Soy cura secularizado y no soy un católico de segunda

José Luis Centeno, cura secularizado

José Luis Centeno ha tenido la doble perspectiva, la del sacerdote y la del que vuelve a ser laico. Algo que, como todo en su vida, ha asumido con sencillez y naturalidad: “En 1981 terminé la carrera de Matemáticas. Venía de una familia acomodada, pero siempre he sido más yo mismo en Vallecas. Tendría que haber sido profesor, aunque entonces estaba muy implicado en la comunidad de los dominicos en Atocha, en Madrid, y acabé cambiando de idea…”.

“Entré en el seminario –prosigue–, en los tiempos del cardenal Tarancón y el obispo auxiliar Alberto Iniesta, con quien tenía relación. Varios seminaristas vivimos una experiencia comunitaria en Moratalaz, un barrio obrero. Y eso era lo que yo necesitaba. Siempre tuve claro que, si era sacerdote, tendría que ser junto a la gente sencilla, viviendo como uno más en los barrios, en las asociaciones… Y ganarme el sustento, como un cura obrero. Lo que pude hacer en Leganés, donde era diácono y daba clases en un instituto”.



Consagrado sacerdote, vivió su vocación durante siete años en el barrio de Usera. Allí trabajaba “en equipo, con otros sacerdotes y con todo tipo de gente, cristianos o no. También me impliqué en los grupos de la Juventud Obrera Cristiana (JOC), viviendo todo en un ámbito humilde, justo en el escalón previo, muchas veces, a la marginalidad y la exclusión, con jóvenes de ambientes populares”. Fiel a sí mismo, desoyó “los consejos que me venían de ciertos ámbitos que hacían gala de una pulcra ortodoxia y me negué a tener una doble vida… No tenía pareja, pero sabía que el Evangelio y la vida me llevaban en una dirección diferente a la del celibato”.

Sin incomprensiones

Tiempo después de secularizarse (lo que hizo sin excesivos problemas ni incomprensiones, no como a otros compañeros sacerdotes que tomaron la misma decisión y a “los que les complicaron mucho todo, siendo humillados”), conoció a la que sería su mujer y la madre de su hijo, abrazando una nueva vocación, la de padre de familia. Años después, Centeno ha sido profesor y ahora trabaja en una editorial, participando también en distintas iniciativas políticas municipales y a nivel de barrio. Además, acompaña a varios grupos de la JOC y es voluntario en la Mesa por la Hospitalidad.

Básicamente, como siempre: “Vivo como uno más, echando una mano donde haga falta. No ha habido una ruptura radical con mis años de sacerdote porque nunca estuve clericalizado. Presidía las celebraciones y distribuía los sacramentos, pero jamás me sentí diferente por ello”. “La Iglesia –invita– tiene que avanzar en sinodalidad y promover una reforma del ministerio ordenado tal y como lo entendemos hoy, analizando la situación de hombres casados y mujeres que podrían hacer mucho en la labor de acompañamiento a las personas. Y es que ahí estála clave: a los últimos, a los pisados, no podemos dirigirnos únicamente, como Iglesia, desde una perspectiva sacramentalista. Esa es una visión muy reduccionista. Falta disposición para acompañar e incorporar verdaderamente a la gente”.

Fuerte implicación

También ha tenido que recorrer su propio camino el vizcaíno Iñaki Mardones Aja, quien, tras ser sacerdote y misionero claretiano, se secularizó. Algo que, ni mucho menos, debilitó su creencia: “Sentía la necesidad de encontrar una comunidad donde compartir la vida y alimentar la fe. La encontré en el Grupo Belén, del Centro Loyola de los jesuitas en Santander. Desde la espiritualidad ignaciana, utilizamos el discernimiento, conocemos más a Jesús para más amar y servir. Yo creo que todas las personas creyentes deberían contar con un grupo donde compartir la vida y alimentar la fe. También las parroquias deben fomentar este enriquecimiento y acogida de las personas”.

Además, Mardones colabora con la Parroquia Santa María de la Encina, de Santander, donde acompaña un grupo de post-comunión. Se trata de una comunidad parroquial que “desarrolla un carácter muy acogedor, hospitalario y fortalecedor de la fe para las personas que por allí se acercan”. A nivel laboral, su día a día transcurre en el Servicio de Atención Religiosa Católica del Hospital Universitario Marqués de Valdecilla. “Puedo decir –comenta– que el 98% de las personas con las que me encuentro allí se extrañan de que un laico forme parte de este servicio, pero, una vez conocida y experimentada la labor que les aporto, el 95% lo aceptan”. Su trabajo y experiencia en este campo le han llevado a convertirse en el responsable de la Pastoral de la Salud de la Diócesis de Santander… Sin que, en ningún momento, haya influido negativamente el que se trate de un sacerdote secularizado.

Construir Iglesia

“El gran reto –enfatiza Mardones– que tenemos como Iglesia católica universal y, especialmente, la Iglesia católica española ante la inminente celebración del Congreso de Laicos, es vivir y asumir la todavía bella y lejana vivencia de la afirmación que nos propuso el Concilio Vaticano II: la Iglesia somos pueblo de Dios. Laicos, consagrados y sacerdotes nos complementamos y, juntos, somos semillas del Reino”.

“Cada uno de los creyentes –finaliza– podemos y debemos asumir nuestra vocación o llamada a construir la Iglesia. Hacernos cargo o en-cargarnos de esta llamada implica toda nuestra vida. Hemos de decir sí a la invitación de Jesús de Nazaret a seguirle y a compartir con los demás el regalo de la fe. Esta es frágil; como dice san Pablo, ‘la llevamos en vasijas de barro’, pero con la fuerza para ser sal y luz”.

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