El padre Revilla, que pasó de ser admirado por Franco como capellán en la Guerra de Marruecos a ser fusilado en 1936 por “rojo”

  • Se alistó como capillán castrense tras el Desastre de Annual, enterrando a cientos de soldados
  • Medió por españoles detendidos en las cárceles marroquíes, decepcionándose ante la inacción del Rey

Aunque su nombre no es especialmente recordado, Emiliano María Revilla (1880-1936) fue un personaje paradigmático en su época. Tal vez se deba a que en realidad se llamara Eloy Gallego Escribano, debiendo su sobrenombre a su pueblo natal, el municipio burgalés Revilla-Vallejera.

De familia militar, este joven apasionado siguió la tradición y, a los 18 años, se enroló en el ejército. Corría el año 1898, tan significativo en nuestra historia nacional, como ejemplificó la Generación del 98, que atrapó en su alma el dolor y la angustia en un tiempo de decadencia general en nuestro país.

Abandono del ejército

Tras ejercer como capitán en Santoña, su intento por proteger a una subordinados suyos, culpables de una falta leve, acabó motivando el fin de su carrera militar. Tras un arresto y ser destinado a Canarias (lo que entonces equivalía prácticamente a un “destierro”), en 1906 abandonó la milicia.

Nació entonces en él la vocación religiosa. Completó una década de formación y, en 1917, se consagró sacerdote y entró a formar parte de los franciscanos capuchinos, adoptando entonces el nombre de Emiliano María Revilla.

Impacto por el Desastre de Annual

Pero su doble vocación se unió al fin en 1921, cuando, en el contexto de la Guerra de Marruecos, se conoció en la Península el impacto del llamado Desastre de Annual, una batalla que se saldó con derrota española ante las tropas de Abd el-Krim y, lo que es peor, con hasta 10.000 de nuestros soldados muertos. Sin dudarlo, el padre Revilla pidió ser enviado como capellán castrense a Marruecos.

Nada más llegar, se encontró con un panorama desolador: cientos de cuerpos mutilados y arrojados en pleno campo. Jugándose la vida en más de una ocasión, pudo dar cristiana (y digna) sepultura a muchas de las víctimas.

Un héroe en el frente

Incorporado al frente, su valor y heroísmo al auxiliar a los legionarios heridos en pleno combate (recibiendo diversos impactos de bala) llevó al general Francisco Franco a proponer que le fuera concedida la máxima distinción, la Laureada de San Fernando, aunque esta finalmente nunca llegó. Eso sí, lo que nunca le faltó fue la admiración de todos los soldados, que se sentían siempre confortados por él antes de entrar en batalla (son icónicas las fotos en las que aparece bendiciendo, crucifijo en mano, a los legionarios).

Aquí, un hito que lo cambió todo fue su incursión en territorio enemigo para tratar de rescatar a soldados españoles cautivos en cárceles marroquíes. Tras negociar con sus autoridades el precio de un rescate, este fue pagado hasta un año después por parte del Gobierno. Según trascendió, fue el propio Rey Alfonso XIII el que puso reparos para rescatar a quienes se habían “dejado atrapar”. Al final, cuando el dinero llegó, fue ya muy tarde para varios de nuestros soldados, que murieron por las pésimas condiciones en las que estaban.

Críticas a Alfonso XIII

Este golpe fue demasiado duro para el padre Revilla, que criticó con mucha dureza la política española en la región. Tras recibir muchas amenazas, tuvo incluso que exiliarse un tiempo en Portugal. Ya en tiempos de la II República, agudizó sus protestas contra el anterior régimen.

Este último posicionamiento político fue el que le condujo a la muerte. El 4 de septiembre de 1936, al poco de estallar el levantamiento militar, fue ejecutado por tropas franquistas. ¿Su crimen? Una vez más, su rebeldía, al denunciar los asesinatos de muchas personas inocentes en la zona “azul” burgalesa.

Tras su asesinato, se le pudo identificar al encontrarse, entre los numerosos restos humanos en una fosa común, su inconfundible crucifijo. El mismo con el que fueron bendecidos tantos y tantos jóvenes que se dejaron la vida en una guerra sin sentido unos años antes.

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