Soy inmigrante y no soy un católico de segunda

Inmigrantes venezolanas en Madrid

A veces, quienes vienen de fuera no lo tienen fácil a la hora de plasmar en nuestras parroquias el tesoro de su experiencia creyente. Le ha ocurrido al laico ecuatoriano Vladimir Paspuel, quien en su país ha trabajado muchísimo en la escuela católica y en la promoción de comunidades eclesiales de base. Aquí, en Madrid, donde lleva casi dos décadas se ha topado con la incomprensión de varios párrocos: “Cuando hemos pedido trabajar estas dinámicas, simplemente, se han limitado a dejarnos un local y, sin más, a dar por hecho que son ‘cosas de migrantes’”.



“Vengo de una realidad –abunda– en la que pude acompañar a un referente eclesial como Leónidas Proaño, obispo de Riobamba y uno de los representantes de la teología de la liberación. Con él viví una pastoral de campo, muy social y de acompañamiento a los indígenas. Aquí, en cambio, me he topado con una Iglesia muy litúrgica y poco abierta al diálogo”.

Residente en la localidad madrileña de Pinto, allí acude a su parroquia como un fiel más, pero sin poder encarnar nada de su rica experiencia. En la capital, en cambio, está muy implicado en la comunidad de Ventilla, de los jesuitas, y trabaja en red con distintas asociaciones de inmigrantes, presidiendo él la entidad Rumiñahui, con la que estos días ha participado en Ginebra en la puesta en marcha del Pacto Mundial de Migraciones y, en Madrid, en el Foro Estatal de Migraciones, un órgano consultivo ante el Gobierno.

Por el color de la piel

“En la Iglesia –clama Paspuel– hemos de partir de la base de que todos somos hermanos. Esto no ha de ser pura retórica, sino que hay que llevarlo a la práctica. No como hace la ultraderecha, que quiere pasar por católica mientras a muchos hermanos nos mira de un modo diferente por nuestro color de piel…”.

Algo parecido les está sucediendo a dos jóvenes amigas venezolanas que se instalaron en Madrid hace tres semanas: Yenny Mercedes Centeno Parababire (con su hija pequeña, Jessica) y Marlyn Trinidad Guzmán Navarro. Hace dos años, dejaron su país para desarrollar en Perú un proyecto pastoral a través de la música, formando un dueto de cantantes conocido como Nany Trysh. Ahora, están en España para, junto al también laico Armando Talavera, impulsar un trío musical con el que recorrer el mayor número de parroquias posible y “encender la chispa” del anuncio del Reino con canciones como ‘Vives’, ‘Mesías’, ‘Cristo es poder’, ‘Amistad sin máscara’, o ‘A ti, María’, siendo su último proyecto un disco titulado ‘Pinceladas de amor’, donde van más allá de lo religioso, abordando temáticas como el daño producido por el tráfico de drogas o los choques en las familias, siempre a partir de historias en primera persona conocidas por ellas.

Fe a través de la música

Como relata Guzmán, “nos conocimos de niñas en la catedral de Barcelona, en el Estado de Anzoátegui. Yo estaba en el coro y ella tenía vocación religiosa, aunque al final no se concretó. Llevamos caminos separados durante unos años, pero nos volvimos a reencontrar en el coro y decidimos unir nuestras voces. Desde entonces somos como hermanas. Recorrimos Venezuela participando en festivales y colaborando en diversas actividades de apostolado desde nuestra particular vocación musical”. El siguiente paso empezó en Perú, en la Catedral de San Pedro de Lurín, acompañando durante dos años las diferentes actividades de la parroquia y conociendo todo tipo de comunidades cristianas en Lima.

El 17 de noviembre saltaron el charco y llegaron a Madrid. Para quedarse. “Ese mismo día –recuerda Guzmán–, fuimos a la Parroquia de Santas Perpetua y Felicidad, en La Elipa, y cantamos en la eucaristía. La gente, al terminar, aplaudió… ¡Y eso que era una misa!”. Desde entonces, se presentan en todo tipo de parroquias y explican su proyecto pastoral, pidiendo cantar en las ceremonias. “Hay de todo –reconoce la joven venezolana–. Hay sacerdotes que nos acogen e implican a la gente y otros que nos dan largas… Tenemos mucho que ofrecer, sentimos que así expresamos un don que nos viene de Dios. Ojalá que nos encontremos con muchos más curas humildes, dispuestos a ayudar a todos sin importar su situación y condición, y nos quieran abrir las puertas de sus comunidades”.

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