todavía hoy está salpicada de prejuicios fruto de un desconocimiento que desencadena situaciones de rechazo y discriminación, lo mismo en un templo que en una empresa. Pero no es menos cierto que, si se aterriza en una parroquia, en una hermandad o en un grupo cristiano que encarna el Evangelio en su día a día, se constata cómo las personas ‘trans’ viven su fe en comunidad como uno más.

Acompañamiento

Es más, no son pocos los sacerdotes, religiosos y laicos que están acompañando el complejo proceso de discernimiento trascendental y trascedente que va ligado a la configuración de su identidad, siendo signos de luz en medio del mar revuelto de la sociedad líquida en la que vivimos.

Esta Iglesia inclusiva que se palpa en lo cotidiano ha aprendido, desde el encuentro y la oración, que no cabe colgar una etiqueta de lobby sin alma o hablar de un colectivo marginal al que basta con atender con un gesto de beneficencia. Acoger e integrar tampoco significa dejarse atrapar por proclamas ideológicas.

Simplemente, pasa por descubrir en el otro a un hermano más, con la misma dignidad, la de saberse hijos de Dios y compartir en fraternidad, sin apostillas, la vida y la misión.

Lea más: