Tribuna

Vírgenes consagradas: mujeres de misericordia

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Si hace un año nos hubieran preguntado a los católicos que significa la sinodalidad, la mayoría no habríamos sabido responder. Ahora, gracias al Sínodo que ha convocado el papa Francisco, se ha despertado nuestro interés y ha hecho que nos preguntemos cómo estamos respondiendo, desde nuestra vocación particular, a la dimensión sinodal propia de nuestra fe eclesial.



Como Virgen Consagrada, voy descubriendo la riqueza de la sinodalidad, la cual se concreta en andar el camino de mi vocación con otras Vírgenes Consagradas, formando parte de un Orden, el Ordo Virginum, y estando disponible para la Archidiócesis de Madrid, donde fui consagrada.

En efecto, nuestra consagración virginal es individual, y por ella entramos a formar parte del Orden de Vírgenes, quedando a disposición de nuestra diócesis. Nuestra consagración tiene la particularidad de que no somos miembros de un instituto o congregación.

ceremonia de consagración

Entre nosotras no hay relaciones jerárquicas ni estructurales. Quedamos vinculadas entre nosotras solo espiritualmente, por relaciones fraternas que se amplían hacia el resto de Vírgenes Consagradas de toda la Iglesia. Las consagradas que formamos parte del Ordo Virginum nos encontramos para orar, formarnos y compartir nuestra vida de fe; todo concebido como un servicio a la Iglesia.

Participación activa

Como la consagración vincula a la diócesis, la Virgen Consagrada participa en la vida diocesana aportando sus dones particulares y estando atenta a las iniciativas y necesidades que van surgiendo en ella. Esto es vivir con espíritu de sinodalidad. En mi caso, esta disponibilidad se manifiesta a través de una participación activa en la comunidad parroquial a la que pertenezco. Con dicha comunidad celebro diariamente la eucaristía y presto algunos servicios pastorales. Además, participo en aquellas iniciativas que los sacerdotes van convocando a lo largo del año.

Desde la parroquia buscamos tener una presencia evangelizadora en el barrio, para lo cual, como hijos de un mismo Padre, damos testimonio de una vivencia familiar que se expresa en el amor fraterno y el servicio a los más necesitados de nuestro entorno: desempleados, ancianos, enfermos, migrantes… Por mi parte, al colaborar en esto, trato de responder a la petición que el papa Francisco nos hace a las Vírgenes Consagradas de ser mujeres de misericordia, expertas en humanidad. Mujeres que creen en lo revolucionario de la ternura y del cariño.

Caminar con los alejados

Por otro lado, mi presencia en medio de los ambientes sociales, laborales, familiares, culturales… me permite caminar junto a personas alejadas de la Iglesia. El Papa ha insistido en que la Iglesia no se aísle de estos ambientes de nuestro mundo y que sus aportaciones sean tenidas en cuenta en los trabajos del Sínodo.

En mis circunstancias actuales, tengo la misión de ser punto de encuentro entre la Iglesia y estas personas alejadas con las que me relaciono cotidianamente para que puedan conocer que la Iglesia les necesita y les espera. Pido al Espíritu que todos nos sintamos participes de esta misión para manifestar al mundo el rostro de una Iglesia cercana y respetuosa que quiere escucharlos. Hagamos posible que su voz pueda ser escuchada por nuestros obispos.

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