Otro frente contra el coronavirus: la pastoral de la escucha en los centros de salud

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Francisco Javier Izquierdo de la Rosa es presbítero y coordinador en Zaragoza de la Comunidad Apostólica Fronteras Abiertas (CAFA), que narra en su página web cómo surgió todo: “A principios de 2007, un grupo de cristianos empezamos a buscar una comunidad cristiana plenamente inclusiva, de mente y corazón abiertos. Una comunidad que no encontrábamos en ninguna de las confesiones religiosas que conocíamos. Al final del proceso, durante el que tuvimos la oportunidad de conocer a personas y experiencias de todo tipo, decidimos que lo mejor era constituirnos como entidad religiosa. Creemos que formamos parte de la Iglesia Una, Santa y Católica, que subsiste ‘donde dos o tres se reúnen en mi nombre’ (Mt 18,20)”.



“Católicos no romanos”, tienen por norma en sus estatutos que “los presbíteros (servidores) no pueden vivir del culto ni cobrar estipendios”. De ahí que deban compaginar su labor con “un trabajo civil”. En el caso de Izquierdo, este se da en un centro de atención primaria, dentro de la red de la salud pública zaragozana.

Han aflorado las preguntas

“Prácticamente –cuenta–, todos mis compañeros conocen mi condición de presbítero y siempre ha sido corriente que me consultaran ciertas cosas o temas. Pero ha sido durante la crisis del coronavirus cuando ha aflorado un sentimiento, para nada en plan ‘acordarse de santa Bárbara cuando truena’, sino una necesidad de compartir, verbo y actitud imprescindibles en la vivencia de la fe”.

“Durante la crisis –reivindica–, las imágenes que veíamos siempre eran de hospitales, UCI, y urgencias repletas; incluso se hablaba de la labor heroica de sacerdotes católicos romanos ejerciendo su capellanía. Pero, en los centros de salud, que son la avanzadilla de la salud pública, eso no existe. No hay ningún tipo de asistencia religiosa ni nadie se acordó del personal sanitario en esos momentos”.

Escuchar y animar

Así, “la labor de este cura ‘raro’ fue escuchar y animar ante el desbordamiento y el caos. Muchos compañeros sentían que cada día se daban unas instrucciones y, sobre todo, veían que su trabajo no servía. Médicos derrotados, enfermeras agotadas, celadores desbordados y auxiliares administrativas solucionando lo que, a primera vista, no tenía solución ni respuesta. Escuchar a estos compañeros ha supuesto sentir que la batalla se les iba de las manos, que su oración estaba ‘seca’ y que entre EPIS, mascarillas, guantes y geles no veían a Dios… Sin duda, esta ha sido de las labores más duras a las que me he enfrentado. La fe estaba y está, pero la esperanza…”.

“Aún hoy –prosigue Izquierdo– palpas la tensión, el cansancio de que ‘esto está durando mucho’. Curiosamente, ves cómo esa sequedad en la fe va acompañada de desencanto en su trabajo, en el de cada uno”.

Una crisis más profunda

De ahí que el presbítero lamente el futuro ante el que nos abocamos: “Se habla de la resaca que esta pandemia nos va a dejar: crisis sanitaria sin precedentes, crisis económica y proyectos truncados, muertes que ahora no tiene ni lógica pudiendo ir ya a los bares… Pero nadie habla del enfrentamiento con su fe del personal sanitario de primaria, que sacó fuerzas de donde no tenía para buscar a Dios al margen de iglesias cerradas y cultos enlatados. Puedo asegurar que todo ha cambiado”.

“Doy gracias a Dios –concluye– por permitirme trabajar en su viña en este momento único y cruel. He aprendido de la fe de mis hermanos y hermanas de uniforme porque ‘sé que mi redentor vive’ (Job 19, 25)”.

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