El papa Francisco en el ángelus: “No hay pandemia que pueda apagar la luz” del misterio de la Navidad

A pesar de la intensa lluvia que ha acompañado la mañana romana, el papa Francisco no ha faltado a su cita con los fieles –algunos devotos de la Inmaculada– reunidos en la Plaza de San Pedro para presidir la oración mariana del ángelus. El pontífice destacó que se están colocando el árbol de Navidad y el belén, como en tantas casas, “son signos de esperanza, especialmente en este tiempo difícil”.  “Busquemos la manera de no quedemos en el símbolo, vayamos al significado, es decir, a Jesús, al amor de Dios que ha rebelado, la bondad divina que ha hecho resplandecer sobre el mundo”. “No hay pandemia, no hay crisis que pueda apagar esta luz, dejémosla enterar en nuestro corazón, tendamos lamamos a quien tiene más necesidad, así Dios nacerá nuevamente en medio de nosotros”.



Compromiso de conversión

A partir del evangelio de este 2º domingo de Adviento (Mc 1,1-8) en el que se presenta la figura de Juan el Bautista y su llamada a la conversión. Una conversión que, “en la vida moral y espiritual, la conversión significa pasar del mal al bien, del pecado al amor de Dios”, explicó el pontífice. “Recibir el bautismo era un signo externo y visible de la conversión de aquellos que escuchaban su predicación y decidían hacer penitencia”, un gesto, para Bergoglio, que “era inútil si no había voluntad de arrepentirse y cambiar la vida”.

Para el pontífice, “la conversión implica el dolor por los pecados cometidos, el deseo de deshacerse de ellos, la intención de excluirlos para siempre de la propia vida”; por ello “para excluir el pecado, hay que rechazar también todo lo que está vinculado a él: la mentalidad mundana, la excesiva estima por la comodidad, la excesiva estima del placer, el bienestar, la riqueza”. Algo en los que es ejemplo, para Francisco, “Juan el Bautista: un hombre austero, que renuncia a lo superfluo y busca lo esencial”.

Abrirse a la ternura de Dios

“El abandono de la comodidad y la mentalidad mundana no es un fin en sí mismo, no es un ascesis para hacer penitencia, el cristiano no es un faquir, sino que está dirigido a lograr algo más grande, es decir, el reino de Dios, la comunión con Dios, la amistad con Dios”, prosiguió el Papa advirtiendo de las tentaciones. “Hay muchos lazos que nos mantienen cerca del pecado: volubilidad, desánimo, malicia, ambientes dañinos, malos ejemplos”, prosiguió Francisco, quien advirtió que “a veces el impulso que sentimos hacia el Señor es demasiado débil y parece casi como si Dios callara; sus promesas de consuelo nos parecen lejanas e irreales”. Entonces, dedujo, “en lugar de convertirse del mundo a Dios, uno se arriesga a permanecer en las ‘arenas movedizas’ de una existencia mediocre, esta es la mediocridad”.

“Recordemos que la conversión es una gracia, nadie se pude convertir con las propias fuerzas; por lo tanto, que se debe pedir a Dios con fuerza, pide a Dios que te convierta. Nos convertimos de verdad en la medida en que nos abrimos a la belleza, la bondad y la ternura de Dios –pensad en la ternura de Dios que no es un padre malvado–”, recomendó Francisco. “Camina y él te llevará adelante”, concluyó.

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