Becciu en la beatificación de un laico en Tarragona: “Mariano Mullerat es un faro de luz para España”

  • El prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos ha presidido la ceremonia ante 1.200 fieles
  • “Fue alguien que durante su vida alcanzó la santidad por medio del amor”, ha recalcado

Angelo Becciu, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, en la beatificación de Mariano Mullerat en la catedral de Tarragona

“Nada podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor, ni siquiera los acontecimientos más dramáticos ni los sufrimientos más atroces”. Con estas palabras de la lectura de San Pablo ha comenzado el cardenal prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, Angelo Becciu, su homilía hoy, 23 de marzo, en la catedral de Tarragona. Una eucaristía en la que se ha celebrado la primera beatificación de la historia del templo: la del tarraconense Mariano Mullerat i Soldevila, que ha contado con la presencia de todos los obispos de Cataluña.

Becciu ha señalado que Mullerat, durante su vida, experimentó “plenamente” el amor de Cristo y perseveró “en este amor a pesar de las dificultades” y la “persecución”. Y es que en esta ceremonia a la que han asistido más de 1.200 fieles, entre los que se encontraban tres hijas del beato y sus nietos y bisnietos, se recuerda no solo a un hombre perseguido y asesinado a causa de su fe durante la Guerra Civil española, sino a alguien que, durante su vida “alcanzó la santidad por medio del amor”.

“El ejemplo del beato es para Tarragona, y para todo el pueblo de Dios que peregrina en España, un potente faro de luz”, ha apuntado Becciu. “Una insistente invitación a vivir el Evangelio en modo radical y con sencillez, ofreciendo un valiente testimonio público de la fe que profesamos”, ha añadido. De hecho, el nuevo beato “no es un simple héroe o un personaje de una época lejana”, sino que “sus palabras y sus gestos nos hablan y nos impulsan a ir configurándonos más plenamente a Cristo”, para que los cristianos “podamos ofrecer en la sociedad actual un testimonio coherente de nuestro amor y de nuestro compromiso por Dios y por los hermanos”.

“Una existencia alegre y rica en frutos”

Mullerat vivió todas las facetas de su vida –ya fuera la de médico, marido, padre, alcalde– desde “el empeño de su propia vocación cristiana” con una existencia “alegre y rica de frutos como laico católico”. De esta manera, “nos encontramos ante un creyente que se tomó en serio el Bautismo, sembrando a manos llenas la levadura evangélica en la ciudad de los hombres”.

“Al cuidado del cuerpo de los enfermos más graves, asociaba el cuidado espiritual, preparándolos para recibir los Sacramentos”, ha recordado el cardenal, “al mismo tiempo que no dejaba de prestar gratuitamente las atenciones médicas a los pobres”, lo cual le convirtió “en un auténtico apóstol, que difundía a su alrededor el perfume de la caridad de Cristo”.

Fe en tiempos de persecución

Becciu ha destacado en sus palabras que “a pesar de que su tiempo se caracterizó por una fuerte oleada de odio persecutorio contra el cristianismo y contra aquellos que testimoniaban la fe con las obras de misericordia, él rechazó huir y permaneció en su lugar”. Así, Mullerat “continuó desarrollando, con espíritu evangélico, su misión de médico en favor de los necesitados”, llegando incluso a curar la herida que tenía uno de los verdugos que le tenían retenido días antes de su asesinato.

Ante la situación de persecución religiosa que explotó en España durante la Segunda República y con el estallido de la Guerra Civil, “Mariano era consciente de que estaba poniendo en riesgo su propia vida”, ya que era considerado una “persona pública que actuaba por cuenta de la religión católica”. Por este motivo, “fue capturado y asesinado”, pagando con “el arresto, la prisión y la muerte violenta su fe en Jesús” con tan solo 39 años.

Mullerat respondió a la violencia “con el perdón, al odio con la caridad que no lleva a cuenta el mal recibido, que todo lo excusa y todo lo soporta”. Ejemplo de ello fueron las palabras hacia su mujer en el momento de ser arrestado, en las que le pedía que perdonase a sus captores.

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