La vida breve de “Francisco Puebla”

30 años del martirio de Nevardo Fernández, artista y educador popular

 

La voz de Nevardo vuelve entre los meandros del tiempo, acompañada de un arpegio de guitarra: “Como una luz en la noche, que ilumina el camino, tú, pajarillo perdido, diste a mi mundo alegría”.

Una grabación casera, hecha en 1987, reúne casi una hora de canciones. La mayoría fueron compuestas por él. Una, por ejemplo, rinde homenaje a Álvaro Ulcué, sacerdote católico de origen nasa asesinado en 1984, con quien Nevardo había trabajado ese mismo año en el Pacífico caucano.

A sus 22 años, la experiencia lo marcó profundamente; y, hasta cierto punto, dio una orientación a la búsqueda en que había convertido su vida como creyente. “[Álvaro] sigue vivo/ en todo el que lucha/ contra el enemigo/ del pobre, del indio,/ de todo oprimido”.
A fines de 1985 Nevardo decidió hacer un paréntesis en sus estudios de Licenciatura en Educación Primaria en la Universidad Distrital de Bogotá para sumarse el año siguiente a un proyecto de educación popular creado por los claretianos en el suroriente de Neiva. Entre otras cosas, lo movía el interés de servir a los demás.

Su primer día en la capital del Huila estuvo dedicado a trabajar con la comunidad del sector en la construcción del salón de quinto grado, soldando cerchas y colaborando en la instalación del techo. “Dialogando con la gente se descubren los graves problemas que la envuelven, falta de acueducto e inseguridad (la noche anterior asesinaron a tres personas)”, dejó escrito en su diario. Días después se definió cuáles serían sus responsabilidades: enseñar artes y expresión corporal en la escuela; y, a nivel del barrio, participar del comité de salud y de los procesos en teatro.

Hasta qué punto lo conmovió la pobreza que encontró en Neiva se adivina escuchando una canción que compuso con ocasión de la Navidad de 1986. “En las casas de tejas y latas un niño despierta llorando de hambre. Es un niño de mi pueblo que ha gritado: libertad […] hoy renace también una Iglesia en medio del pobre que es el mismo Cristo caminando con pasos de sangre hacia un nuevo reino, mundo de justicia”.

“Uno de esos cuerpos”

Durante 1987 Nevardo vivió en el sur de la capital huilense, en un sector de invasión conocido como Río de Oro, donde trabajó codo a codo con un grupo de franciscanos de la parroquia Jesús Obrero, quienes desarrollaban allí una experiencia de inserción.

Apoyó el proceso de las comunidades de base y se vinculó a Cristianos por el Socialismo; acompañó el proyecto de Madres Maestras, conformado por mujeres que, con su ayuda, daban clases de pre-escolar a los niños de Zona Verde y otros barrios. Y como parte de TUPAC (Teatro Unido para la Acción Cristiana), participó en el montaje de varias obras, entre ellas una en memoria de Camilo Torres, al cumplirse 21 años de la muerte del antiguo capellán de la Universidad Nacional como parte del ELN. La puesta en escena cerraba con una canción de Nevardo en cuyo coro decía: “Camilo Torres vive hoy en nuestras luchas […] Seguiremos tus pasos, son los de Jesús; moriremos por este pueblo explotado; si estás muriendo en cada hermano torturado, mañana resucitarás en la victoria”.

En el grupo de teatro, Nevardo conoció a Luz Stella Vargas. Telly, como la llamaban sus amigos, vivía en el barrio Bogotá y actuó con él en obras sobre la realidad de la gente, como una en que la policía irrumpía en el sector para desalojar a sus habitantes.

En la calle, codo a codo, Nevardo y Telly llegaron a ser mucho más que dos. Con otros amigos cantaban en los buses para conseguirle plata al grupo; y podía vérseles, también, en marchas de protesta en la ciudad. TUPAC presentó dos obras en la Semana Santa de ese año. En una Nevardo hizo de san Francisco de Asís y Telly de santa Clara; en la otra, él era Jesús. Una foto tomada el Domingo de Ramos lo muestra llegando a Jerusalén, días antes de la crucifixión.
“Jesús fue un hombre como todos, que tuvo que soportar torturas por denunciar las injusticias, como sigue pasando hoy”, había escrito Nevardo alguna vez. “Al pensar en tantos cuerpos mutilados, masacrados, asesinados, explotados por nuestro sistema, ¿qué pasará? Tal vez uno de esos cuerpos sea el mío en el futuro, no lo sé, hay tanta violencia que de pronto ni mi cuerpo pueda escapar a ella”, fueron sus pensamientos en otra ocasión.

El año anterior el Comité Permanente para los Derechos Humanos registró 191 casos de desaparición en el país; y las ejecuciones extrajudiciales reseñadas llegaron a 1.370. “Qué bonita democracia la que tenemos aquí, al que piensa y se organiza lo matan con fusil”, llegó a cantar Nevardo en un encuentro de laicos.

En 1987 representantes de la comunidad indígena Caguan Dujos fueron a la parroquia Jesús Obrero buscando ayuda. Denunciaban la usurpación de su territorio ancestral a manos de una familia de terratenientes y llamaban la atención sobre una amenaza de expulsión contra más de 20 familias en un terreno conocido como la Isla, en el municipio huilense de Rivera. Nevardo y Telly estuvieron varias veces en La Isla, acompañando a la comunidad y desarrollando actividades educativas, de teatro y música popular. “Me llamo Francisco Puebla, pa’ lo que quiera mandar, yo solo canto a mi gente que no se deje explotar”. He ahí el nuevo nombre que Nevardo asumió en alusión al santo de Asís, servidor de los últimos; y al lugar desde el cual la Iglesia Católica latinoamericana había reiterado la necesidad de optar preferencialmente por los pobres.

Un Comité de Solidaridad y Emergencia fue creado en octubre, con representación de varios sectores sociales, entre ellos grupos cristianos. Una de las actividades programadas con los indígenas fue visitar una toma de tierras desarrollada por campesinos en el caserío Los Rosales de Campoalegre. De camino a una reunión programada para el día 22 de ese mes, de paso por el casco urbano del municipio huilense, Nevardo, Luz Stella, Carlos Páez y Salvador Ninco (gobernador y secretario de la comunidad Caguan Dujos) fueron desaparecidos. Al tercer día aparecieron muertos en El Hobo con signos de tortura. En su momento, investigaciones del padre Javier Giraldo vincularon a miembros de la Policía Nacional como autores materiales del crimen; sin embargo, el proceso judicial fue archivado y prevaleció la impunidad en favor del poder detrás de los hechos.

Todavía cantamos

“Hemos querido en esta noche compartir un sentimiento y una canción que llega al corazón de toda la gente que la escucha”. Hacia el final de la grabación en que la voz de Nevardo fue salvada del olvido por su hermano Ómar Fernández, “Francisco Puebla” introduce un tema de Alberto Cortés. “Cuando un amigo se va queda un tizón encendido que no se puede apagar”. Ocurre así en relación a la memoria de los mártires del Huila y de otros lugares: estimula el compromiso de un pequeño resto, el de quienes preservan la lumbre de una tradición profética que halló inspiración en personas como Jesús y Francisco.

 

Compartir