Adiós al padre Garralda: el apóstol del Evangelio “entre rejas”

  • Hoy ha fallecido a los 96 años el jesuita pionero en la pastoral penitenciaria que impulsó los módulos de familia para devolver la dignidad a los presos
  • “Lo único que hago es poner en práctica el Evangelio”, defendía cada vez que se lanzaba un elogio hacia su persona

El jesuita Jaime Garralda

Una tarde de junio. De hace un par de años. “Lo único que hago es poner en práctica el Evangelio”. El padre Garralda lo suelta con esa naturalidad que solo porta quien lleva tatuada la caridad bajo la epidermis. Segundos después, el cardenal Osoro le apostillaba: “Garralda es el Evangelio sin comentarios”. Ni se excedió ni le regalaba los oídos.

Tampoco lo hacía María, una de sus fieles escuderas, cuando unas semanas después del cónclave que eligió a Jorge Mario Bergoglio, le soltó en uno de los pasillos de la Fundación Padre Garralda-Horizontes: “Pero si lo que dice este Papa, ya lo haces tú desde hace décadas”. Y es que el padre Garralda era de esos hombres al que el pontificado de Francisco no le pilló con el pie cambiado. Cuando Francisco invitó a la Iglesia a salir a las periferias, Garralda ya se las había pateado de arriba abajo.

El padre de los gitanos

Jesuita batallador, de los que se saben libres en el pensamiento y la acción, se lanzó a dar visibilidad a los últimos. Y, por tanto, a incomodar a quienes querían arrinconarlos. Cuando no tenía una sola cana, ya se convirtió en el “padre de los gitanos” en Albolote y sus alrededores. En los sesenta, cargó a sus espaldas con el Hogar del Empleado en Madrid, que salía al rescate de los miles de los migrantes que llegaban del campo a la capital. Su empuje le llevó a levantar siete residencias para más de 600 adolescentes sin recursos, amén de escuelas para los niños de las chabolas, centros de FP para jóvenes…  Inconformista nato, le bastó que la Compañía le destinara a Panamá para crear una red de promoción y desarrollo en Centroamérica que supuso un antes y un después en materia de cooperación.

Garralda quiso ir más allá. No le bastaba con ejercer de cura que ayudaba a los pobres, sino ser el jesuita de los pobres. Se marcha a vivir al Pozo del Tío Raimundo y se empapa de la miseria. Se hace uno con alcohólicos, drogadictos, enfermos de sida y los encarcelados del barrio. Su entrega toma forma en 1978 a través de la fundación que lleva su nombre y que hasta hoy ha ampliado su radio de acción a todos los invisibles de la sociedad: los sintecho, los sinpapeles, los enfermos de sida…

Acompañamiento y resinserción

Pero, sobre todo, entre rejas. Horizontes Abiertos es hoy uno de los máximos referentes en materia de acompañamiento y reinserción de presos. Garralda impulsó la  humanización de las prisiones, propiciando la creación de módulos específicos para familias y para madres y niños de menos de tres años.

Siempre supo sacar la sonrisa, especialmente cuando flaqueaban las fuerzas. Incluso cuando la fundación le generó algún que otro quebradero de cabeza, que hoy es agua pasada. A cuatro años de cumplir los cien, el padre Garralda se despide. Con reconocimiento, especialmente desde fuera. Medallas y méritos civiles. De puertas para dentro, Francisco definía hace unos meses a los tipos como él como uno de los “santos de la puerta de al lado”.

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