Hermanita Chantal: “En los ‘años negros’ de Argelia, la presencia de los cristianos mostraba que otro camino era posible”

  • La hermanita del Sagrado Corazón sobrevivió al atentado en el que murió su compañera Odette en 1995
  • “La hospitalidad árabe es mucho más que una simple palabra”, asegura la religiosa de Carlos de Foucauld

Herederas del espíritu de Carlos de Foucauld, las hermanitas del Sagrado Corazón continúan recreando las intuiciones de los orígenes en contextos diversos. Como lo hizo Odette, que vivió hasta el extremo del martirio el diálogo, la fidelidad y la amistad. Y lo sigue haciendo Chantal.

Ante el apelativo de “confesora de la fe”, ella se ruboriza. Sin duda, esta mujer menuda, realista y humilde admite que el título le queda grande. Y, sin embargo, le conviene con toda propiedad; en efecto, en la Iglesia antigua se trataba con una deferencia particular a aquel miembro de la comunidad (‘confessor fidei’) que había sufrido daños personales a causa de la fe, sin llegar al derramamiento de la sangre. Este es exactamente el caso de Chantal, que el 10 de noviembre de 1995 sobrevivió al atentado que terminó con la vida de Odette: “Dos mujeres estarán moliendo juntas: a una la tomarán y a otra la dejarán” (Lc 17, 35).

Chantal, hermanita del Sagrado Corazón de Carlos de Foucauld

PREGUNTA.- ¿Qué sentido tiene la presencia cristiana en medio de un pueblo mayoritariamente musulmán?

RESPUESTA.- Una frase del evangelio de san Mateo abre una pista de reflexión para responder a esta pregunta: “Si alguien da a beber, aunque sea un vaso de agua fresca, a uno de estos pequeños por ser discípulo mío, en verdad os digo que no perderá su recompensa” (Mt 10, 42). Es cierto que, en un medio musulmán, no es posible anunciar de palabra el Evangelio y a Jesucristo, pero siempre cabe la posibilidad de establecer relaciones humanas y espirituales con los musulmanes, y en estas relaciones Cristo está presente.

La hospitalidad árabe es mucho más que una simple palabra; nosotros, todas y todos, les debemos mucho más que un vaso de agua fresca. Lo mucho que hemos recibido, quizá no nos lo hayan ofrecido por ser cristianos, pero sí por el hecho de ser mujeres y hombres de oración, hermanas y hermanos en humanidad. El día del Juicio final, siempre según san Mateo, el Cristo glorioso les dirá: “Venid, benditos de mi Padre, porque fui extranjero y me acogisteis, tuve sed y me disteis de beber” (Mt 25).

P.- ¿Cómo definirías la palabra “diálogo” allí donde la violencia parece triunfar?

R.- En aquella época de los “años negros”, algunos decían: “Mientras sigan degollando a los hombres en nombre de Dios, no podremos degollar al cordero en la fiesta del Aid” (la fiesta del cordero, muy importante en la tradición musulmana, que rememora el sacrificio de Isaac). Otros buscaban el encuentro con los cristianos para entender una palabra sobre Dios que fuese diferente. En una situación como aquella, que provocaba infinidad de cuestiones, la presencia de los cristianos mostraba que otro camino era posible. Eso es lo esencial.

Sentido de la muerte

P.- ¿Es este, precisamente, el sentido de la muerte de los 19 mártires?

R.- No se puede hablar de “el” sentido… Cada uno interpreta la muerte a su manera y le otorga “un” sentido, el suyo… Entre aquellos que sufrieron los atentados, algunos habían formulado el sentido por adelantado. Odette había expresado claramente su deseo de ofrecer su vida a Dios, por el pueblo de Argelia. Christian, por su parte, había escrito en su testamento: “Entonces seré liberado de mi curiosidad más viva. Entonces podré, si Dios quiere, sumergir mi mirada en la mirada del Padre para contemplar con Él a sus hijos del islam tal como Él los ve, iluminados por la gloria de Cristo”. El sentido es muy diferente para ciertos amigos y familiares que sufrieron un duro golpe sin haber hecho la elección de permanecer en Argelia; fue, de hecho, un choque enorme, un gran duelo, el comienzo de una búsqueda de sentido y, para algunos, la constatación de una falta de sentido.

P.- ¿En qué cambió tu vida después del atentado?

R.– La verdad es que, cuando me encontraba en el hospital, soñaba que al salir me encontraría completamente transformada. Sin embargo, después de todo constaté que no hay varita mágica. Me encuentro como antes… queriendo seguir a Jesús…, pero con una pieza más que debo integrar en el rompecabezas de mi vida.

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