El cardenal Gerhard Müller sí defendió la ordenación de hombres casados

papa Francisco y cardenal Gerhard Muller

El cardenal Müller, uno de los más críticos con el documento de trabajo y las propuestas del Sínodo de la Amazonía, hace unos años se  mostró partidario de la iniciativa de ordenar hombres casados en el sentido que ha propuesto la Asamblea, en unas declaraciones recuperadas por TheTablet.

Aunque hace unas semanas declaró que “ni siquiera el Papa puede abolir el celibato sacerdotal”, en 1992 su postura era bien distinta. En ese momento, el purpurado reflexionó por escrito sobre un viaje que hizo a los Andes en 1988, del que se trajo una idea en la maleta sobre los ‘viri probati’: “Un nuevo concepto de este tipo no estaría en contradicción con la tradición de la Iglesia”.

Tras tachar al ‘Instrumentum laboris’ del sínodo como “error fatídico” e insinuar que el papa Francisco es un hereje por abrir determinados debates en este encuentro; ahora ha quedado al descubierto que fue partidario de abrir este ministerio sacerdotal más allá del celibato y no solo para el contexto de las selvas amazónicas sino en otras realidades como las parroquias de las grandes ciudades.

Opiniones pasadas

El escrito recuperado del ex prefecto para la Doctrina de la fe es fruto de un seminario al que asistió en 1988 con motivo del vigésimo aniversario de la Conferencia del CELAM de Medellín.

“Los sacerdotes célibes son necesarios para el sacerdocio. Sin embargo, debe ser posible ordenar a padres de familia con una formación religiosa y teológica, no sólo en zonas remotas, sino también en las parroquias de grandes ciudades, para que se puedan seguir celebrando las prácticas pastorales y litúrgicas básicas”, escribió Müller.

Y prosigue apuntando que “un nuevo concepto de este tipo no iría contra la tradición de la Iglesia, ya que la lealtad a la tradición no significa que la Iglesia esté comprometida sólo con la historia pasada sino, por el contrario, mucho más con la historia futura”.

En aquel entonces incluso valoraba la cultura indígena de la que calificaba como “una religiosidad profundamente sentida que a nuestros ojos podría entenderse como una expresión de fe y confianza genuinas en Dios”. Una adhesión que se produce tres décadas antes de que el pasado jueves, 24 de octubre, criticase las estatuas indígenas que acabaron en el río Tíber. “Traer los ídolos a la Iglesia era un pecado grave, un crimen contra la ley divina”, declaró.

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