Caso Viganò: Escáner de un jaque fallido al Papa

El papa Francisco, en una audiencia en San Pedro

Es domingo 26 de agosto y el Papa comienza su segundo día de visita a Irlanda. Es un viaje marcado por el escándalo de la pederastia, tanto la que sacudió a la Iglesia local como la que afectó a la de Estados Unidos. Solo unos días antes de que Francisco tomara el avión hacia Dublín, se publicó un informe que desveló que 300 sacerdotes pederastas abusaron de 1.000 menores en seis diócesis de Pensilvania. En el Vaticano existe plena conciencia de lo delicado de la visita y se sigue su desarrollo minuto a minuto ante el riesgo de que aparezcan nuevas denuncias de posibles abusos aprovechando el foco mediático. “Temíamos que pudiera pasar algo, pero no podíamos imaginarnos que fuera a llegar un golpe como la carta de [Carlo Maria] Viganò”, cuenta una fuente vaticana que pide mantener el anonimato.

Tras leer la misiva en la que el exnuncio en Estados Unidos le exige que renuncie al pontificado, el Papa se reúne con el secretario de Estado, el cardenal Pietro Parolin, y con el director de la Sala de Prensa de la Santa Sede, Greg Burke, para decidir la estrategia a seguir: en lugar de publicar un desmentido, optan por dejar que sean los periodistas los que desarmen la carta. Durante el vuelo de vuelta a Roma, Bergoglio les invita a que hagan su trabajo al pedirles que lean el texto “atentamente” porque habla “por sí mismo”. El movimiento le sale bien: no tardan en aparecer las noticias que desvelan las incongruencias y medias verdades del J’accuse de Viganò, así como la participación en la preparación de la misiva de enemigos acérrimos de Francisco que no ven la hora de que renuncie al pontificado. “Los ultraconservadores han aprovechado la imagen de desgobierno y fragilidad que provoca la crisis de los abusos para atacar al Papa. Esperan cargárselo y que todo vuelva a lo de antes”, afirma un alto funcionario de la Santa Sede.

En el Vaticano se da ya por desactivado este ataque, pero no se descartan nuevos episodios. “Se esperan otras cartas”, dice un monseñor de la Curia romana. “Lo deseable es que salga toda la basura cuanto antes”, sostiene otra fuente eclesial, destacando que la mejor alternativa que tiene Francisco es dejar que las críticas se desinflen por sí solas. “Hay que enfriar el ambiente”, propone. Esa es la opinión que, de momento, parece que va a seguir la Santa Sede con el arzobispo Viganò. Pese a que haya violado el secreto profesional, no se espera un proceso que lo convertiría en un mártir para los refractarios a Francisco. Es improbable, además, que se vaya a suspender el pago de su pensión. Sería un castigo que le afectaría poco, pues pertenece a una familia acomodada.

“Se desinfla rápido”

Un cardenal de la Curia romana que exige no ser citado asegura que Bergoglio no está preocupado por la carta. “Algo tan grande como pedir la renuncia de un Papa se desinfla rápido. No es más que una pompa de jabón, aunque haya hecho mucho ruido”, sostiene. “Hay que estar tranquilos”.

A su juicio, el ataque responde, en parte, a la personalidad del exnuncio en Estados Unidos, cuyas “salidas de tono” eran conocidas por todos en Roma. “Fue un tipo honrado cuando estuvo al frente del Governatorato, pero también fue un gran metepatas. Consiguió poner a todo el mundo en su contra. Se presentaba como el paladín de la lucha contra la corrupción, pero arramblaba con todos, también con los que actuaban correctamente”, recuerda un eclesiástico de larga carrera en la Santa Sede. “Lo que resulta más increíble es que haya violado el secreto profesional para atacar al Papa usando información a la que había tenido acceso solo por su cargo”, opina otro monseñor.

Pocos quieren conversar estos días con periodistas en el Vaticano y, los que lo hacen, exigen casi siempre el anonimato. La respuesta que da un purpurado refleja bien el ambiente: “Si no daba entrevistas antes, figúrese si las voy a conceder como cardenal”. Entre quienes deciden hablar en confianza no faltan los que señalan una llamativa ausencia en la carta de Viganò: no se menciona al purpurado polaco Stanislaw Dziwisz, arzobispo emérito de Cracovia y, durante años, secretario personal de san Juan Pablo II. El exnuncio en Washington dispara contra los últimos tres secretarios de Estado (Parolin, Tarcisio Bertone y Angelo Sodano), pero no dice una palabra de Dziwisz. Y eso que, junto a Sodano, ocupó un papel preponderante en el funcionamiento de la Curia en los últimos años del pontificado del papa Wojtyla.

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